Sin dudas, Caseros ha tenido comercios tradicionales en todos los rubros. Esto se debe al espíritu pionero de los primeros pobladores del lugar que encontraron en lotes de quintas de fruta y verdura un lugar para vivir, para echar raíces. Una de las familias protagonistas de esta historia entrega su apellido al barrio para ser sinónimo de calidad.
Eligieron instalar una granja sobre la calle Urquiza, entre Sarmiento y Andrés Ferreyra, bailando probablemente con la más difícil porque iban a darle al pueblo lo que no había: huevos, pollos, corderos, lechones… La familia de Alberto Sanchís basó su éxito en años de sacrificio, en décadas de viajes al interior bonaerense, transitando por entonces rutas inaccesibles, seleccionando los mejores proveedores.
Lo cierto es en que Caseros, durante seis décadas, tuvo a su alcance cada mañana, productos de granja frescos. Haga memoria, vecino, recuerde esas yemas anaranjadas de esos huevos de color dos veces más grandes que los que se adquieren hoy en día y confiese si ha visto nuevamente en la zona productos como aquéllos. Huevos de campo, provenientes de gallinas alimentadas a maíz. No hay caserino que no haya crecido a fuerza de los huevos de Sanchís, que no haya hecho una cola interminable para las fiestas, que no haya celebrado un cumpleaños o casamiento con sus pollos y lechones. Tiempos idos. Una cuadra y media de cola para poder reservar la materia prima de una cena de Navidad o fin de Año, frente a la puerta de lo que alguna vez fuera el Correo, según cuentan los viejos pobladores.
Cuántas madres tomaban su bolsa el sábado por la mañana y, pacientes, se sumergían en el mundo de gente que optaba por esos productos frescos que no tenían el mismo sabor que los demás. No existía el freezer, no había aparecido el microondas y lo que comíamos hoy, ayer caminaba feliz por Junín, Vedia y Ascensión.
Conocida es la leyenda del señor pícaro que compraba los huevos sucios, que Sanchís todavía no había lavado, para ofrecerlos como traídos por él mismo desde el interior. El hombre con su canasta captaba preferencias, sobre todo en los arrabales de Caseros y pese a que don Sanchís lo sabía, no se enojaba ni mucho menos. Eran tiempos en los que se vivía y dejaba vivir. El tiempo ha pasado. Los descendientes de los ya fallecidos fundadores han decidido no vender el apellido Sanchís que conlleva toda una marca. Fallecidos los hermanos, sus familias han cambiado de rubros comerciales y de nombres, reservando en su intimidad años y años de esfuerzo y sacrificio.
Donde supo estar el depósito de Sanchís, en la calle Sarmiento, entre Urquiza y Belgrano, Hilda Cuello viuda de Sanchís instaló una casa de antigüedades. La calidad, la atención personalizada, el conocimiento del rubro, el esfuerzo y el sacrificio siguen estando presentes, es que todo ello no desaparece con el tiempo, se trata de una marca de familia.
SERGIO GARCÍA (www.inolvidables. freeservers.com)
Nota de redacción: en la actualidad, el negocio de antigüedades fue reemplazado por un supermercado chino