Alto, imponente, apoyándose en un bastón, acostumbraba a pasear por las veredas de nuestro barrio, donde residió durante toda su vida. Integrante de una familia compuesta por nueve hermanos que vivía en el temido Barrio Chino (limitado por las calles L. Medina, Bonifacini, Hornos y Alberdi) donde tanto las cuestiones filosóficas o espirituales se dirimían a las piñas.

Fue centrojás del club Unión pero desde muchacho también se sintió inclinado por dirigir los bravos partidos de futbol donde se enfrentaban los equipos locales. Fue, también, delegado del Jota Jota.

“El fútbol estaba dominada por los equipos grandes y a los chicos los tiraban al bombo”, nos detalló en cierta oportunidad.

Con el tiempo, tras la capacitación correspondiente, obtuvo la habilitación profesional para dirigir los partidos de la tercera especial y actuar como linesman en los torneos organizados por la AFA.

Se sabe que tal ocupación no suele generar mucha ternura en las tribunas. Al respecto, nos contó ciertas peripecias:

  • En el ’46, yo era linesman y un grupo de mujeres, en la cancha de tigre, en la platea femeniba, no paraba de insultarme de arriba a abajo. Me calenté. Con disimulo, me acerqué y les dije: ‘¡Manga de atorrantas, vayan a lavar los platos!’. Quedé aliviado.
  • Estaba dirigiendo en Platense, un partido de cuarta división. En la tribuna, el único tipo que había me decía de todo. Me arrimé al alambrado y le grité: ¡Che, cornudo, por qué no vas a tu casa que tu mujer está con otro!… el tipo bajó y se fue.
  • Recuerdo a un pibe de Independiente – muy habilidoso, muy morfón – que se burlaba de su marcador. Lógico, el defensor lo estroló de un patadón. Cuando el pibe se me vino a quejar, le dije: ‘Mirá, compadrito, si hubiera sido yo, te rompería la gamba… ¿Por qué no te dedicás a jugar a la pelota? Me hizo caso y su  equipo ganó tres a cero.
  • En un pueblo del interior, estaban tan acostumbrados a que los árbitros se vendieran que, apenas me bajé del tren, el comisario me dijo que si no dirigía bien, me sacaba la policía de la cancha para que la gente me cascara.

También, fue refereé en los recordados campeonatos nocturnos organizados por el Jota Jota y en los torneos infantiles Evita.  Se ganó fama de severo pero también de honesto.

“En un torneo nocturno en el Jota Jota, ahí dirigía sin linesman, un jugador metió un gol con la mano. No lo vi. Ante la protesta de los rivales, lo encaré: “Decime, García, si sos mi amigo me vas a decir la verdad: ¿Lo hiciste con la mano?”. Me contestó: ‘Sí, Quinterno, lo hice con la mano'”.

Fue árbitro hasta 1960 cuando colgó el silbato y el banderín.

Casado con María Elena Campos, el matrimonio tuvo dos hijas: Amalia y Marta.
Manuel vivía en la calle Perdiguero, entre Sabattini y De Tata. Falleció el miércoles 24 de marzo de 2004, a sus 89 años. Su recuerdo forma parte de la querida historia del barrio.