Es apasionado por la música y se luce con el dibujo. Pero se destaca fundamentalmente como escritor. Fue en España donde una de sus novelas – El río voraz – obtuvo el primer premio del certamen literario Ínsula del Ebro 2008. Lo entrevistamos en su casa donde vive junto a su esposa, su hijo menor, dos perros y cuatro gatos, ubicada sobre la calle 3 de Febrero, entre Urquiza y Valentín Gómez, frente al Paramount. Es un departamento con un amplio ventanal desde donde se observa tanto la calle más céntrica de Caseros como el legendario cine. Charlamos con Alberto en el amplio comedor, rodeados de libros y cuadros con dibujos de su autoría. Nos dijo lo siguiente:

El premio que recibí fue instituido por una delegación del gobierno de Aragón y la Comunidad Hídrica del Ebro que reúne a provincias como La Rioja, León, Cataluña… que son, de alguna manera, dependientes del recorrido del Ebro y forman una especie de cordón cultural muy importante en España.

“El río voraz” está relacionado con el Río de la Plata y trata, entre otras cuestiones, sobre Elisa Brown, la hija del almirante, que a sus diecisiete años se suicida internándose en el río. Ella estaba enamorada del capitán Drummond, quien había combatido junto a su padre. Es una novela ficción respetando un lineamiento histórico… todo desde la óptica de negros esclavos que trabajan en la Casa Amarilla del almirante Brown. En la novela está presente el río, uno de los requisitos para participar en el certamen que fue ganado por primera vez por un escritor latinoamericano.

Mi casa de la infancia estaba ubicada en avenida San Martín, casi esquina Mitre, donde ahora está la rotisería “Avenida”. En ese tiempo, la avenida San Martín era de tierra, a partir de Mitre, para el lado de Ciudadela. Justo frente a casa se levantaba el monumento con la imagen de San Martín, mirando para el lado de las vías. En casa se leía mucho. Mi papá, Alberto Cambas, era empleado de Teléfono del Estado pero también un gran cuentista. Publicaba en el diario Democracia y también participó en una antología editada en Rusia. A mí me dormían leyéndome cuentos de Horacio Quiroga. Me los leía mi vieja, Manola Sabaté, y, a veces, un tío muy querido: Guillermo Ribano, que fue el alma mater del scoutismo en Caseros. Los viernes, mis viejos me llevaban al Café Tortoni porque les gustaba participar en las reuniones literarias. Íbamos con el 141 hasta Chacarita. Yo me dormía en la falda de mi vieja que después me acomodaba en las sillas del café.

Mi viejo era un enamorado del Delta y del litoral. Íbamos a la casa que teníamos en el Delta casi todos los fines de semana. Cuando acá hubo una epidemia de poliomielitis, prácticamente me internaron en el Delta para escaparle al contagio. Gran parte de mi infancia la pase allí. Desde ese tiempo, tengo una gran afinidad con toda esa zona. Tengo un conocimiento de vida que me permitió desarrollar con fidelidad algunos tramos de la novela El río voraz.

Fui alumno de la escuela N° 8, cuando estaba en 3 de Febrero y Belgrano, y después cuando se trasladó a Andrés Ferreyra, entre Belgrano y Urquiza. El secundario lo hice en el Thomás Guido, en San Martín. Con mis ‘compañeritos’ de la primaria nos seguimos reuniendo y muchos de ellos me acompañan en las presentaciones de mis libros.

A la pelota jugué poco porque era malo y cuando me llamaban me ponían al arco. Sí, integré un equipo infantil de básquet que fue campeón. En ese equipo jugaban el Bocha Sodor, Beto Cevallos, Caffarello, Torchia, Chiche Gunning

Desde muy chiquito me atrajo la literatura. Tengo guardado un cuento que lo escribí con tinta china, cuando tenía ocho, nueve años… el protagonista es sir Lancelot. Por supuesto, me apasionaba, y me apasiona, leer… empecé devorándome la colección Robin Hood y, ya adolescente, me atrajeron Roberto Arlt y Elías Castelnuovo, del grupo Boedo, que vivía en Liniers y a quien tuve la oportunidad de conocer. También me impactó mucho Sarmiento: considero que su Facundo sigue siendo la mejor novela histórica argentina. Con el tiempo, llegaron a mi vida Cortázar, Henry Miller, Maupassant, Poe, Melville, Stevenson, Wilde, Dickens, Joyce, Conrad… son tantos. A los clásicos siempre los releo. Destaco dos obras: el magnífico “Quijote…” y un libro, al que frecuentemente acudo cuando carezco de inspiración, “Las mil y una noches”. Este libro y la Biblia – para nada soy religioso- suelen inspirarme.

Escribí trece libros, entre libros de cuentos y novelas. El que personalmente más me gusta es “Cuarteto horizontal”, una novela urbana, contemporánea, donde reflejo a personajes muy cercanos a mí, durante mi vida como músico. También tengo otro libro de tres cuentos largos, o tres novelas cortas, que se llama “Ojo de Bioy”… en su último libro de notas, Bioy Casares menciona una serie de ideas inspiradas en recortes de diario que nunca desarrolló. Sobre esas ideas de Bioy, desarrollé mi propio texto. También estoy por finalizar un libro llamado “Blues salvajes” y, además, está muy cerca de presentarse en España una sucesión de cuentos que escribí llamada “La serpiente emplumada del Loco García” donde el protagonista es un personaje que transita por situaciones creadas en el Delta. Escribí durante toda mi vida aunque con algunos períodos de interrupción, a veces prolongados. Me dediqué a la música, fui empleado estatal y de un sindicato, dirigí un diario en Arrogué… Hace un par de años que decidí dedicarme de lleno a la escritura; incluso, estudiando para escribir mejor. Considero que tengo un estilo llano y busco escaparme de algunas influencias muy fuertes como la de García Márquez porque me siento muy influenciado – incluso, emotivamente – por todo el realismo mágico y la literatura latinoamericana. También busco escaparme de la tendencia a poner al hiperintimismo como eje fundamental de una novela.

Sé que algunos para escribir necesitan sufrir o drogarse o tener algún padecimiento. No es mi caso, yo, para escribir, necesito estar bien comido y bien dormido.

Corrijo mucho; tal vez, demasiado. Soy medio obsesivo con la corrección. Dudo mucho y, por eso, corrijo.
Escribo, dibujo, toco la trompeta… me atrae todo lo artístico. Por el contrario, para cambiar el cuerito de la canilla, tengo que llamar a alguien que sepa. Mi señora me regaló una agujereadora… todavía no la desenvolví.

Ejercer la amistad es una de las costumbres propia de los barrios. Dos veces por semana, los martes a la noche y los domingos a la mañana, una barra de amigos nos reuníamos en Ottonelli o en el bar El Roble. Lo hacíamos desde hace mucho tiempo. Durante veinte años me ausenté de Caseros. Me mude catorce veces. Y estas reuniones siempre las extrañé. Somos un grupo de amigos, de distintas edades, que nos tenemos un gran aprecio; incluso, nos permitimos todos los errores y todos los defectos. Cuando recibí el premio en España, durante el discurso ante las autoridades oficiales, mencioné que ellos, de alguna manera, me estaban acompañando… y era cierto: estaba vestido con la corbata de uno, el saco de otro, el cinturón de otro, el reloj de otro… ellos quisieron así compartir el momento. Cuando estaba en esa parte del discurso… no pude evitar ‘volcar’ pero ellos lo comprendieron y también se emocionaron…