Corría 1989 y una tarde todavía de verano, entrevistamos a don Mariano Puccio. Él andaba por sus 86 años. Vivía en la calle Bonifacini, entre Perdiguero y Lisandro de La Torre. Siciliano, sacrificado y trabajador, nos contó que llegó a la Argentina en busca de la esperanza que le negaba Europa. Comenzó la década del veinte levantando la cosecha de maíz en pagos santafesinos hasta que en 1925, se afincó en Caseros. Aquí, en este entonces todavía pueblo, compró dos vacas, y con ellas recorría estos pagos desmesurados de barros vendiendo la leche recién ordeñada.
¿Qué charlamos esa tarde con don Mariano? Aquí va:
– Usted tenía dos vacas. . .
– Sí la “Porteña” y la “Clevelina”. Con el tiempo llegué a tener quince. A una de ellas la compré en el año 40 y la traje caminando desde Pilar porque no me alcanzaba para pagar el transporte.
– ¿Cuánto le costaron “Porteña” y “Clevelina”?.
– Cuatrocientos pesos; pagué doscientos al contado, el resto lo fui saldando de a puchos.
– Háblenos sobre el reparto que hacía…
– En aquel tiempo, Caseros era todo de tierra; no había asfalto. Yo salía con los dos animales, me paraba en la casa de cada cliente y ordeñaba la leche que necesitaba. Vendía la leche al pie de la vaca. Tenía un recipiente para medir que volcaba en las ollas que traían las señoras. Me acuerdo de una señora que tenía mucho trabajo – era partera- y me daba la olla sin lavar. Entonces, yo tenía que limpiarla bien antes de poner la leche. Hacía el reparto dos veces por día: a la mañana y a la tarde.
– ¿Cuántos litros diarios da una vaca?.
– Veinte, más o menos; las más lecheras, treinta. Cuando una vaca no daba más leche, la dejaba pastando y seguía con la otra. Cuando volvía del reparto la recogía.
– ¿Se le perdió alguna vaca?
– Nunca, tenía un perro que las encontraba. Además, tenían colgadas dos campanas que se oían desde lejos. También llevaba un ternero porque las vacas, a veces, se negaban a dar leche; entonces, les apoyaba el ternero para que “chupeteen” y la leche bajaba otra vez…
– Usted, las dos vacas, el perro, el ternero… eran casi una manifestación.
– Eso no es nada, además me acompañaban siempre cuatro o cinco chicos a los que les gustaba hacer el reparto. Ellos me ayudaban cruzaban los baldíos para llevarles la leche a los clientes alejados y acortar camino. Yo les compraba bananas para que fueran comiendo.
– La leche recién ordeñada es muy “cremosa”…
– La primera es un poco floja; cuando se apoya al ternero es más “gorda”. Recuerdo a un chico que tomaba leche de tarro – a la que le ponían agua- y estaba muy débil; parecía que iba a morirse. Yo empecé a llevarle la leche recién ordeñada, “gorda”, y a los pocos meses se repuso. Hoy tiene cerca de 50 años y es un “ropero”.
– ¿Todos los días hacia el reparto?
– Todos, no “había” ni domingos ni feriados.
– ¿Y cuando llovía?
– Me mojaba.
– Vamos, don Mariano, hablo en serio…
– El reparto había que hacerlo igual. Si me agarraba la lluvia en el camino, me las aguantaba; cuántas veces se me secó la ropa en el cuerpo! Si llovía antes de salir, ordeñaba las vacas en casa, cargaba la leche en los tarros y salía a hacer el reparto a caballo. Me cubría con un pantalón y un saco de lona, encerados. .. ¡Se formaban cada barriales!. Antes, en Villarino (actual Lisandro de La Torre) traían la hacienda para Liniers y muchas ovejas se quedaban empantanadas. Después, venía un peón, con un carrito, y las levantaba. Yo, cuando llovía, no podía salir con las vacas porque se les embarraba la ubre y tenía que andar pidiendo un balde de agua en cada casa para lavarlas antes de ordeñarlas.
– ¿A cuánto vendía el litro de leche?
– A veinticinco centavos. Hacía más diferencia cuando se festejaban las fiestas patronales de Lourdes. Yo llevaba dos vacas a la puerta de la iglesia y vendía la “copa de leche”. En ese tiempo, venía mucha gente de la Capital – el lugar se llenaba de mateos estacionados – y como estaban acostumbrados a tomar leche de tarro, para ellos era como una novedad tomarla al pie de la vaca. La copa la vendía a quince centavos.
– Usted sí que estaba imposibilitado de echarle agua a la leche…
– Ah, ahí estaba sonado. El único rebusque que tenía era ordeñar la leche con mucha espuma para que la “medida” se llenara más rápido… pero como se daba la “yapa”, todo quedaba igual. Además, había algunas familias muy pobres a las que no se les podía cobrar. Antes, había mucha más pobreza que ahora y todo era más duro.
– ¿En qué año dejó el reparto?
– En el ‘46, ya no se podía andar con las vacas por la calle. Entonces, me compré un camión y empecé a transportar materiales de la construcción: arena, cemento, ladrillos. . . Después, instalé un mercado, pero al poco tiempo lo cerré.
– ¿Qué rescata de su época como lechero?
– Que muchos de aquellos chicos, a los que yo les llevaba la leche, o me acompañaban en el reparto, hoy son hombres grandes y me saludan con afecto. Yo salgo a la calle y a cada rato siento: ¡Chau, Mariano!, ¡Chau, Mariano!… a muchos, no los reconozco pero los saludo igual porque sé que son de aquel tiempo…