Sencillo, afable, trabajador, lleno de sueños, así era este hombre que conocí a finales de los años ’90 cuando, por la tarde, se dedicaba a cuidar los autos estacionados sobre avenida San Martín, entre Moreno y La Merced.

Me dijo: “No cualquiera se anima a hacer esto. Al principio, me daba un poco de vergüenza porque hasta que me jubilé, trabajé siempre detrás de un escritorio. Pero para ganarme el puchero, porque con la jubilación no alcanza, un día me compré el chalequito amarillo y aquí estoy…”.

Supe además que ese hombre bajito, morocho, de sonrisa suave, tenía genes cantores, culpa de un padre que fue bombero y policía pero también trompetista de la Banda del Ejército y de la recordada característica de Dino Tucchi.

René, quien fue folclorista joven, cumbiambero durante un tiempo y tanguero desde siempre, había actuado en peñas, festivales, noches de carnaval, cantinas y hasta se había dado el gustazo de ser cantante de serenatas.

“Iba por los barrios acompañado por un cuarteto y el novio que nos contrataba… Una noche, estábamos tan entusiasmados cantando que no nos dimos cuenta y nos caímos en un zanjón”.

El hombre supo incursionar por las antiguas radios Belgrano y El Mundo y hasta fue finalista en el certamen organizado por ‘Grandes valores del Tango’, cuando lo conducía Juan Carlos Thorry.

Si bien no ganó ese certamen, en otro organizado por la Sociedad de Fomento “Fray Luis Beltrán” sedujo con su facha y con su voz a una jovencita que lo aplaudía con entusiasmo.

De pibe, recordó, fue “carnicerito… en ese tiempo, yo vivía en la calle Chascomús (actual Esteban Merlo), entre Pringles y Álzaga. Cuando llovía, Chascomús se inundaba de punta a punta… para nosotros, los chicos, era una fiesta porque nos bañábamos en plena calle”.

Fue alumno de la “vieja escuela 21 cuando la plaza de Villa Mathieu era casi una laguna… mi casa era como casi todas: de chapa con piso de Portland colorado y letrina en el fondo.

“Yo dormía, bien arropado, sobre dos sillas que juntaba mi mamá… una noche, en un sueño, se me apareció la Virgen… era como la de las estampitas, con la única diferencia que era morocha, me sonreía y llevaba como una estrellita en la mano”.

Era adolescente cuando ingresó como empleado en una empresa comercializadora de cereales.

“Qué cosa, eh… soy burro y me jubilé – tras un infarto – como administrativo: soy tímido y mi pasión es cantar…”, evocó.

Luego de cumplir con su jornada en la empresa, actuaba donde lo contrataban y, como tenía voluntad y ganas de progresar, los fines de semana se dedicaba a vender terrenos para Kanmar, Luchetti, Murguia, etc.

“Es que había que ganarse el puchero y para mí, el trabajo es una bendición de Dios”, agradeció.

Fruto – así sin “s” final porque “a mi papá lo anotaron mal” – consideraba que no progresó en su carrera artística porque le faltó “audacia… en una ocasión, el bandoneonista de Mario de Marco me ofreció la oportunidad de integrar una típica pero me acobardé porque tenía que largar el trabajo. En otra oportunidad, cuando Francisco Petrone era gerente de canal 7 estuvieron a punto de contratarme pero me hicieron ir a ensayar como un mes seguido y al final el proyecto se pinchó… no importa, no me quejo, Dios así lo habrá querido”, dijo con resignación.

Fue un tanguero afinado que le dio fuerza a melodías como Viejo baldío, La luz de un fósforo, Cuando tallan los recuerdos… esta fuerza le permitió ganar los Torneos Abuelos Bonaerenses.

Aquel chico de la calle Chascomús,  junto a la piba que conoció en la sociedad de fomento – Nélida Iglesias – vivía en avenida Urquiza, entre Caseros y Constitución.

El matrimonio tuvo cuatro hijos – Gustavo, Marcelo, Aníbal y Damián – y compartió un gran dolor: “el fallecimiento de Damián, nuestro hijito que tenía apenas trece años… por una complicación cardiaca… él sentía que se iba a morir y en ese año, el maduró mucho, a pesar de tener cierta discapacidad…”.

El recuerdo de su hijo fallecido lo llenaba tanto de emoción como el de su padre.

“Yo a mi viejo lo adoraba y fui muy compinche de él, cuando murió, sufrí mucho, yo lo quería soñar a él… se lo pedía a Dios… soñarlo soñarlo… y una noche se me apareció la imagen de mi papá con un sobretodo, tenía puesto un sombrero “piluso” blanco… me sonrío de oreja a oreja… yo le sonreí… me levantó, nos abrazamos… me desperté llorando a mares”.

Con el tiempo, nuestro entrevistado fue distinguido con el premio ACATREF a la música y honrado como Caserino de Alma por la Asociación Caseros Centenaria.

Fanático de Racing, querendón, sensible, este vecino lleno de tango fue muy querido en nuestro barrio.

Se llamaba Arturo René Fruto y había nacido el 24 de noviembre de 1933.

Falleció el viernes 26 de abril de 2019, a sus 86 años.

Al conocerse su deceso, una vecina escribió: “Ganó distintos premios pero el verdadero premio es para quienes tuvimos la suerte de conocerlo”.