En esta nota, Pedro Malvido Giménez nos recuerda a un querido amigo de su juventud y al Caseros que ya se fue.

CASEROS DE ANTAÑO

Era el tiempo en que el sol en las mañanas de frio acariciaba los techos de zinc de las casas bajas, sus rayos penetraban por las hendijas de puertas y ventanas inundando con su calorcito las humildes viviendas caserinas.

En ese entorno comenzaban las tareas familiares. El jefe de familia al trabajo, bien temprano; la madre a las tareas hogareñas y nosotros, los purretes, tomábamos la leche de apuro, nos poníamos el guardapolvo y partíamos a la escuela.

CASEROS Y SUS VILLAS

Caseros ya tenía las villas que identificaban a los moradores: Alianza, Mathieu, Pineral, Maria Irene… que fueron creciendo raudamente a medida que infinidad de familias se asentaron por estos lares. La especial característica de esta división nos hacía participar en enfrentamientos de hacha y tiza, mediante encuentros futboleros.

Entre esa banda de mocosos que nos conocíamos a través de un picado en cualquiera de los baldíos (los había en cantidad en el Caseros del ’30) o en la vieja canchita de  Vías y Obras (Alberdi y Hornos)) nacieron amistades entrañables…

EL RAFA

A uno de aquellos pibes de entonces quiero referirme porque emblemáticamente, él puede ser el símbolo de una época perdida para siempre pero jamás olvidada; me refiero a Rafael Pace, El Rafa

Nacido en el seno de una familia como tantas de este polifacético Caseros, Rafael vino al mundo en 1926.

Las numerosas virtudes de Rafael hombre, afloraron sin esfuerzo en los años de su niñez y juventud que tuve un enorme placer de disfrutar y conocer. Como muchos de nosotros, se entrevero en las lides de barrio contra barrio enrolándose en el equipo Once Corazones del que fue uno de sus más notables representantes.

Se desempeñaba como nueve antiguo: la agilidad y guapeza de sus desplazamientos contrastaban con su fuerte y ensanchada silueta que hacía estragos en el área contraria.

Seguramente, su físico y, en especial, sus canillas ligeramente achuecadas, habrán conservado algunas huellas de la reciedumbre con que lo trataban sus adversarios dado que no era fácil detenerlo; era como Ráfa… ga en la cancha.

Después, después… la vida nos desparramó como hojas llevadas por el viento y nos empujó hacia el camino que el destino nos tiene señalado.

Pero esa lejanía, en el tiempo y en el espacio, no pudo borrar los recuerdos de El Rafa, un pibe bueno, generoso, callado, jamás quejoso.

Su rostro era el espejo de su alma en la que se podía ver la integridad y sabiduría que le dio «la universidad de la calle»; sabía hacer y decir cosas trascendentes que no estaban en ningún libro pero que surgen por la espontaneidad de la experiencia en el momento preciso.

Porque la hombría de Bien que lo distinguió, la mamó en el seno de su humilde y digna familia que él supo plasmar y transferir a través de su hijo Carlitos, hoy convertido en conocido peluquero.

El 26 de mayo de 1999, a sus 73 años, como consecuencia de una grave dolencia, El Rafa se tomó el bondi (como dirían sus muchos amigos)…

Como dijo Alberto Cortés: «Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío…».

Su partida acongojó nuestro espíritu. Ya no lo encontrábamos en cualquiera de las esquinas de este querido Caseros.

Es seguro que, a pesar de todo, en algún rincón de nuestro estrellado techo, nos estará abrazando con esa mirada buena que lo distinguió toda la vida.

Pedro Malvido Giménez