EL CAMPITO ATORRANTE DE LA CALLE VALENTÍN GÓMEZ, AL LADO DE LAS VÍAS
By Caseros y su Gente

EL CAMPITO ATORRANTE DE LA CALLE VALENTÍN GÓMEZ, AL LADO DE LAS VÍAS

Ciertos rincones de Caseros perduran en la memoria lugareña.
El denominado «Campito de la Empresa» fue un espacio atorrante cuyo oficio esencial era convocar a los muchachos para jugar a la pelota. Su ubicación, de límites algo difusos, ocupaba una franja que podría circunscribirse a las actuales calles David Magdalena, Valentín Gómez, Lisandro de la Torre y las vías; incluso abarcaba el espacio donde en la primera década del 2000, se levantó el Hospital Odontológico/Oftalmológico.

Tales confines adquirían movilidad de acuerdo a la pavimentación, el emplazamiento de viviendas o el avance de los yuyos, vegetación propicia para vestuario acelerado o sosiego de necesidades.

Dentro del territorio y orientado hacia la calle Lisandro de la Torre, se encontraba un sub sector conocido como el «campo de las moras», árboles que dificultaban los entreveros futbolísticos: a cambio, facilitaban las adolescentes pitadas clandestinas de los Saratoga y Laponia.

En aquellos años, Valentín Gómez (arteria que por entonces se la conocía como “Cortada Silva”) concluía en Cavassa y esta calle, entre Valentín Gómez y las vías, era apenas un pasaje de tierra cuyas sombras nocturnas favorecieron romances ardientes.

En el «Campito de la empresa» (llamado así porque pertenecía al ferrocarril Pacífico) también supo practicarse rugby, softbol y beisbol: en estas dos últimas disciplinas se formaron equipos que luego brillaron en el club Comunicaciones. Pero claro, el convocante superior fue jugar a la pelota.

Tras el almuerzo rápido de los sábados, los pibes de los alrededores se iban acercando con el único propósito de sumarse a un equipo. En ciertas oportunidades, era preciso desalojar a los más chicos quienes eran invitados – mediante sugerencia de sopapos- a lucir su juego en el menos accesible «campo de las moras».

Tales invitaciones perdían vigor en cuanto los pequeños crecían; entonces, eran a las sucesivas generaciones las que les tocaba gambetear entre moreras.

Los arcos del campo de juego principal se constituían de espaldas a las vías y a Valentín Gómez. Cada guardameta limitaba el espacio a defender mediante el amontonamiento de piedras, o ropa que ganaban tamaño a medida que el juego aumentaba su ardor.

Dada la carencia de travesaños, la legitimidad de un gol se dirimía de acuerdo a la estatura del arquero, sistema que originaba largas controversias.

Cada equipo quedaba integrado por alrededor de ocho hábiles, cantidad alterada por quienes, tras insistentes ruegos, se agregaban tardíamente, o por la recta intromisión de los muchachos ariscos.

La duración de cada encuentro estaba relacionada con la luz solar o con la conclusión generada por ariscas riñas, propias del deporte.

Tanto los ánimos como las gargantas se refrescaban en una canilla reconfortante ubicada al lado de la garita de Lisandro de la Torre y las vías. Los veteranos del barrio todavía recuerdan las bondades de ese caudaloso chorro de agua.

La apertura de la calle Valentín Gómez, el talado de las moreras y nuevas edificaciones sepultaron bajo cemento el evocado rincón caserino. Cuando caminan por sus cercanías, los muchachos de entonces miran de soslayo lo que fue el «Campito de la empresa» y algunos juran verse de pantalones cortos con la boca llena de gol.

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