Cada 3 de abril, los duendes eternos del barrio se convocan en la esquina de Sarmiento y Belgrano e ingresan en la vieja casa de libros, desandan los pisos de madera, se acercan a las legendarias estanterías y se abrazan a los libros que hablan de amor, de aventuras, de muerte, de ilusiones, de fracasos, de sueños, de piratas, frustraciones, de angustias y alegrías, hablan de la vida…

Esos duendes pueden contar la historia de la entrañable biblioteca. Ellos saben. Saben que en 1914, un puñado de vecinos tenía ciertas inquietudes en aquel Caseros que contaba con 6046 vecinos; casi la mitad, extranjeros. Trabajaban en el ferrocarril, los hornos de ladrillo y las quintas. Abrían sus puertas los primeros comercios. Los lecheros despachaban al pie de la vaca. Las calles eran de rigurosa tierra, alumbradas melancólicamente en las esquinas.

Claro que los duendes saben. Saben que en la calle Belgrano 727 (antigua numeración), entre San Jorge y Caseros, se domiciliaba el Centro Socialista de Caseros y que fue allí donde, en la tarde del agonizante verano del 18 de marzo, don Luis Martín Fernandes (así, con ese final) entusiasmó a los muchachos para que fundaran una biblioteca. Y se observa que su inquietud prendió en los seguidores del partido que en su Carta Orgánica señala que “para difundir la verdad económica y social” sería preciso apelar a “publicaciones, conferencias y bibliotecas”.

Tras algunas reuniones, dos semanas más tarde, el histórico 3 de abril (hoy se cumplen 107 años) se realizó la asamblea para crear la entidad. Para elegir su nombre, se hizo una votación y con once sufragios, el ganador fue Juan Bautista Alberdi superando a los de Bernardino Rivadavia (3 votos), Carlos Marx (1) y Carlos de Diego (1).
Fue justamente el autor de Las Bases quien alguna vez dijo “Saber leer y escribir es ponerse en aptitud de empezar a educarse”.

Se designó a Antonio M. Penna y al portugués Martín Fernandes D’Oliveira para que redacten el estatuto. Al lusitano también le cupo el honor de ser elegido como el primer presidente y el primer bibliotecario de la flamante institución.

El laborioso don Martin pertenece a la historia grande de Caseros: su figura está relacionada con la creación de entidades señeras de nuestra localidad.

Los duendes saben que la nueva entidad – donde don Martín acompañado por Luis M. Fernandez Oliveira y Luis Bianchi, satisfizo las inquietudes de los primeros vecinos que se embarcaron en la fascinante aventura de leer – estuvo ubicada en la calle Urquiza 571 (actual Diarko), entre Andrés Ferreyra y Sarmiento.

La “Alberdi” contaba con 417 volúmenes y 335 lectores, un ábaco, un mapa político de la Argentina y un globo terráqueo.
Tras superar una serie de obstáculos, puede decirse que fue en la década del ’20 cuando la institución se lanzó de Lleno a su camino de grandeza bajo el lema “Una obra del pueblo de Caseros para el pueblo, como símbolo de amor, voluntad y constancia”. Se atendía lunes, miércoles y viernes, de 20 a 22, y los domingos, de 14 a 16.

Quince años después de su creación, el 24 de marzo de 1929, la biblioteca – por entonces presidida por Ernesto R. Rousset – se radicó en su actual ubicación.

A lo largo de su historia, la institución brindó su servicio a infinita cantidad de vecinos que pudo tanto realizar sus estudios gracias a los textos como deleitarse con el placer de embarcarse en la lectura. Más allá de cumplir con su actividad principal, la Alberdi fue escenario de múltiples iniciativas que la convirtieron en el centro cultural más importante del pueblo: conciertos, cursos, conferencias, debates, certámenes, etc. se desarrollaron en entrañable edificio de Belgrano y Sarmiento.

El tiempo fue transcurriendo,  la forma de vida ya no es la de antaño. Estos días de vértigo son ajenos a la morosidad y calma que proponen las bibliotecas. Pocos se detienen en los viejos estantes para ingresar al maravilloso vínculo entre renglones y letras. Sin embargo, nos apresuramos a asegurar que faltan eternidades para que las casas de libros pasen al olvido. Mientras hayan quienes decidan alejarse aunque sea por un rato de los resplandores tecnológicos, mientras haya quienes todavía prefieran hurgar en los anaqueles a googlear un teclado de plástico, mientras haya quienes disfruten el olor de los libros, el ruido del pasar de las hojas, mientras haya quienes prefieran vivir a escala humana (como decía nuestro vecino Ernesto Sábato), las bibliotecas tendrán su razón de ser.

Y esto los duendes lo saben. Claro que lo saben.