PADRE EDUARDO: A 20 AÑOS DE SU FALLECIMIENTO)
By Caseros y su Gente

PADRE EDUARDO: A 20 AÑOS DE SU FALLECIMIENTO)

En la mañana del jueves 11 de octubre de 2001, falleció monseñor Eduardo Gloazzo. Tenía 78 años.  Fue a lo largo de casi medio siglo, párroco de Nuestra Señora de La Merced. Sus restos – tras ser velados en el templo – fueron despedidos con una misa concelebrada por monseñor Raúl Rossi, obispo de la Diócesis y otros sacerdotes.

En cierta oportunidad, entre otras reflexiones, nos contó lo siguiente:

  • Nací en Udine, en un pueblito de 4.000 almas, en el norte de Italia. Mi padre, en el ’27, se había venido para la Argentina, en busca de prosperidad; el participó en la primera guerra mundial y fue prisionero de los austríacos. Allá en Udine, quedé yo – que tenía tres años- junto a mi madre y mis dos hermanos menores. Recién en el ’34, mi padre pudo traernos. Estuvimos siete años sin verlo. Como hermano mayor, me tocó colaborar con mi madre para mantener la casa. Yo ayudaba en la cosecha y, después que iba a la escuela, me hacía cargo de alimentar y tener en condiciones a los conejos… me iba por las afueras para buscar ese pasto que crece salvaje, para darles de comer; recuerdo que llenaba unas bolsas grandes que apenas podía acarrear… gracias a Dios que me dio fuerzas para llevarlas porque yo era muy flacucho, puro nervios.

VOCACIÓN RELIGIOSA

  • Allí (en Udine) comencé a tener esa inclinación religiosa que nace del fondo del ser… influyó mucho la devoción y piedad de mi madre. A mis seis o siete años jugaba al sacerdote. Me había hecho un altarcito en un rincón del comedor y mis hermanos hacían de monaguillos… imitaba al padre Rossi, el párroco de mi pueblo.
  • Eran tiempos del fascismo y, de los 400 alumnos que concurrían a la escuela, sólo tres no éramos fascistas. Cuestión que nos ponía en desventaja con los otros compañeros que recibían mucha ayuda en cuanto a útiles y otros elementos. Cuando llegamos a la Argentina fuimos a vivir a Barracas y, con el tiempo, nos mudamos a Moreno.
  • A mis once años, ingresé al seminario donde estuve hasta los veinticuatro, edad en que me ordené como sacerdote. En algún momento dudé de mi vocación y eso es bueno porque uno va madurando y se da cuenta de lo que deja atrás. En una crisis, uno se pregunta: `¿Estoy seguro de lo que hago? ¿No me arrepentiré?’. Entonces, uno evalúa si prefiere tener el amor de una mujer, de una familia o el amor de Dios. Uno tiene que saber qué elige, por qué elige… dar fundamento a su vocación.
  • Luego de ordenarme me asignaron a Morón donde estuve cuatro años; allí descubrí que me gustaba la vida parroquial. Luego fui enviado como profesor coordinador al seminario. Al terminar esta misión, fui nombrado vicario en la parroquia de San Andrés, donde encontré un ambiente hermoso con gente sencilla… muchos italianos que llegaron después de la segunda guerra.

DETENIDO

  • Allí pasé la noche en que se quemaron las iglesias… Yo intuía que, como estaban las cosas, esa noche iba a pasar algo… Pensé en irme a Moreno, a mi casa, pero un ayudante de la parroquia me dijo: ¡’Ah, qué bonito, usted se va para no sufrir las consecuencias en vez de enfrentarlas!…Bajé la cabeza y le respondí: ‘Tenés razón, me voy a quedar’. Eso sí, tomé recaudos para resguardar al Santísimo en una casa familiar. A la una de la mañana comenzaron a golpear la puerta de la parroquia… era la policía que me llevó detenido sin darme ningún tipo de explicaciones. Recuerdo que lloviznaba y hacía frio. Mientras me llevaban, yo iba gritando en plena calle: ¡“Aquí llevan preso al cura párroco!”, con la intención de que los vecinos me escucharan. ‘Cállese o le pegamos un tiro’, me ordenaron; pero igual seguí gritando.
  • Cuando llegamos a la comisaría, me metieron en el calabozo. Ahí sí que salté para entrar en calor… por el frío, se me entumecían las piernas. Uno de los policías -a quien conocía por haberlo invitado a comer a la parroquia- me insultaba de la forma más soez, más baja y más vil. Otro, en cambio, me ofreció una taza de mate cocido. Pero, el anterior, le dijo: ‘Ma que mate… dale m…’. Aunque parezca mentira, yo sentía una gran alegría porque estaba detenido por mi fe; si hubiera venido la muerte, la hubiera recibido con felicidad… hay que estar en ese momento para darse cuenta de la felicidad grande que se siente. También, hubo un momento en el que sentí una emoción muy fuerte y se me saltaron las lágrimas… eran las once, lo supe por las campanadas del reloj de la comisaría, fue algo telepático, pensé en mi madre, en lo preocupada que estaría… ella es tan sensible y temerosa. Y en ese instante, mi madre estaba visitando al párroco de Moreno, en la comisaria. Era la única mujer que se había atrevido. Más tarde, me llevaron a San Martín donde nos juntaron a varios párrocos y nos mantuvieron detenidos junto a unas personas socialistas. Ahí, jugamos al ajedrez y, entre todos, tratamos de pasarla bien.

CASEROS

  • En el año ‘56, llegué a Caseros… en la esquina de la parroquia, había una despensa-bar que se llamaba ‘El Cañón‘. Aquí, cerca del templo, se filmó la película ‘Pelota de trapo’y en la casa de al lado vivía Alejandro Dolina. Me tocaron tiempos difíciles; había cierto sentimiento anticlerical. Un día, un hombre mal vestido se acercó a pedirme ayuda. Le ofrecí paga y comida por hacerme un trabajo. Creí reconocerlo a pesar de la barba crecida ¡Era el vigilante que me había insultado mientras estaba detenido!. Cuando le pregunté el motivo de su caída, me respondió: ‘Me echaron por borracho y por ladrón, padre’… Las vueltas de la vida. Lo conforté y lo alenté para que enderezara su camino.

INSTITUTO

  • Viví el conflicto laica-libre a un año de haber inaugurado el secundario, donde por necesidad tuve que hacer desde albañil, electricista, limpiar retretes hasta enfrentarme a los que se oponían a la obra porque decían que era una locura. Los alumnos, un día, me hicieron huelga y se retiraron del colegio. Como única medida, amenacé cerrar el establecimiento y, convoqué a los padres… santo remedio.
  • Reconozco que, a veces, soy temperamental, explosivo… lo que tengo de bueno es que no guardo rencor. Me gusta la verdad por sobre todo; incluso, antepongo la verdad a la amistad… si un amigo hace algo impropio, no voy a aprobarlo. Perderé la amistad pero voy a defender la verdad.
  • Puede que de imagen de autoritario… ocurre que me tocó ser rector del instituto y gobernarlo requiere, para que las cosas marchen bien, imponer cierta disciplina. Cualquier medida antipática que se tomaba en el instituto, aunque hubiera emanado de preceptoría, eran puntos en mi contra. De todo, se dice que la culpa la tiene el rector; entonces, la figura de uno se hace más odiosa… Uno se ha desgastado en eso.
  • Podría decirse que soy poco expresivo, un tanto reticente si se quiere. Lo voy a explicar bien: no me gusta jugar con la figura sacerdotal. Muchas veces, me han dicho: “Mirá, el padre Fulano que es tan simpático, popular…”, etc, etc. Pero es simpático quemando su figura sacerdotal; a veces, permitiéndose cualquier lenguaje o vestimenta o yendo al cine o a fiestas. Yo no voy y no me siento disminuido por eso. No siento la necesidad de llevar esa vida. Tampoco le hago una crítica a los que lo hacen. Pero, aunque parezca menos popular, prefiero que me vean como sacerdote. Eso no quita que no haya jugado al futbol o al truco pero siempre respetando la investidura. Quizás esté equivocado, no lo niego; pero lo siento así. Hoy en día todo se pone con minúscula… hasta el nombre de Dios se pone con minúscula ¿Qué quiere decir eso? que se ha perdido el sentido de autoridad y responsabilidad… Yo apunto a que mi sacerdocio sea algo delante de la gente.
  • A los predicadores de otras religiones los respeto y me respetan; incluso, tengo amigos protestantes. Donde no la voy es con esos locos curanderos charlatanes que se la pasan hablando y hablando… todo lo que dicen es falsedad y mentira. Uno escucha que alguien grita por radio que Dios le curó una carie como si Dios hiciera de dentista y fuera colocando emplomaduras…En todo caso, le pondría una muela nueva.

ATENTADO

  • En esta parroquia, en misa, en el ’72, sufrí un atentado. Un hombre, que se había sentado en el primer banco, metió la mano en su bolso, sacó un revólver que creí que era de juguete. Me adelanté hacia el pensando que me iba a hacer una escena del demonio. Me apuntó, disparó, pero no me hirió. Cuando me di cuenta de que era un revólver en serio, atiné, con una banqueta, a cubrirme la cabeza y me arrojé al suelo. Mientras caía, me disparó por segunda vez. El tiro pegó en un doblez de la casulla que es de metal y seda y desvió la bala. Cuando gatilló por tercera vez -se había acercado para apuntar bien – la bala, increíblemente quedó en el caño… ni la policía pudo creer que eso pudiera suceder sin explotar el arma. La gente huía despavorida pero un hombre, fortachón, lo agarró del cuello, Io desarmó v lo llevó al patio. Allí, el que me disparó, gritaba: “No fui yo, fue el demonio el que me ordenó disparar, fue la serpiente”. El pobre hombre, desvariaba.

PADRE, SÍ; MONSEÑOR, NO

  • Me gusta más que me llamen padre que monseñor… no me gusta monseñor porque no soy señor de nadie. Me dieron ese título y lo acepté por respeto al Papa, y lo agradezco. Pero, me siento mucho más cómodo cuando me llaman padre; “monseñor”, me molesta.
  • Gracias a Dios, me siento querido… la prueba está en que los chicos a los que les enseño catecismo -son alrededor de 70 – no se retiran de la clase sin darme un beso.

NdeR: la foto que ilustra esta nota fue tomada cuando el padre Eduardo bendice el complejo escultórico en homenaje a Manuel Belgrano que levantó la Asociación Caseros Centenaria, en la plaza de Villa Pineral.

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