Don Pepe: del pueblo de las sabinas a Caseros
By Caseros y su Gente

Don Pepe: del pueblo de las sabinas a Caseros

En noviembre de 1995, lo entrevistamos para «Caseros y su Gente».

José Scarinci (95) llegó a Caseros, en 1922, empujado por sus sueños juveniles de «hacer la América». Desembarcó solo, con sus 22 abriles a cuestas, luego de navegar casi un mes en el zozobrante ‘Vittorio Manuel’.
“Durante el viaje, los pasajeros comíamos en el suelo, sentados espalda contra espalda. De una cacerola sopera comíamos cinco a las vez». Un lagrimón  recorrió al mozo italiano que se había despedido de su ‘mama’, Valentina Menicalli, quien, resignada, le dijo adiós a su tercer hijo, el menor.

«A mi madre no la volví a ver, falleció durante un bombardeo en la segunda guerra … éramos siete hermanos; mi padre – Genaro Scarinci – falleció cuando yo tenía once años. Mi pueblo se llama Stimigliano y está ubicado cerca de Roma, a orillas del Tevere; es del año 300 y se cuenta que fue allí donde los romanos raptaron a las sabinas». Pueblo de gente humilde que vivía de la cosecha, recogía el agua de la fontana y cocinaba el pan en un horno colectivo…«con un pan de un kilo, comíamos una semana».

En Caseros, a José lo esperaban sus dos hermanos: Luis – quien era camarero «del tren Pacífico» – y Antonio, que regenteaba un horno de ladrillos y un almacén ubicado en Rauch y Sabattini. El menor de los Scarinci ingresó como dependiente en el negocio de su hermano. En aquellos años, en nuestro barrio se observaba el horizonte. «Desde aquí (Perdiguero y De Tata), se veía el tanque de agua de Campo de Mayo. Caseros terminaba en Hornos y, para el otro lado, en Villarino (actual Lisandro de la Torre) donde veíamos pasar la hacienda que desembarcaba en «las cuatro barreras» y la llevaban al matadero».

Para el año 27, el dependiente se casa con Ana María Vozza, una muchacha que vivía en la calle «Del Paraíso» y a la que conoció mientras hacía el reparto. El regalo de bodas fue la inauguración de una despensa propia a la que llamaron «Roma» y que aún permanece abierta, con otros dueños , luciendo el antiguo letrero, en Perdiguero y De Tata. «Ahí vendíamos de todo, todo. Era una especie de tienda de ramos generales; si no tenía algo de lo que me pedían, iba a buscarlo al almacén de los Cavassa, a quienes los mayoristas les vendían más barato porque compraban en cantidad «. Fue una época de intensísimo trabajo en la que el matrimonio luchaba codo a codo. «Eran las once de la noche y seguíamos trabajando; recuerdo que pasaba el sereno, a caballo, y nos preguntaba: ¿Todavía no se acostaron o ya se levantaron?». La mayoría de la clientela compraba fiado, mediante la legendaria libreta… «pero pagaban todos, eh«. La salud del vecindario era atendida por los doctores Cánepa y De Tata; don Mariano, acompañado por su vaca, era el lechero que cada mañana trajinaba las pantanosas calles caserinas.

«Yo tenía un Chevrolet 28 que prácticamente no podía usarlo por el barro que había. Únicamente, lo utilizaba en el verano». En 1935, José inauguró la sodería «La Moderna» – en Perdiguero, entre De Tata y Fischetti – que debe su nombre al hecho que repartía sifones de un litro, toda una novedad en la materia. La empresa creció rápidamente gracias al tesón familiar. «No conocíamos feriado ni nada, trabajábamos y trabajábamos».
La fábrica -que empezó con una máquina manual que llenaba los sifones «de a dos»– se completaba con una caballeriza que cobijaba a los 30 caballos que arrastraban las chatas del reparto. Ana María falleció joven, apenas tenía 39 años; corría el 46. Dejaba a su esposo y tres hijos: Emilio, José y Ana. La sodería – siempre con mucho esfuerzo- continuó, solidificándose. El muchacho que había arribado en el humilde «Vittorio Manuel», regresó dos veces a su pago natal en el imponente «Eugenio C «.

DON PEPE
Así le dicen, es un hombre sin vicios … «lo único que siempre me gustó fueron los autos».
Estuvo un tiempo radicado en Mar del Plata, ciudad donde pasó muchos buenos momentos. Tiene media docena de nietos e igual cantidad de bisnietos. Fue amigo de «Juan Ramón Quintás, Pedro Zavatarro, el escribano Prado…». Le gusta hablar de su querida Italia, a la que permanentemente lleva en sus labios. Al atardecer, en el balcón trasero de su casa, se sienta en su sillón favorito, de cara al cielo, y piensa en quien sabe qué cosas. Tal vez, en sus años mozos cuando cargado de sueños dejó el pueblo de las sabinas para «hacer la América».

 

Década del ’30. José Scarinci (con saco de almacenero) y Pascasio Blanco – repartidor – posan junto a la primera chata de la sodería.

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