*** Esta nota fue realizada en agosto de 2008, a pocos días de que Federico regresara de Europa ***

Sí, es el mismo Federico, el que está acostumbrado a caminar por avenida San Martin o por De Tata, el que ahora peregrina por un camino legendario del norte de España. El mismo Fede, el hijo de Silvia y de Jorge, el hermano de Rocío, el que ve a lo lejos la catedral de Santiago de Compostela y no puede evitar las lágrimas. Lo dominan sensaciones contrarias. Tras cuatro días de caminata, está cansado y anhela atravesar el pórtico del santuario pero a la vez desea que el peregrinaje no termine. Que la experiencia no concluya. Siente que su vida ya no es la misma. Es el mediodía del domingo 3 de agosto y el sol del verano español se clava sobre el muchacho de Caseros que está feliz y que también está triste.

“Cuando se llega a la Catedral, uno suele acercarse hasta la imagen de Santiago El Mayor y abrazarla para agradecer… luego, se baja hasta el sepulcro donde a través de una reja se ve la urna que guarda sus restos”, dice Fede, que tiene 21 años y cara de buenazo, cara donde una incipiente barba pelea por su propio espacio.

“Es una experiencia muy fuerte, desde que vi la catedral hasta que llegué, entré y me fui, no pude parar de llorar… y lo que me pasaba a mí le pasaba a todos los que habían culminado el viaje y recorrían la iglesia”, cuenta el muchacho.
Ahora estamos en su departamento de avenida San Martín, entre Fischetti y De Tata, donde vive junto a sus padres y su hermanita. En el departamento de al lado viven sus abuelos, Nelly Quintás y Alberto Prado. El pibe está rodeado.

A fines del pasado febrero, Fede – quien fue alumno del instituto Cardoso y actualmente cursa Administración de Empresas – junto a tres amigos dejó Caseros y partió para Innsbruck (Austria), afortunadamente beneficiado por una beca para perfeccionar sus estudios. En Europa, aprovechó un receso para trasladarse a Santander (España) y visitar a parientes. También, para concretar un deseo que lo perseguía desde hace tiempo: peregrinar por el Camino a Santiago, el mismo que príncipes y reyes, mendigos y ricos, hombres y mujeres de todo el mundo, recorren desde hace siglos.
“Hace mucho tiempo que quería hacerlo. Lo fui estudiando a través de documentales que dan por la tele y por información que saqué de internet… también leí el libro de Paulo Cohelo (“El Peregrino”) que habla sobre este camino… no soy fana de Cohelo pero reconozco que lo que cuenta en el libro se acerca mucho a la realidad… planeaba recorrerlo en el 2011, año en que espero terminar mis estudios. Pero se me dio esta oportunidad y la aproveché”.

Fede le dio un beso a sus familiares de Santander, cargoó su mochila y subió a un ómnibus que lo dejó en Sarria, provincia de Lugo, Galicia, a la vera del camino que 112 kilómetros después lo dejaría frente a la Catedral. En Sarria, tras participar en la Misa del Peregrino, donde pidió para que le fuera bien en el viaje – se alojó en un albergue compartido con viajeros de todo el mundo. Al amanecer siguiente, se calzó sus zapatillas y se lanzó al camino.

– Estabas solo.
– Sí, mis compañeros estaban en otros puntos de Europa. Igualmente, dicen que es mejor hacer el camino en soledad…
-¿Por qué?.
– Porque también es un viaje interior.
-¿Sos religioso?
– Sí… aunque no de concurrir a misa como debería.

Son varias las rutas que confluyen frente a la Catedral de Santiago. Federico eligió la más clásica, la llamada “ruta vieja” o “camino francés”. Se alejó de Sarria y se internó en un trayecto gastado por pasos inaugurados hace cientos de años. Atravesó bosques de robles, pinos y eucaliptales, lomadas y arroyos, túneles y puentes construidos en tiempos del imperio romano. Atravesó vías y senderos flanqueados por hortensias. Caminos de ripio infinito y trigales, llanuras y “la nada”. Prados húmedos y montes. Iglesias y más iglesias, capillas y ermitas. Aldeas sin mayor riqueza que las vacas y el cielo azul. Pueblos de olmos y castaños, pueblos de una docena de casas, detenidos en el tiempo, pueblos de la vieja España, con almacén, una plaza sencilla y poco más y ciudades que no esconden su progreso. “Todo atravesé, todo es parte del Camino”.

-¿Cuánto caminabas por día?.
– Veinticinco kilómetros… un día, caminé casi cuarenta, hice todo el recorrido en cuatro jornadas… Empezaba al amanecer, cinco y media, seis de la mañana, y seguía hasta poco más del mediodía.
– ¿Dónde dormías?.
– En los albergues… son muy económicos, cuestan a alrededor de tres euros.
– ¿Son albergues presentables?.
– Sí, son bárbaros, limpios, tienen ducha, baño, lugar para cocinar, comedor…
– ¿Compartías el dormitorio?.
– Más o menos con 50 peregrinos. Compartir es normal en este tipo de experiencias. Además, así no necesitás alarma para despertarte porque todos, a eso de las cinco, empiezan a levantarse y se van para el camino… Alrededor de las siete, buscaba algún lado para desayunar un café con leche y un ‘sobao’ que es una especie de magdalena cuadrada, muy rica.
– ¿Qué cargabas en tu mochila?
– Una bolsa de dormir, agua, latas de comida, algo de ropa…

EL SALUDO DEL PEREGRINO
El muchacho de Caseros se guiaba por unas señales amarillas pintadas rústicamente sobre piedras, árboles, paredes o carteles precarios. Esas flechas amarillas le aseguraban que iba por el buen camino. Cada tanto superaba a un francés o un alemán, o se vela superado por scouts italianos o un matrimonio sueco. Todos, compartiendo el peregrinaje. “Con cada uno que te cruzás, el saludo de rigor es: ¡Buen camino! ¡Buen camino!… cuando encontrás a alguien que imaginás cansado, le decís ¡Ánimo, ánimo… buen camino!… y todos lo dicen en castellano… no importa si es inglés o austríaco… todos repiten ¡Buen camino! en castellano. El saludo y el aliento no provienen solamente de quienes comparten la experiencia sino también de quienes se hallan a la vera de la ruta. A todo el que le preguntés algo te contesta lo más bien e incluso hasta te ofrecen agua”.

Con entusiasmo, Fede relata que se sintió parte de una comunidad fraterna donde todos se concebían iguales, todo compartían y todos se alentaban, fraternidad que si se practicara en un alcance superior, seguramente podría cambiar al mundo.
Federico describe que los momentos de mayor contrición los vivía al empezar cada caminata, momentos donde para sí agradecía la posibilidad de vivir esa experiencia y agradecimiento que se extendía a todo lo que Dios le regalaba. Comprendía, caminando, el valor de la simpleza y la humildad. También comprendía que el cansancio, la incomodidad, “el andar todo sucio”, y hasta el sufrimiento le estaban dejando enseñanzas.
“Una noche, me acosté muy afiebrado y me preguntaba: ‘Pero… qué hago yo aquí, solo, con fiebre?… es mágico, uno después comprende que eso también es parte del camino”.

– En cierto aspecto, es una concepción casi franciscana…
– Exactamente, creo que ese es uno de los ejes de la peregrinación.
– ¿Cómo concluirías esta charla, Federico?
– Le aconsejaría a todo el que tenga la posibilidad, que haga el camino… aunque sea solamente un trecho de cinco o diez kilómetros, aunque sea únicamente por razones turísticas… que lo haga… Será inolvidable.