Sempre sopa, Sempre sopa… retumba en las calles de Caseros y Santos Lugares el pregón obstinado y cabeza dura del personaje más recordado por los viejos vecinos de la zona, el mismo que llegaba preanunciado por un clapeteo inconfundible de tachos y maderas, aquél que se transformaba en la peor pesadilla infantil posible, casi un mito de madrugada radial: Narducho.

EL HOMBRE DE LA BOLSA

Pero sólo para los que no se animaban a conocerlo un poco más. Como todos los distintos de la sociedad era considerado loco, y en torno a esta locura se hicieron las más variadas conjeturas. Es que los que transmitieron su memoria, los que se animaron a desafiar el tiempo contando sobre su existencia le temieron como al hombre de la bolsa.

Qué pibe de la década del ‘30 o el ‘40 de Caseros y Santos Lugares no fue amenazado con la obligación de tomar la sopa porque sino se lo iba a llevar Narducho, el hombre de la bolsa, ése que pasaba todas las tardes pidiendo algo de comer o simplemente haciendo equilibrio por el cordón de la vereda.
Claro que tanto temor era desafiado cuando los pibes llegaban a la adolescencia y veían pasar a ese linyera al que le gritaban y arrojaban piedras recibiendo como respuesta los clásicos insultos en dialecto calabrés, que conseguían meter de nuevo el miedo dentro del cuerpo.

¿Qué llevaba Narducho entre los trapos que le servían de ropa ? ¿Qué tenía dentro de la bolsa? ¿Dónde dormía ? ¿Dormía? ¿Por qué usaba cinco sombreros y hablaba una lengua que sólo él comprendía? ¿Qué nos quería decir Narducho que nunca le entendimos ?

MISTERIO

Hay quienes aseguran que llegó escapando del horror de la guerra del ‘14 para hacer punta entre un importante contingente de paisanos calabreses y que compró gran cantidad de tierras, que frecuentaba las veladas del teatro Coliseo en las que pagaba un palco para con su galera, bastón y polainas, ver a las compañías que llegaban a la pujante Santos Lugares. Pero algo sucedió y no es muy claro.

¿FUE ESTAFADO?

La versión más firme es que fue estafado por el entonces gobierno de San Martín que consiguió sacarle tierras que luego vendió a la curia para levantar la iglesia de Lourdes. Hay quienes sostienen que nadie creía la historia de los paisanos y que lo vieron presa fácil de ser abusado quitándole tan sólo los terrenos de una manzana. Lo cierto es que la historia es un mito que no puede ni podrá ser comprobada nunca, lo cierto es que sus años de esplendor se marcharon y nació la leyenda.
La gala dejó paso a la decadencia, los finos calzados fueron reemplazados por un montón de medias atado a dos tablas que repiqueteaban avisando que venía él, huraño, desconfiado, imperativo, reclamando algo para comer, algo para abrigarse, algo para encender el fuego.

Entre sus pocos amigos comprobados se encuentra un hombre de apellido Sánchez que vive o vivió en la calle Pablo Giorello y el ya desaparecido Amadeo Mazza, quien tomó la única foto existente de este personaje. En ella, Narducho casi sonríe, quienes lo vieron sonreír efectivamente y a boca plena aseguran que tenía los dientes como perlas y que al hacerlo se transfiguraba su rostro llenándose de paz, pero claro son los menos; casi todos los pibes que hoy peinan canas y acusan 60 o 70 años, verán esta foto y se acordarán de sus peores pesadillas.

En verdad hay varias versiones hasta para su apodo. Hay quienes indican que es una deformación de su apellido Narduccio y otros que dicen que su nombre de pila era Nardo y de ahí la deformación. Pero como podemos aseverarlo si casi nadie sabe donde dormía, si lo hacía atrás de los talleres Alianza, se iba a un terreno en Sáenz Peña, reposaba en los límites de Caseros norte o descansaba en un baldío que originalmente había sido de su propiedad. Otro enigma.

Los mitos de Narducho, los misterios de su historia, llegaron a la radiofonía argentina de la mano de Alejandro Dolina, quizá por ello es que en San Telmo hay una casa de antigüedades llamada “La Boutique de Narducho”. Será por eso o es algún descendiente o pariente perdido en el tiempo, de ésos que llegaban de cuando en cuando a buscarlo en un auto importado lujoso que el repelía a pedrada limpia.

Narducho, el mismo que se desvivía por los chocolatines que le entregaba el calabrés del kiosco de la esquina del Club Defensores. El pedía sin hablar, golpeaba la chapa del mostrador tantas veces como unidades de golosina reclamaba. Cuando estaba satisfecho se iba vociferando sus insultos, con el clásico Sempre Sopa, Sempre Sopa… El kiosquero nunca le cobró. ¿pero por qué? ¿Se conocían ?¿Le tenía piedad por ser paisano? Si eran paisanos ¿por qué no hablaban? ¿Los unía algún secreto?.

Con el correr de las décadas son cada vez más los que aseguran haber conocido a Narducho que ya ha dejado de ser propiedad exclusiva de los vecinos de Santos Lugares para entrar en la geografía caserina. Hay quienes lo recuerdan andando por Villa Pineral, hay quienes aseveran que se escapaba a La Excavadora o a Villa Mathieu y que cazaba pajaritos a la vera de las vías. Difícil es precisarlo, su fama fue tan grande que se terminó transformando en sinónimo de linyera.

El enigma se marchó de nuestras calles para agigantarse con el paso de los años, como todo buen fantasma, su ausencia lo hizo más temible. Desde los cincuenta ya no se lo vio más con su típico andar haciendo equilibrio en el cordón de la vereda, detrás de aquel lechero vasco que andaba con sus tres vacas y sus tres cabras, y al que parecía custodiar celoso.
Narducho, Narduccio, Nardo, el linyera, el hombre de la bolsa, el que supo ser la peor pesadilla en la niñez, el que fue apedreado por la intemperancia de la juventud, el que es añorado por la madurez.

Narducho, ése que nos devuelve lo mejor de nuestras vidas, el que nos recuerda un tiempo en el que nuestra vieja nos consolaba y nos contaba un cuento para dormir sin que él nos viniera a interrumpir el sueño.

Un tiempo en el que no podíamos evitar mirar lo que temíamos, con la ilusión de derrotar a los fantasmas, los mismos que nos devuelven su recuerdo una y mil veces, pero con la ilusión de escuchar su clapeteo una vez más, con la ilusión de reencontrarnos con su figura sobredimensionada por los trapos, con el vaivén de sus sombreros y su lata de la sopa, para pedirle disculpas por tantas piedras, para confesarle que su recuerdo entrañable más de una vez nos salvó de volvernos locos al recordar tanto grito…

– Eh, Narducho, cómo va?,
– Vafangulo, sopa, sempre sopa…!!!.

Sergio García
(Nota publicada en la revista ‘Inolvidables’, en los años ‘90)