LA SEÑORA JULIA Y EL HOGAR DE LA CALLE CASEROS CON TANTO BULLICIO INFANTIL
By Caseros y su Gente

LA SEÑORA JULIA Y EL HOGAR DE LA CALLE CASEROS CON TANTO BULLICIO INFANTIL

Cuando entrevistamos, lustros atrás, a Julia Arbunies de Ghilardini, descubrimos a alguien que manejaba la vida con sabiduría entre dulce y sencilla. Nuestra vecina tenía nueve hijos; cinco de ellos, ejerciendo su vocación sacerdotal.

Cuando le preguntamos cómo se las arregló para criar a tantos chicos, reconoció: «Con mi esposo, siempre tratamos de que se respetaran entre ellos; se peleaban, claro… pero jamás permitíamos que las cosas se desbordaran, que fueran intolerantes».

Julia había nacido en Santos Lugares. Sus padres vascos se afincaron en una casita humilde y digna asentada sobre dos lotes. «Teníamos de todo: gallinas, plantas frutales, verdura, flores… mi mamá tenía la costumbre de regalarle, a cada visita, huevos, higos, tomates, jazmines… nadie se iba de casa con las manos vacías», recordó.

Calificó a su propia niñez como “llena de felicidad”; tal vez, con estrecheces económicas, pero rodeada de afecto. Y agregó: «Tengo dos hermanos. Nos entreteníamos con poco pero nos divertíamos mucho… las chicas jugábamos a la ronda y los chicos armaban los baleros con hilo y latitas».

Católica practicante, concurría asiduamente a la parroquia de Lourdes, donde, ya moza, conoció a Aurelio Ghilardini, un muchacho italiano quien quedó prendido de sus encantos. Tras siete años de noviazgo y el sí nupcial, el matrimonio se instaló en la calle Caseros, entre La Merced y Moreno.

A Julia siempre le gustaron los niños… «yo decía, de soltera, que quería tener seis chicos», señaló. Recordamos: tuvo nueve.

Hasta el más despistado podría suponer que un hogar con semejante población precoz – más uno o dos perros- no sería precisamente un oasis de serenidad. Sin embargo, contó, cada pequeño Ghilardini acomodó su comportamiento para mantener la armonía hogareña.

«No hubo necesidad de gritarles ni pegarles; a lo sumo, un llamado de atención. Ellos sabían que tenían la libertad para expresarse, para no sentirse atados, pero también sabían que no podían faltarle el respeto a sus hermanos», detalló Julia, con simpleza. También, reconoció: «Mi esposo fue fundamental en la educación; sin él, yo no hubiera podido hacer nada… él siempre me ayudó muchísimo con los chicos y con la casa».

El día de Julia comenzaba a las seis de la mañana y concluía a las doce de la noche. Además de fregar, cocinar, planchar y limpiar, le quedaba tiempo para ayudar a sus hijos en los deberes escolares o ponerse a charlar con ellos. También se ocupaba de confeccionarles la ropa, desde los delantales hasta los calzoncillos.
Con el tiempo, las hijas más grandes colaboraban en la atención de sus hermanitos. El orden de la casa se mantuvo con el aporte de todos… «yo tampoco era obsesiva porque los chicos querían jugar y era injusto no permitírselo… ¡si me habrán roto cosas con la bendita pelota!».

Cada almuerzo era precedido por una oración y los domingos, infaltable concurrencia a misa. «Siempre practicamos la religión católica».
A los Ghilardini les gustaba el canto y cada Navidad se extasiaban entonando villancicos.
«En una oportunidad, una señora española visitó la casa de al lado y nos escuchó. Vino a pedirnos que cantáramos en su presencia».

Entre otros episodios queridos, Julia recordó inolvidables vacaciones «cuando nos cargábamos en la camioneta y nos íbamos a Córdoba o Mar del Sud ¡Qué bien la pasábamos!».

VOCACIÓN SACERDOTAL

En los años ´70, ejerció, en la parroquia Nuestra Señora de La Merced, el padre Carlos Buela, quien despertó la vocación sacerdotal en cinco de los chicos Ghilardini y tres de los restantes, cuando hicimos esta crónica, ya estaban formando su propio hogar.

Con el paso del tiempo, la casa de la calle Caseros fue perdiendo el bullicio infantil.
«Claro que siempre vienen a visitarnos; si no viene uno, viene el otro… y cuando volvemos a juntarnos es como antes; nos reímos, cantamos. Después, los varones se ponen a ver fútbol y yo me quedo tejiendo, mirándolos…», nos manifestó Julia, con algo de melancolía. Pero, rápidamente, recuperó su carácter vital y nos aseguró que “si volviera a nacer, volvería a tener tantos hijos como tengo».

 

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