El hecho: el hombre de 85 años vive en los alrededores de Alberdi y Lisandro de la Torre.
Es en la amplia terraza de su casa donde se yerguen soberbios .
Los tiene con pétalos rojos, rosas, violetas, amarillos y blancos.
Crecen magníficos en clásicas macetas de cemento pero también en fabricadas artesanalmente con latas de tomates, “de ésas que vienen para ocho kilos a las que pinto de blanco”, aclara (vía telefónica) Celestino.
El señor, jubilado de Siemens, se encarga cada día de regar, fertilizar la tierra y controlar que bicho alguno afecte la frágil belleza de sus creaciones florales.
Se justifica: “Esto me sirve de terapia, me gusta, me entretiene… porque si no lo hago, me canso de estar frente a la tele, sin nada que hacer”.
De tecnología, se considera ayuno absoluto de conocimiento (esto nos garantiza la posibilidad de hablar de él sin reservas ya que no se va a enterar de esta nota).
Volvamos a los rosales.
Se ocupa cada otoño de podarlos, remover la tierra y trasplantarlos. “Jamás hay que hacerlo en meses no adecuados”, advierte, y detalla: “Se puede en junio, julio, agosto…”.
Fue alumno de la escuela “rancho” (Lisandro de la Torre y Urquiza) y se califica como caserino de puro gajo (perdón, de pura cepa). Gajos son los que cada temporada prepara para los vecinos que no dejan de pedírselos.
Septiembre y octubre asoman los pimpollos y ya en noviembre la Terraza Monti estalla de color.
Y claro, cada atardecer, cada amanecer, cada fin de lluvia, el perfume abruma, colma, los alrededores.
Es por eso que a algunos integrantes de esta comunidad no les falta razón cuando aseguran que don Celestino es el único culpable de que el mentado perfume se extienda, se extienda y llegue, incluso, hasta a Santos Lugares.