Típicos peluqueros de barrio. Casacas blancas, sólidos sillones giratorios (en el apoyabrazos colgaba una correa ancha de cuero donde se afilaba la navaja), grandes espejos sostenidos por marcos de madera trabajada artesanalmente, perchero para los infaltables sombreros de entonces. A la derecha, se observa para la sillita alta para los chiquitos.
Aquí no se detectan pero seguramente en un rincón del local se encontraba la máquina para hacer fomentos previos para afeitada.
El diario que sostiene el vecino (¡qué zapatos brillantes!) seguramente era La Prensa, La Nación o Crítica en tiempos que lo que decían los diarios era palabra sagrada.
Por algún rincón debe encontrarse el infaltable revistero con El Gráfico, Goles o Radiolandia y, tal vez, algún Billiken.
La radio siempre prendida en audiciones tangueras.
Glostora, Brancato, Lord Cheseline, Brillantina…
Las peluquerías eran (siguen siendo) lugares de encuentro donde se discutía de fútbol, política, de cómo arreglar el mundo y de chismes barriales… ¡Si los peluqueros hablaran… ¡mamita!.