En 1961, dos puertas esenciales en el escenario de mi vida me hacían vislumbrar luces nuevas: la escritura y la música. Fortalecía las palabras en primero superior en la Escuela 83 (actual 45) y junto a la Sra. Zulema los sonidos de mi alma iban a unirse a las melodías que yo misma develaba en el do negro y blanco – escarpado sendero horizontal de marfil y ébano- que a la hora de la siesta me esperaba latente en la casa de los Tedesco, en General Paz (hoy, David Magdalena), casi Mitre.

Fue en noviembre para agasajar a la música que la Biblioteca Alberdi organizó una tardecita donde el piano vertical sobre el escenario, los sonidos de las voces del público inquieto, sumados a los suspiros nerviosos entre bambalinas mezclados con el olor de los libros y el de la madera recién encerada eran el presagio.

Allí estábamos con la señora de Tedesco esperando que me nombraran para tocar SEMANA DE VACACIONES-LUNES. Caminé hacia el piano vestida de plumetí celeste y de infancia. Saludé a la multitud repitiendo la reverencia que mi maestra me había hecho ensayar y toqué con simplicidad, sin pensar en nada, los ojos y el corazón puestos en los dedos que iban y venían como barquitos conocedores de su recorrido sencillo.

Hubo aplausos, más saludos y besos de labial rojo que la señora de Tedesco desparramó en mi cara.
Fue mi primera vez en un escenario dentro del escenario de la vida y sucedió en la querida Biblioteca Alberdi que habita en Caseros.

Mucho después, llegó diciembre de 1971 y mis compañeros de La Merced dijeron “Prohibido suicidarse en primavera” y actuaron a Casona en el mismo ámbito acogedor y bello; otra vez aplausos, ovaciones, sentimientos.

Me pregunto si en el espacio donde habita el silencio que se anima detrás de las palabras se juntan los sentires de todos los acontecimientos que suceden en la Biblioteca y por eso es tan benévolo su aire de bienvenida.

En 1973, la mesa preparada para la cena estaba puesta al costado del escenario presidida por el querido Dr. Larumbe, Fernando Seguí y yo, entonces miembros muy jóvenes de Rotaract, habíamos sido invitados a compartir la reunión de la comisión de Rotary. Allí estábamos disfrutando la charla y los canelones humeantes pero también flotaban cerca los saludos de otras multitudes, el piano en mi memoria celeste de plumetí, Casona, sus personajes y mi adolescencia, los libros, el sonido de las hojas seseando entre los dedos de los lectores, los pasos amortiguados sobre la madera reluciente, las voces, los sentimientos.

Querida Biblioteca Alberdi, sos un escenario dentro del escenario del vivir en nuestro barrio, una companía presente, hacedora, sostén de la cultura, del encuentro, del ánimo de compartir… ¡Muchas, muchas gracias!

NORA BALARINO