Omar Iavagnilio – hijo del recordado peluquero, ciclista y trompetista Dino Tuchi – acostumbra pasear por las calles del barrio, en moto, acompañados por Dolce, Isidro y Dona, tres mascotas que, como se debe, viajan con su casco correspondiente.

Cuando transitan por nuestras calles y avenidas, los colectiveros le ceden el paso, los vecinos les dicen frases afectuosas, los ametrallan a fotos y hasta son saludados por los agentes de seguridad.

Si Omar – vecino de Nuestra Señora de La Merced y Caseros – baja de su moto a hacer una compra, sus tres acompañantes se quedan esperándolo, arriba del vehículo, mirando a un lado y al otro, circunspectos, sobrios, como si fueran señoritos ingleses.

“Se están mandando la parte – advierte Omar con una sonrisa – cuando están en casa, son los más conventilleros y desobedientes que hay”.

Y basta pasar por la esquina mencionada para coincidir con el hijo de don Dino: es atronadora la multiplicación de ladridos que desmienten la conducta glamorosa que suelen exhibir los susodichos orejones en la vía pública. O sea: disimulan y se mandan olímpicamente la parte.

Pero, claro, los queremos igual.