Fue un muy conocido odontólogo y, más allá de su profesión,  activo participante en las organizaciones intermedias, Ocupó el cargo de director del Banco Hipotecario y presidente del Banco Cooperativo de Caseros. Fue nombrado “Ciudadano Ilustre” de nuestro municipio. Acaba de cumplirse el 15° aniversario de su fallecimiento.

En agosto de 1999, lo entrevistamos y nos dijo lo siguiente:

  • Mi padre era español y tenía un nombre rarísimo: Simplicio; mi mamá -bien gallega, también- se llamaba Manuela López. Yo nací en mi casa de 3 de Febrero y La Merced; donde más adelante estuvo Coba; en el espacio donde estaba el mostrador, estaba el dormitorio de mis padres. Después, compraron una casa en Lisandro Medina, entre Bonifacini y Fischetti.
  • Mi padre, que era ferroviario, murió muy joven; estaba despachando el tren cuando resbaló y cayó debajo de un vagón. Soy de poca memoria, pero ese día me quedó grabado. Yo tendría siete u ocho años y estaba en la escuela; la maestra me acompañó hasta un molinete que había en Lisandro Medina y las vías; allí me estaban esperando unas señoras que me acompañaron hasta casa y me fueron “preparando” para darme la noticia.
  • Otro episodio que tengo grabado es cuando Ramón Iribarren, un vecino muy conocido en Caseros, murió de un infarto y cayó en uno de los zanjones que corría a lo largo de la calle Medina.
  • El secundario lo hice en Devoto. Tenía un compañero que me enganchó para practicar boxeo. Yo me hacía la “rabona” y me iba a saltar la soga, a pegarle a la bolsa; incluso hice tres peleas… en la tercera me durmieron y volví a casa con el ojo en compota. Cuando me vio mi vieja y se avivó que boxeaba, me dio una paliza más grande todavía. Ese día, cobré dos veces.
  • Tuve un hermano que falleció a los doce años, víctima del tifus. En casa quedamos mi madre y yo. Ella trabajaba en las casas, lavando y planchando. Uno de los lugares donde limpiaba era en la quinta de la viuda de Romero; allí, yo era el chico que iba a buscar la pelotita cuando las “niñas” (se las llamaba así: “niña Otilia”; “niña María Inés”…) jugaban al tenis o llevaba el carrito cuando iban a cortar flores. Ahí, también aprendí a andar en bicicleta y me hicieron monaguillo.
  • Quien con el tiempo sería mi suegro –Eusebio Landa– tenía la cobranza del club Caseros. Me la cedió cuando yo tenía doce años, para que me hiciera de unos pesos. Yo le agregué las cobranzas de la Sociedad Femenina, del Servicio Particular de Sereno, de la Asociación Médica Argentina(en el centro) y, más adelante, la del club República. Iba en una bicicleta a la que le había puesto un manubrio de carrera, al que había dado vuelta para apoyar una cajita donde llevaba la plata. Con todas esas cobranzas, me costeé la carrera de odontólogo. Al vecino que no pescaba en la casa para cobrarle la cuota del club, lo esperaba el sábado a la noche en la milonga… ahí estaba yo firme junto al boletero y si el tipo quería entrar, primero tenía que ponerse al día.
  • A mi esposa – Dora Irma Landa – la conocía desde pibe; éramos vecinos de cuadra. Nos casamos en La Merced. Ella era profesora de gimnasia… falleció hace unos años.
  • Hace poco cumplí 60 años como odontólogo. Cuando era joven, trabajaba muchísimo: mañana, tarde y noche. Tenía un consultorio en el centro y este, el de Caseros, donde todavía sigo atendiendo. También trabajé en el Hospital Gallego. En el ’55, estaba adscripto a la facultad… me tuve que ir porque no firmé la garantía política ni me afilié al partido peronista. Tuve un tiempo como gastronómico; practiqué deportes… como siempre fui muy activo, estaba en todos lados; mi mamá decía que yo era como el ajo porque estaba en todas las salsas.
  • Al Banco Cooperativome llevó don Pedro Zavatarro, el farmacéutico que vivía en Rauch y Sabattini. Estuve más de veinte años en el Banco y fui presidente durante casi una década; después fui director en el Banco Hipotecario. Mi trabajo en el Cooperativo lo hice con mucho cariño. Tuve un directorio muy bueno al que fui integrando con gente experta en lo que yo ignoraba: el escribano Lucero; el abogado Alfredo Ferro; Castañón, doctor en Ciencias Económicas… había comerciantes e industriales como MazzeiOberto, el constructor… Mi cargo en el Banco Hipotecario lo asumí delante del entonces presidente Onganía, en la Casa de Gobierno.
  • Durante mi presidencia en el Cooperativo, una de las últimas asambleas se hizo en el cine Urquiza. Se llenó tanto de gente que hubo que cortar el tránsito y poner parlantes afuera; era la época en que todo el mundo quería ser consejero del Banco.
  • Durante seis meses fui becado por la OEA para estudiar en Alemania, las diferentes experiencias relacionadas con el cooperativismo. Tuve la oportunidad de viajar mucho por todo el mundo. Estuve hasta en la isla de Guam, aquélla donde el general Mc Arthur pronunció su célebre “¡Volveremos!.
  • En esta época no me siento muy feliz por lo que estamos viviendo tanto social como económicamente. Yo nunca en mi vida había cerrado la puerta de mi consultorio… ahora, tengo miedo de abrirle a un desconocido.
  • Sigo trabajando porque me gusta… me gusta lo que hago. Además, soy inspector del Colegio de Odontólogos.
  • A pesar de la muerte de mi padre y de mi hermanito, la casa de mi infancia no era una casa triste. En realidad yo nunca he sido triste ni de deprimirme. Ni de chico, ni de grande; me gusta la amistad, el compañerismo… soy parte del grupo que todos los miércoles se reúne en el República para paletear, después viene la cena, el truco y el mus… claro, ahora ya no paleteo por la edad, pero lo demás no me lo pierdo.

Raúl Vicente falleció el 30 de marzo de 2007, a sus 91 años.