DE VILLA BARULLO A VILLA ALIANZA

Los amantes de los rigores geográficos consolidan a Villa Alianza en el espacio limitado por las calles Mitre, Lisandro de la Torre, Urquiza y Perú.

Recuerdan también que a este rincón caserino supo conocérselo como Villa Barullo, Villa Garibaldi y hasta no faltó quien intentó bautizarlo como General Lavalle. Pero como yuyo duro, el nombre que perduró fue el de Villa Alianza.

Se dice que, al igual que muchos, fue barrio de tango. Que saber tocar el bandoneón generaba cierto prestigio. Que saber bailar garantizaba buenas conquistas. También se dice que las pibas del barrio primero debían ser cortejadas por los lugareños antes de elegir entre la demanda foránea. Y también se dice que los foráneos no podían involucrarse con tales mozas locales hasta no obtener el permiso de los muchachos locales.

Humberto, vecino de la calle Belgrano aseguró: “A los que no eran de Alianza y venían acá a hacerse los galanes, los sacábamos corriendo…Únicamente venían cuando los conocíamos y ¡ojo! que no se fueran a propasar con las pibas porque ahí sí que la ligaban fulero”.

Alguna vez, Mingo Gorgolizzo, querido vecino que residía en los alrededores de Moreno y Méjico, nos señaló que, en sus años jóvenes, la villa estaba poblada, en su mayoría, por ferroviarios empleados en los ya desaparecidos Talleres Alianza donde se reparaban las máquinas del ferrocarril Pacífico y que le dieron nombre al barrio.

LA CATANGA

Minucioso, Gorgolizzo apuntaba que en los años ’20 los vecinos solamente podían acceder a los Talleres a través de, únicamente, dos caminos: el de carbonilla que se extendía por la calle Roma o el construido por los ingleses que serpenteaba a lo largo de la calle Perú. La otra alternativa era subir al conocido Tren Obrero, impulsado por la legendaria locomotora Catanga (como la que actualmente está en la plaza Unidad Nacional) , en el terraplén que se levantaba, paralelo a las vías, entre avenida San Martín y David Magdalena; esta formación dejaba a los vecinos en el corazón de los Talleres Alianza.

DEL ALMACÉN DE GROSSI AL CLUB SOCIAL Y SPORTIVO    

Nada extraña, entonces, que en esos tiempos de baldíos, quintas, zanjones y sol unánime, el fútbol también latiera entre los muchachos de los alrededores. 

Dice la leyenda que fue para 1919 cuando un grupo de obreros ferroviarios, después de trabajar, concurría casi diariamente al almacén de Alejandro Bruno Grossi, ubicado en la esquina de La Merced y Méjico (foto). Convengamos que no concurrían para facilitar los mandados a la patrona sino por la atracción que ejercía el despacho de bebidas, anexado al establecimiento.

Lo cierto es que allí, en ese estaño, se concibió la idea de darle un club a la zona para canalizar organizadamente las ganas de jugar a la pelota.

La idea también prendía en esposas, novias, madres y hermanas que rápidamente imaginaron también un lugar para bailar y realizar vida social. Futbol, tango y amistades: la mezcla fue explosiva y ya nada la pudo detener.

El domingo 1 de agosto de 1921, nació oficialmente el Club Sportivo Villa Alianza y, por supuesto, lo hacía en el almacén de la familia Grossi que, deducimos, era el centro de referencia del vecindario.

En un boletín editado posteriormente, se lee que los vecinos que formaron parte de aquella reunión constitutiva fueron: “Alejandro Grossi, Víctor Parra, Primo Gándola, Pedro Gándola, José Cordone, Martín Cordone, José Milanesi, Carlos Milanesi, José Cantero y Agustín Verdinelli; en total eran 17; lamentablemente no recordamos al resto”.

La flamante entidad fue, al principio, puro fútbol. El primer equipo titular quedó integrado por Juan Sirello, Primo Gándola y Miguel Matiacco, José Cantero, Víctor Parra y José Cordone; José Milanesi, Antonio Gándola, Agustín Verdinelli, Martín Cordone y Carlos Alberto Milanesi.

La casaca elegida para representar a la institución fue de color rojo con vivos blancos y el primer partido se jugó en una cancha ubicada entre las calles Mitre, Méjico, Directorio y España, donde se estructuraron los arcos con ramas de sauce, unidas por una soga que, a la vez, oficiaba de travesaño.

El flamante equipo perdió tres a dos y, también se dice, fue la primera de una serie de derrotas que caracterizó al grupo de esforzados muchachos. Pero no cejaron en su empeño y, de a poco, comenzaron a torcer la historia.

Oscar Monetti fue presidente del CVA a lo largo de tres décadas (1969-1999). Toda su vida estuvo ligada tanto al barrio Villa Alianza como al club. Tenía apenas diecisiete años cuando fue convocado, junto a otros muchachos del barrio, para integrar la comisión Pro Edificio Social. Alguna vez nos dijo: “Juntamos fondos de todos lados, organizamos kermesses, rifas, asados…todo se hizo a pulmón”.
Entre las actividades desarrolladas para recaudar el dinero para la obra, se destacaba la serie de bonos contribución de cinco pesos.

A lo largo de su historia, fueron múltiples las disciplinas que se practicaron en la entidad de Méjico y La Merced: box, bochas, billar, ajedrez, boxeo, ping pong, teatro, etc. También se organizaron milongas, concursos de disfraces, bailes de carnaval, espectáculos artísticos y deportivos… pero, sin duda, la actividad central, la que aglutinaba a la muchachada y daba calor a la institución, era el futbol, el deporte mayor, el que juntaba al atorrante con el doctor, al rico, al pobre y al de medio pelo.

El CVA – que tenía varias categorías, cada una con su delegado y entrenador – participaba en todos las ligas y torneos que se organizaban en los alrededores. Eran los tiempos de oro de los clubes de barrio y tanto los jóvenes, como los no tan jóvenes, esperaban con ansias el fin de semana para entreverarse en los legendarios desafíos futboleros.

Futbol, sol, tango, noviecita, vermouth con los muchachos… ¡qué más se le podía pedir a la vida!.

Monetti dudó cuando le preguntamos cuáles fueron, a su entender, los mejores jugadores del club: “Huy, fueron muchos: el Turco Amago, los Sampayo, Carlos Sani, El Peca, Guido Fumagalli, Dino Lattanzi, Rodolfo Corradi, Pipino, Tocalini… Muchos nombres, en este momento, se me escapan”.

En 1967, bajo la presidencia de José Torres, se inauguró la actual sede social del CVA. Se recuerda que la entidad recibió una gran ayuda del corralón de materiales de Cabezas y Torres “que siempre le dio al club, facilidades de pago”.

En un anecdotario que editó la institución, se lee que “Por aquellos años también se tramitó la personería jurídica y se actualizaron los estatutos sociales, manteniendo la esencia que le dieron los fundadores, agregando iniciativas de los considerados refundadores; entre otros que se destacaron: Oscar Monetti, Dino Lattanzi y el alma mater, Mingo Gorgolizzo.

El más recordado de los campos de juego del CVA fue, sin duda, el arrendado al ferrocarril San Martín, ubicado al lado de la actual cancha de Estudiantes de Buenos Aires; este espacio, en aquellos tiempos, era apenas una laguna.

En ese entrañable predio de Roma y Urquiza está grabada para siempre una historia de goles y jugadas magistrales, de pelotazos a los caños y torpezas grotescas, de jugadores exquisitos y aguerridos pataduras.

Cada sábado y domingo, la barriada se acercaba a la cancha de la calle Urquiza, a la que cubrían en su perímetro con bolsas de arpillera “para así poder cobrar algún manguito para el club”, recordó Monetti. Ese campo de deportes se extendía desde el pared que limita a la actual cancha de Estudiantes, hasta donde se levanta la empresa Tramontana.
“Los eucaliptos los plantamos nosotros”, señaló Monetti.

En el lugar, también había vestuarios, buffet, cancha de bochas, parrillas y juegos infantiles y hasta tenía cuidador: el más conocido fue el Ruso Kasimir.

En la década del ’80, el CVA perdió ese hermoso predio (hoy, ocupado por Chango Más). Se atribuye la pérdida a la “mala política” implementada por la empresa ferroviaria y el club Estudiantes. Lo cierto es que esa cancha pasó a ser un recuerdo, entrañable sí, pero recuerdo al fin.

MISIA PEPA

En 1969, se produjo un hecho que marcaría la historia del CVA: en marzo de ese año, bajo la presidencia de Oscar Monetti, se inauguró, en un rincón de la sede social, el primer Jardín de Infantes municipal de nuestro barrio: “Misia Pepa”. Fueron una maestra, una celadora y 45 chiquitos quienes dieron el puntapié inicial. La iniciativa había sido alentada por el entonces intendente municipal, el coronel Larralde. Fueron miles que a lo largo de más de medio siglo concurrieron al establecimiento.
El jardín dejó de funcionar por la pandemia y en este 2022 fue trasladado al Barrio Ferroviario.

Hugo Monetti es hijo de Oscar y también ejerció la presidencia del CVA. Alguna vez lo entrevistamos y mirando el salón principal, manifestó: “Nací acá, me crie acá, todos las tardes mi papá me agarraba de la mano y me traía para el club. Yo tomaba la leche, saludaba a los veteranos… “.

Hugo recordó especialmente los bailes de carnaval “donde vendía papel picado…eran fabulosos los carnavales”. También rememoró las “fiestas patrias donde, después del acto, se corrían carreras de embolsados, se hacían piñatas, se repartían golosinas…”. También, los concurridísimos asados que se organizaban en cada aniversario de la entidad.

La institución de Méjico y La Merced sigue viva; actualmente es el club en actividad decano de nuestro barrio. Aquellos fundadores del año ’21, que se reunían en el almacén de Don Bruno, apoyados en el viejo estaño, seguramente no imaginaron la historia que habían impulsado.