Lo que pasamos a relatar sucedió un invernal sábado 23 de julio como el de hoy, pero de 1932. Y sucedió en el por entonces precario templo de la calle Nuestra Señora de La Merced, entre av. San Martín y David Magdalena (ex General Paz).
¿QUÉ SUCEDIÓ AQUELLA NOCHE, ALREDEDOR DE LAS 21?
El “templo” está repleto de vecinos murmurantes, a la espera de la inminente llegada de la novia. Afuera, en la calle de tierra, esquivando los zanjones, se observan una sucesión de sulkis y victorias mientras los caballos patean y desparraman el barro caserino.
De repente, se abren las puertas del santuario e ingresa ella, tan bella, la chica de la calle Roverano (actual Fischetti).
¿QUÉ SUCEDIÓ AQUELLA NOCHE, ALREDEDOR DE LAS 21.30?
– José Bautista Buffoni… ¿Quiere por esposa a Florencia Aparicio?.
– Sí, quiero.
– Florencia Aparicio… ¿Quiere por esposo a José Bautista Buffoni?.
– Sí, quiero.
ASÍ COMENZÓ ESTA HISTORIA
Años ’20 del siglo pasado. Esquina de 3 de Febrero y Belgrano. El muchacho de Villa Pineral cede el lugar para que las tres mozas crucen el paso de piedra y el sucesivo molinete.
El paso de piedra era un puentecito de material que se construía en las esquinas para cruzar los repetidos zanjones. El molinete se instalaba al lado del aludido paso de piedra para impedir que los caballos y vacas accedieran a la vereda.
Las chicas continúan su camino; una de ellas, la que vive en la calle Roverano, suspirando, susurra: ¡Qué churro! ¿Para quién será?.
SEGUIMOS EN LOS AÑOS ´20 (cuando chocan los planetas)
Domingo a la tarde. En el comedor de la familia Castro, sobre la calle 3 de Febrero, suelen organizarse, entre las 16 y las 20, encuentros bailables merced a un piano y un bandoneón hogareños.
Hay olor a piso recién encerado, a malvones y a rosas apenas regadas. De repente, tras el silencio que separa a un tango de un vals, chocan los planetas: el muchacho de Villa Pineral, se acerca lentamente hasta donde se encuentra la chica del suspiro y con delicadeza solicita: ‘¿Señorita, me concedería esta pieza?’.
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“A mí, el corazón se me empezó a acelerar… no es por decir, yo tenía mis simpatías… pero él me había impactado desde cuando lo vi en el molinete, así que bailé y bailé y bailé con él para siempre”, le confesó a este cronista, hace dos décadas, ella, Florencia.
En tanto, José, admitió: “Yo, la verdad, estaba entusiasmada con la chica que vivía enfrente de la familia Castro. Pero me hizo un desplante y como yo era muy orgulloso, saqué a bailar a otra chica… por fortuna, fue a ella”, mientras tomaba del hombro a su esposa.
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El hogar de Florencia y José – ubicado sobre la calle 3 de Febrero, casi esquina Mitre – tenía el comedor amplio, luminoso, de techos altos. Los muebles antiguos exhalaban la nobleza de lo fabricado para durar. Portarretratos con fotos familiares ocupaban los distintos rincones.
El matrimonio recordaba la fiesta de casamiento. Una gigantesca carpa levantada en la casa de él.
“Yo vivía con mis padres y nueve hermanos, en la calle Angel Pini, entre 3 de Febrero y avenida San Martín”, indicó José.
“Yo vivía en Roverano, entre Perdiguero y Rauch, con mis padres y seis hermanos… así que en la fiesta éramos un montón y, después de la ceremonia, lunch y cena”, recordó Florencia.
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La flamante pareja transcurrió su noche de bodas en un hotel porteño; al día siguiente, fueron a Luján y el tunes por la mañana ya estaban atendiendo un almacén que el reciente esposo había instalado en Floresta.
Así, a la par, codo a codo, Florencia y José fueron construyendo su vida. El trabajo fue una constante. El trabajo y la atención de sus hijos, Ángel y Alicia.
Los ratos de ocio, los transcurrieron en el cine, bailando en los corsos, en reuniones con amigos o en veraneos.
Él, jugando a las bochas hasta sus 85 años; ella… “me entretienen mucho las cosas del hogar”.
Cuando concretamos este reportaje, él tenía 95 años; ella, 89.
Él era de Escorpio y ella, de Libra. La mezcla dio resultado más allá de la opinión de los astrólogos.
Más de siete décadas de convivencia demuelen cualquier suposición contraria.
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– Florencia… ¿Qué virtudes destaca de su esposo?.
– Siempre fue muy compañero, amable, trabajador.
– ¿Usted, José?.
– Ah… ella es muy hogareña, una joya, es sobresaliente. Buena cocinera… que me haya tocado ella es una fortuna.
– Florencia ¿Que defectos tiene José?.
– Que es un poquitín chinchudo pero enseguida se le pasa.
– ¿Y ella, José?.
– Hmm… para mí, no tiene defectos.
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Ambos reconocieron que la fórmula para disipar un enojo es darse vuelta y dejar hablando solo al que engrana… “así, enseguida se le pasa”, coincidieron con una sonrisa.
Algo más serios, sugirieron que para una extendida y vital convivencia no hay mayor secreto que el ejercicio de la compresión y la tolerancia.
Los protagonistas de esta nota ya no están. O, sí, están, aunque de otra manera. Y algo nos dice que siguen juntos, que la leyenda continúa.