Las hermanas Ema, Silvia y Adelina Romani eran de cuna mendocina. Llegaron a Caseros a mediados de la década del ’30, junto a mamá Josefina y papá José, ferroviario de la línea Pacífico (BAP).
“Antes de llegar a Caseros, vivimos en distintos lugares porque a papá lo trasladaban de un lado a otro… y nosotras acompañándolo, también íbamos de aquí para allá”, nos dijeron las hermanas durante una entrevista que le realizamos en 2003.
Don José Romani fue guarda e inspector en los tiempos en que ser empleado del ferrocarril era un privilegio.
“Papá parecía un figurín con su uniforme de guarda. Llevaba el cuello de la camisa, blanco, almidonado… hasta se lustraba los botones dorados; tenía los zapatos brillantes. En verano, le daban una chaqueta de hilo blanco y, en invierno, un sobretodo azul que se lo renovaban cada cuatro años. El paño era tan bueno que mamá, cuando le entregaban el nuevo, le reformaba el anterior y lo transformaba en uno de vestir”.
La familia se afincó en una casa casi pegada a las vías, en la cortada de la calle Constitución. “Teníamos como vecinos a los Mari, Coletti , Sagasta, Labate…”.
Las hermanitas crecieron junto al pueblo que todavía era una suma de calles de tierra, baldíos, potreros, hornos de ladrillo, mariposas y cantos de grillos. La casa tenia jardín al frente, quinta y gallinero. Las chicas compartían un dormitorio que fue escenario de guerras de almohadas y testigo de los primeros sueños románticos. La esquina de la cortada era frecuentada disimuladamente por los mozos caserinos interesados en toparse por casualidad con alguna de las jóvenes.
“Una vez, alguien que jamás supimos quien fue, nos dedicó una serenata frente a casa. Como no sabíamos a quién estaba dedicada, ninguna de las tres nos animamos a abrir la ventana y agradecer y eso que papá insistía para que saliéramos. Fue un papelón”.
“Paseábamos por la calle 3 de Febrero… la famosa vuelta del perro… las chicas caminábamos y los muchachos, en las esquinas, nos pispeaban y nos decían algún piropito”.
Fueron fanáticas de las milongas en el club República donde, muy prolijitas y paquetas, concurrían acompañadas por la paciencia compinche de mamá Josefina.
“Primero, le pedíamos permiso a papá… Él nos decia: ‘Si mamá las lleva vayan…’. Papá era un hombre muy bueno que nos consentía en muchas cosas pero también era muy recto; cuando nos poníamos traviesas, le alcanzaba con sólo una mirada para que nos quedáramos tranquilas”.
En el República, dos de las hermanas (Silvia y Ema) conocieron a dos amigos porteños (Osvaldo Blanco y Juan Maestre) que se aventuraron a milonguear en Caseros. Recordaron con picardía: “Con el tiempo, nos enteramos de que algunos muchachos del barrio estaban celosos porque nos habíamos puesto de novia con ellos. Nos casamos en la iglesia La Merced”.
La Romani restante se casó, con un españolísimo y conocido comerciante de estos pagos. Los tres matrimonios eligieron quedarse en Caseros para siempre: aquí constituyeron sus familias, aquí nacieron sus hijos. Adelina trabajó codo a codo junto a su esposo, Manuel Regueiro, propietario de la tradicional Casa Regueiro, Silvia fue una de las socias fundadoras de la Liga de Madres de Familia Nstra. Sra. de La Merced. Ema fue una querida maestra de la escuela N°45.
Por sobre todo, las hermanitas Romani fueron una página cálida de la historia entrañable de Caseros.