Nos enteramos hace pocos días: falleció Dante Moroni, muy querido cecino de la calle Lisandro Medina, casi esq. Bonifacini. Fue el 18 de junio del año pasado; hoy se cumple un año. Tenía 94 primaveras.

En 2008, la gente de la Asociación Caseros Centenaria le había entregado la distinción Caserino de Alma por su solidaria disposición a visitar a vecinos enfermos y colaborar en todos los trámites necesarios para facilitarles diligencias hospitalarias, cumplirles gestiones jubilatorias o simplemente, acompañarlos en los momentos difíciles.

ALBACEA

Dante había sido elegido por varios ex compañeros de la Brigada Aérea como ‘albacea’.
«Albacea es quien se ocupa de hacerle todos los trámites a la viuda del compañero fallecido hasta que la mujer cobra la pensión», nos aclaró en alguna oportunidad.
Era un hombre alto, de aspecto saludable, ojos claros y piel rosada que, a vitalidad y sonrisa, desmentía rotundamente su edad avanzada.
Su voz era clara, precisa, firme; cada tanto arrastraba las erres con la intención de reforzar sus calificativos («Mi padre era un rrrroble», enfatizaba). Voz impregnada de cierta autoridad pero que modulaba un relato tierno, amable, humano.

«LA MUJER MÁS HERMOSA QUE VIERON MIS OJOS »

Así recordaba a su esposa Haydeé De Vincenzi, quien falleció, en 2007, tras padecer Alzheimer.
«La conocí en una milonga en la ‘República de Caseros’ y bailé una sola pieza con ella, una sola y nada más. Era 1948. No la volví a ver hasta que ella, caminando con unas amigos, pasó por acá la esquina (Lisandro Medina y Bonifacini) y, entonces, le pedí permiso para acompañarla por un par de cuadras. Como al pasar, supe que trabajaba en Gath & Chaves y que todos los días, a las siete, bajaba del tren en la estación Caseros».

El lunes siguiente, las 19 horas, el andén sur y Dante eran todo uno. Pero Gath & Chaves estaba de liquidación y el regreso esperado se demoró. «Mientras caminaba de una punta a otra del andén, me preguntaba ‘¿Por qué estoy esperando? ¿Por qué?’… al ratito me di cuenta de que era por amor».

El mecánico de aviones y la vendedora de Gath & Chaves estuvieron casados por más de medio siglo. La pareja tuvo un hijo, David, y dos nietos: Máximo y Francisco.
«Tuvimos un matrimonio que la gente no puede imaginar. Un amor maravilloso. Nos hablábamos con los ojos», evocó Dante.

Cuando entrevisté al hombre de la calle Lisandro Medina, ingresé a su casa amplia, luminosa, de detalles señoriales. Me llevó al fondo y franqueó la puerta que conduce, tras superar una incómoda escalera, a un recinto donde celosamente guardaba uno de sus mayores capitales: decenas de botellas de añejado y elaborado vino casero.

Contó: «Mi papá nos enseñó a hacer el vino y jamás dejamos de hacerlo. Cuando nació mi hijo, envasé 100 botellas para que bebamos juntos en cada cumpleaños; cuando nació mi primera ‘corona’ (así denominaba a sus nietos: ‘corona’), envasé 120 y, con la segunda corona, 140… para tomar juntos, nietos, abuelo y papá».

Regresamos al comedor y Moroni llevó una botella en sus manos. Sospeché que era para mí. Cuando ingresamos a la sala, me la ofreció. Amagué negarme pero con poco simulado énfasis (Nde R: ¡vino glorioso!). El ambiente estaba lleno de recuerdos familiares. Se notaba que hacía un tiempo que en esas paredes rebotaban ruidos hogareños.

Dante evocó que en su casa paterna – situada a pocos metros – no solamente se hacía el vino sino «también el jabón, la salsa de tomates, se compraba un chancho y se lo facturaba íntegro… éramos una familia pobre».

Sus padres – Santos («le gustaba que le dijeran ‘Santén’, como le decían en su pueblo») y Virginia Brianti – fueron sufridos inmigrantes italianos. Santos tras padecer siete años de guerra, arribó a estos pagos en busca de paz y trabajo. El matrimonio, además de Dante, tuvo a Ermete (fallecido) y Emilia, titular de la conocida Farmacia Moroni.

PAPA NOS DECÍA: ´PARA QUE ANDE BIEN LA CABEZA, TIENEN QUE ANDAR BIEN LOS PIES´”

«Papá jamás tuvo diversión alguna, únicamente trabajaba. Era un reconocido pocero, muy requerido por los vecinos. A pala y mecha, hacía pozos de 45 metros hasta llegar al agua. Después, instalaba el bombeador. Tenía los pies destrozados por la guerra pero lo que impresionaba eran sus manos. Era duro, temperamental, pero muy dulce con su familia. Él no se divertía pero sí nos empujaba para que lo hiciéramos nosotros. Además, no quería que estuviésemos a su lado en el trabajo para que buscásemos una faena menos dura. También nos pedía que nos cuidáramos los pies. Decía: ‘Para que ande bien la cabeza, tienen que andar bien los pies’… y, a pesar de que eran los más caros, nos decía que compráramos los zapatos en Grimoldi. Cuando falleció, había tres casas que mi padre construyó… Durante la sucesión, los de Rentas San Martín nos pedían todo tipo de papeles… pura burocracia… un día, les dije: ‘Permítanme… mi padre tenía más callos en las manos que en los pies; levantó tres casas y si no levantó una cuarta fue porque se bajaba del andamio para darnos la leche’. Mi padre fue una figura descollante».

Cuando Dante finalizó su primaria en la Escuela 33, se empleó como cadete en la Farmacia Caseros. Más adelante, cursó la escuela industrial de donde egresó como ‘capataz metalúrgico’. Durante más de 30 años fue mecánico en la Brigada aérea y luego, ejerció durante dos décadas como profesor.

LA QUINTA DE LA VIUDA DE ROMERO

Nuestro vecino, también recordó: «Conocí a la viuda de Romero y a sus hijas. Ellas venían cada 1° de diciembre y se quedaban tres meses en su quinta de avenida San Martín y Bonifacini. Esa quinta tenía un chalet hermoso que bien lo podía haber aprovechado la intendencia. Tenía cancha de tenis. A los chicos nos invitaban a jugar y nos hacían hacer cosas, para que estuviéramos ocupados nada más, porque ellas tenían servidumbre. Los domingos, nos daban diez centavos para que fuésemos a misa, a Lourdes. En invierno, también jugábamos en la quinta porque conocíamos al cuidador: don Galli. Cada año, cuando llegaban, venía el gerente de Ford y les entregaba un auto nuevo. Tengo entendido que la fortuna familiar la había hecho la abuela materna de la viuda de Romero que fue quien le confeccionó las chaquetillas coloradas al ejército de Rosas, a cambio de tierras…».

ANTONIO CARRIZO

«Una familia muy amiga eran los PandoAlicia, la hija, se casó con Antonio Carrizo que era artista de Radio El Mundo… El día del enlace fue una fiesta fantástica… Y, claro ¡Se casaba la Alicia!».
El legendario hombre de radio fue muy amigo de Dante. Moroni y Caseros eran palabras repetidas en los populares micrófonos que fatigó el popular locutor de General Villegas, quien recién casado, supo vivir en esta geografía.

LA CAÑA

Dante solía caminar apoyándose en una larga y firme caña. “La llevo a todos lados… cuando voy al hospital, al centro, a hacer los trámites… viajo con ella en tren, en colectivo, en subte… Resulta que un par de veces, en el San Martín, me metieron ‘los ganchos’ en el bolsillo del pantalón y como no pude defenderme porque vi que a quien lo hizo le pusieron un cortaplumas en la garganta… empecé a llevar la caña como elemento disuasivo… y después me acostumbré”, precisó. Y agregó: «Yo me levanto a las cinco, hago gimnasia y me preparo para ayudar a los enfermos. Ellos me buscan y yo me siento útil, halagado, ocupado… y quiero estar ocupado para no pensar en mi linda esposa… porque a mi linda esposa nunca me la puedo sacar de la cabeza, está eternamente conmigo… y no le puedo protestar a Dios porque me la dejó por más de medio siglo”.