Se autodefinía como “busca-vendedor… a mucha honra”.

Cuando todavía los achaques no lo limitaban, era frecuente encontrarlo – especialmente en alguna fecha clamorosa – sacudiéndose mientras voceaba la venta de banderas, gorros, banderines, escarapelas…

Hábito que repetía tanto en nuestras esquinas más transitadas como en cualquier evento multitudinario que se presentara: recitales, canchas, hipódromos, protestas o lo que fuera; en estos casos, sumaba garrapiñadas, turrones, caramelos…

En realidad – nos confesó en cierta oportunidad – no tenía empacho en poner a la venta lo que le permitiera llegara a fin de mes  y “parar la olla”. Agregó: “… ya sean medias, ajo, lapiceras, zapatos, muñecas, rifas… lo que venga”.

Advertía que la mejor solución para superar los obstáculos y las ocurrencias de los sucesivos ministros de Economía, era “no arrugar y darle para adelante”.

Mario era oriundo de Villa Soldati, hace más de cuatro décadas que eligió estos lares para su vida.

Supo jugar en las inferiores de Huracán pero se reconoció boquense. De inmediato, aclaró lo imaginable: su simpatía por la azul  y oro, no le impedía en lo más mínimo, si la ocasión lo pintaba, vocear emblemas riverplatenses o cuervos.

Con el correr de los años, un par de dolencias restringieron su movilidad y se vio obligado a exhibir, en una pequeña mesa ubicada sobre la vereda, a un costado de la farmacia Gigliotti (av. San Martín al 2600), garrapiñadas, biromes, hilo para coser, artículos para afeitarse… Se sentaba en un sillón almohadonado y se pasaba horas y horas ofreciendo su mercadería.

Afectuoso, de hablar acelerado y cachador, saludaba con buena onda y ya se había convertido en una presencia habitual al que se le consultaba el resultado de los partidos, la hora o cuál era la parada del 343.

Falleció el pasado lunes 18 de abril, a sus 70 años. Casado con Marta Campuzano, el matrimonio – que residía en av. San Martín, entre Urquiza y Belgrano – tuvo una hija: Lorena Paola.