El grandote de la calle La Merced, entre Andrés Ferreyra y Sarmiento,  era el mismo que cuando pibe tomaba el 141 para ayudar a su padre que regenteaba un bar en Mitre y Agüero.

“En verdad yo hacía que tomaba el 141 porque me guardaba, para comprar caramelos, las cincuenta guita que costaba el boleto…claro, iba caminando hasta el bar y, antes de entrar, relojeaba hasta que viniera un colectivo; entonces, yo hacía que recién bajaba del bondi para que mi viejo no se avivara de que había ido a pie”, nos confesó el grandote cuando, hace un tiempo, lo entrevistamos.

Era la década del ’50 y ese pibe que fingía tomar el 141 andaba por sus ocho, nueve añitos.
“Siempre andaba con los bolsillos llenos de caramelos porque, además, ligaba las propinas que me dejaban los que iban al bar y alguna moneda que me tiraba mi viejo porque yo lo ayudaba limpiando, atendiendo las mesas o yendo a comprar pan”.
Guardapolvo primario en la escuela 8 (foto) y después de las aceleradas tareas para el hogar, meta jugar a la pelota hasta que tronaba el imperativo llamado materno.   

“También jugábamos en la iglesia de La Merced. Después del catecismo, el padre Juan sacaba la pelota, se arremangaba los pantalones y empezábamos a patear… a veces, el padre agarraba unas chirolas y nos mandaba a la fiambrería ‘Fiol’ (avenida San Martin, casi Moreno) a comprar salame y hacíamos sanguchitos”.

Domingos de misa mañanera que tenían como premio “un cuponcito para ver las películas de cowboys que, a la tarde, daban en una sala que estaba al fondo de la iglesia… yo creo que uno sin ese cuponcito entraba igual pero, en ese tiempo, esas cuestiones se respetaban y, si no teníamos el cuponcito, no se nos ocurría colarnos”.

En la esquina de La Merced y David Magdalena, el almacén “El Cañón” se prolongaba en mostrador, estaño y cancha de bochas. El legendario boliche vio crecer a esos pibes que organizaban la fogata de San Pedro y San Pablo en Moreno, casi David Magdalena “en el mismo lugar donde hicimos una canchita con arco y todo… al lado, estaba el limonero del doctor Donato… si le habremos bajado limones a pelotazos”.
Claro que los partidos importantes, “contra los del otro lado de la vía, los jugábamos en el ‘campito de la empresa’ (Valentín Gómez y Cavassa).

Excursiones a la legendaria Excavadora “para cazar ranas que les vendíamos a los mendocinos que tenían la fonda ‘La Amistad’ al lado del ‘Pampa’ (Valentín Gómez y Andrés Ferreyra)”.

El grandote era aquel adolescente que vivía en Cavassa, entre Moreno y La Merced, en el mismo domicilio donde sus españolísimos padres – Rosa Dorrego y Jesús Hernando Peronsanz – inauguraron una fiambrería que mantuvieron abierta durante más de tres décadas.

“Los muchachos parábamos en Cavassa y Moreno, donde el dueño nos dejaba siempre que no dijéramos malas palabras – tampoco se decían como ahora – y que nos fuéramos cuando él bajaba la cortina para irse a dormir; entonces, nos corríamos hasta el paredón de Prada… ahí nos quedábamos hasta la hora que queríamos o hasta cuando nos corría la policía”.

“Hablábamos de futbol, de tango, de cómo arreglar el mundo; también, hablabamos de minas pero no tanto como uno podría creer. En esa barra estaban: Tuti lacaruso, el Tano Amadeo, Hector Ferrarotti, Palito Bagna, Hector Baldessari, el Colorado Alonso, Toto y Beto Marocchi, el Negro Dolina, Omar Vescina, Coco Rearte, Carlitos González… Carlitos era el genio de la barra, un loco de atar… el viejo, que era diplomático, le había regalado un juego de química y se puso a hacer experimentos… una vez, voló el cuarto del fondo de su casa, hoy es ingeniero y vive en Suiza. El Negro Dolina también era un personaje… tenía mucha chispa… que más se puede decir de él ¡por algo llegó donde llegó!… me acuerdo que me venía a buscar a casa… entraba al negocio y le preguntaba a mi viejo ‘Don Jesús: ¿está ‘el artista’?’ (me decían ‘el artista’); mi viejo le decía: ‘El artista está empollando’… entonces, el Negro se mandaba hasta mi dormitorio para tomar mate… andaba siempre con un gabán negro, cruzado y con pañuelito al cuello… y siempre con la ‘Spika’ pegada, escuchando tangos”.

PIPITA

Tiempos en que la seguridad de Caseros era controlada por un principal de figura intimidante llamado David Dimerman. “Pero todos les decíamos ‘Pipita’ porque se la pasaba fumando en pipa… andaba mucho a caballo, moviendo la fusta. Era robusto, rubio, de bigote… se le tenía mucho respeto. Tal vez no era que te iba a fajar pero te pegaba dos gritos y te quedabas en el molde. Era bravo. Una vez, se instaló una villa en Cavassa y Valentín Gómez y ‘Pipita’ fue, tiró abajo los ranchos y los prendió fuego. A las petiteros les sacaba el taco de los zapatos y si estabas con el pelo largo te pasaba la cero… te hacía una raya con la máquina y te tenías que rapar”.

“Yo aprendí a jugar al billar de muy chico en el bar de mi viejo… una vez, Ezequiel Navarra – que había venido a una exhibición – me regaló un taco. Cuando tenía diecisiete años, empecé a ir al ‘Pampa’ a jugar al billar. ‘Pipita’, todas las noches, iba a tomar un ‘vermucito’… se acodaba en el mostrador y miraba a las barritas… de repente, señalaba a uno con el dedo y le decía: ‘Señor, venga… ¿dónde trabaja usted ? ah, no trabaja… si mañana usted viene aquí me tiene que decir donde trabaja sino no venga más…’. Fija que al punto no se le iba a ocurrir volver si no conseguía algo”.

Tiempo también de tardes en el club 9 de Julio y de noches inquietantes en ‘asaltos’ organizados en terrazas y patios con hortensias. “En un día de primavera, en la casa de Alberto Noya, en un ‘asalto’, me puse de novio con la Norma… yo la conocía desde chico porque ella vivía al lado de donde paraba la barra y jorobábamos… pero a afilar en serio empezamos ese día. Llevamos treinta años de casados”.

Cuando lo entrevistamos, el grandote andaba pisando sus 56 abriles. De oficio, constructor. Simpatizante casi fanático del “glorioso San Lorenzo de Almagro”. También era fanático fumador aunque el vicio ya le había generado más de un susto .

“Creo que el primer faso lo fumé apenas tuve la estatura para alcanzar la cigarrera que mi viejo tenía en el bar… una vez, yo estaba con la barra y justo pasaba mi viejo que no me dio tiempo para tirar el cigarrillo sin que se diera cuenta; entonces, me lo puse en el bolsillo… mi viejo me miró y me dijo: ‘Sacatelo del bolsillo porque te vas a quemar el pantalón y tu vieja, encima, te va a fajar’ “.

“Recuerdo con cariño a esa barra de Moreno y Cavassa que se fue abriendo por esas cosas de la vida… unos nos pusimos de novios; otros, por el laburo… fueron lindos tiempos”.

Casado con Norma Siano, Luis El Gallego Hernando, tuvo dos hijas: Adriana y Cecilia. Falleció el 16 de marzo de 2017, a sus 69 años. Fue un hombre bueno, querible, afable vecino de nuestro barrio.