Cada barrio posee una historia “no oficial”. Una historia donde los protagonistas no son celebrities del escenario, la política o el deporte.

Nos referimos a los vecinos de todos los días, ésos que encontramos en la panadería o viven a la vuelta de casa.

Esos vecinos nutren la historia cotidiana del barrio. La otra historia.

Pasamos a recordar ahora, a un señor mayor que, años atrás, encontrábamos caminando por las calles más transitadas de Caseros y se acercaba hasta los conductores detenidos por el semáforo. Amable, de ojos claros, saludaba casi murmurando y nada pedía: al contrario, regalaba unos caramelos chiquitos, envueltos en papel celofán, que cargaba en una bolsita.

Luego, susurraba una despedida amable e inmediatamente se dirigía a repetir el obsequio al conductor que estaba detrás.

Su costumbre de golosinas se extendía también a otros espacios  de Caseros.

Recuerda una vecina: “Una tarde, yo estaba en la estación, sentada en la placita de Valentín Gómez y se me sentó al lado, me regaló uno de sus caramelos… tenía unos ojos claros y una mirada muy especial”.

Quien frecuente nuestras calles seguramente puede relatar experiencias similares.

HISTORIA DE VIDA

El hombre de los caramelos se llamaba Carmelo Citra. Nació en Sicilia en marzo de 1923.

Participó en la dramática segunda guerra mundial. Al regresar, lo esperaba otro horror: parte de su familia padeció consecuencias fatales por el bombardeo constante; su casa natal quedó en la ruindad absoluta.

Carmelo eligió nuestras pampas para torcer su destino. Acá conoció al amor de su vida – Elsa Gladys Corvalán (foto) – y, como cocinero, trabajó en Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA) y en la Flota Fluvial.

“Fue un trabajo muy exigente con meses de distanciamiento sin volver a nuestro hogar”, cuenta Carlos, su hijo.

Mientras Carmelo permanecía embarcado, Elsa atendía con amabilidad que muchos recuerdan, un pequeño almacén en la esquina de Mitre y Andrés Ferreyra.

Carlos describe a su padre como un hombre muy trabajador, generoso, solidario… “cuando no estaba embarcado, el tiempo libre lo disponía para hacerle gauchadas a quien lo necesitara”, destaca.

Don Carmelo acompañaba a quienes tramitaban la jubilación o le cumplía los trámites bancarios a los comerciantes conocidos.

“Una vez, sobre la calle 3 de Febrero, tres tipos quisieron robarle lo que llevaba en un portafolio… mi papá, los enfrentó y los sacó carpiendo”, puntualiza su hijo.

Con el transcurso del tiempo, agrega Carlos, “su organismo se fue deteriorando por la enfermedad de Alzheimer y la demencia senil”. Tras una pausa, agrega: “Fue muy duro transitarlas junto a él, porque él en su servicio al prójimo, buscaba sólo una sonrisa a cambio de nada y era feliz a su manera en su mundo de dulzura que daba a través de sus caramelos”. Y concluye: “Siempre estará en nuestro corazón y en el de muchos”.

Don Carmelo Citra falleció el 27 de febrero de 2000, a sus 76 años.

Es parte, como mencionamos al principio de esta nota, parte de la historia “no oficial” de Caseros, de la otra historia (quizá, la verdadera historia de un barrio).

Carmelo en sus tiempos mozos