Es cierto que a Horacio la vida lo colocó en situaciones y lugares impensados.  Es posible que ni cuando fue pibe – tiempo de sueños sin límites – haya  imaginado que el acontecer de su vida sería tan vasto y versátil.

Ahora, en este inquieto agosto, estamos en el comedor de su casa de la calle Frugone (actual A. M. de Justo) y Horacio Salvador Ansaldo coincide con lo antedicho.

Mientras charlamos, no puedo evitar observar en una de las paredes los decorados platos expuestos que otorgan calidez de hogar a la habitación. La antesala, luce pinturas de Gerardo Granda y de los hermanos Ángel y Antonio Parodi, artistas caserinos.

“Me gusta el arte pictórico”, señala Horacio, quien tuvo oportunidad de recorrer museos de casi todo el mundo. Nos manifiesta también su entusiasmo por la lectura. Lee de todo, en especial, sobre las innovaciones  en cardiología.

Claro, es el médico que auscultó el corazón de los vecinos de medio Caseros.

A lo largo de casi seis décadas, atendió a sus pacientes en La Merced, entre av. San Martín y David Magdalena, frente a la iglesia, acompañado por su asistente y recepcionista, la siempre muy atenta Magdalena Fernández.

Recién fue una tarde casi noche de 2018 cuando colgó para siempre el estetoscopio y cerró con llave final la puerta de su consultorio dejando atrás su  trayectoria profesional que atravesó, por lo menos, cuatro generaciones de vecinos.

“Fueron nietos, padres, abuelos y bisabuelos”, puntualiza el doctor.

Antes de ocupar su domicilio actual, nuestro vecino residió gran parte de su vida en una impactante casona de avenida San Martín, entre Moreno y La Merced.

“Cuando yo era chico, la avenida estaba adoquinada hasta Mitre, de allí para el lado de Ciudadela, todo era de tierra”, indica Horacio.

Su familia estaba integrada por sus padres – José Luis (profesor de Literatura) y Luisa Felipa Buceta – y sus hermanos Élida y Carlos.

El hogar de los Ansaldo llamaba la atención por su amplitud  y por un espléndido, bellísimo rosal beso (sic) que envolvía su fachada y se extendía hasta el fondo. Las chicas recién casadas lo elegían como escenario de sus fotografías.

Fue alumno de la escuela N° 83, actual 45 (av. San Martín y Urquiza), de la que, entre otros, guarda un muy especial recuerdo por Aníbal Pedro Elgue, quien “cumplió una brillante tarea como director… Fue una persona de mucho empuje… él organizó una Cooperadora e hizo levantar dos salones para que los alumnos pudiéramos cursar quinto y sexto grado. Él mismo se arremangaba los pantalones, junto a los padres, los sábados y domingos, para construir las dos aulas”.

El tren de las 6.40, a Capital

Fue el convoy del ferrocarril Pacífico que cientos de chicas y chicos caserinos abordaban en la estación para dirigirse a cursar en los establecimientos educativos porteños.

“Le decíamos el tren de los estudiantes… si se habrán formado parejas en esos viajes”, advierte.

Tras completar su formación secundaria en el Nicolás Avellaneda y luego de recibirse como médico, ingresó al Hospital Fernández donde permaneció a lo largo de casi tres décadas.

Cine, cine y cine

Si bien se autodefine como un inquieto buceador en todas las ramas del arte, reconoce que la que más le apasiona es la cinematográfica.

Se comprende, tiene historia al respecto.

Su padre fue dueño del cine Caseros (calle Moreno, entre Sarmiento y San Jorge) y también del Paramount; en este caso, junto a dos socios: Aquilino Goso y Sedze.

“Yo prácticamente vivía en el cine… no sé cuántas películas habré visto”, puntualiza.

Su inquietud por el séptimo arte, lo impulsó a participar en cursos de cine debate y a frecuentar ciclos donde se proyectaban las películas llamadas ‘de culto´.

“Cine checo, iraní, japonés, italiano… pero aclaro algo, ninguna película me hizo llorar tanto como Cinema Paradiso”, confiesa.

– Horacio, una duda… ¿El Paramount tuvo alguna vez techo corredizo?.

– Ninguna duda ¡claro que tuvo!… el problema que tenía es que cerraba muy lentamente y cuando llovía de repente, se empapaban todos los espectadores. Pero, sí que tuvo techo corredizo.

Ansaldo se deja arrastrar por los recuerdos de los tiempos en que las dos salas de Caseros pertenecían a su papá.

“Mi viejo, cuando estaba en la boletería, dejaba entrar gratis a los pibes con la condición de que no faltaran a la escuela, de que estudiaran”, evoca. Y agrega: “También, reconocía con la mirada a los que iban ‘calzados’ al cine. Les decía: ‘Fulano, deja el bufoso en este cajón si querés entrar’ o a otro le pelaba el cuchillo… Caseros era bravo en ese tiempo. Los que venían de la Capital, la pasaban duro cerca de la estación”.

El caleidoscopio gira y, en los años ’60, encontramos a nuestro vecino involucrado en la dirigencia social donde ejerce como líder en “Experiment in International Living”, programa que permite a delegaciones de estudiantes intercambiar experiencias en distintos países.

Es así que recorrió casi toda Europa. Pero no como turista sino conociendo a la gente… “charlando con los vecinos, haciendo los mandados, conociendo su idiosincracia”, detalla.

DIRIGENTE POLÍTICO

Su devenir lo llevó además, a implicarse en política; a conocer, entre otros, al padre Mujica, al general Perón (“con quien compartí varios cafés”) y a ocupar el cargo de subsecretario de Turismo Social de la Nación cuando la cartera mayor estaba a cargo del doctor Pedro Eladio Vázquez.

En nuestro distrito fue concejal en dos oportunidades y ejerció como secretario de Acción Social y, por otro lado, de Salud. Fue en este tiempo que Tres de Febrero tuvo que enfrentar una incipiente epidemia de cólera que pudo ser detenida merced al eficaz y rápido operativo preventivo.

Bettina llega a su vida

Fue en el consultorio de la calle La Merced que Horacio conoce a su esposa, Beatriz de Francesco.

Ella, oriunda de Devoto, en un local muy chiquito, al lado de la ex sastrería Rosconi, en 3 de Febrero, casi Urquiza, había inaugurado “Pulgarcito”, la casa de venta de artículos para chicos.

“Le puse ese nombre porque era un espacio muy chiquito… hoy, abarca toda la esquina”, detalla Bettina.

Era viuda y tenía dos hijos – Leandro y Luciano –  cuando vio por primera vez a Horacio, en 1983. Tras cinco años “de conocerse”, la pareja formalizó su unión en 1988. El matrimonio tiene una hija: María Madelú Luján Ansaldo (foto), profesora de Danzas.

“Llevamos 34 años de casados”, expresa la creadora de Pulgarcito y agrega: “Horacio sabe escuchar, es afectuoso, leal, entregado a lo que fue su profesión y a sus ideales… por sobre todo, evita las discusiones, prefiere quedarse callado, aunque piense lo contrario, y mantener la paz”.

PERSONALIDAD DESTACADA

En 2017, el HCD de nuestro distrito distinguió a Horacio como “Personalidad Destacada en el ámbito de la salud, social y político”.

El proyecto – presentado por un edil radical – fue votado por unanimidad.

También, la Asociación Caseros Centenaria lo galardonó con el denominado Caserino Especial.

Ansaldo acaba de cumplir 83 inviernos y algunos achaques le limitan la movilidad de antaño. Además de su pasión por la lectura y el cine, de disfrutar la compañía de Xanda, una dulce ovejera alemana, tiene una magnífica colección de recuerdos que revive con lucidez asombrosa. Sin duda, el caleidoscopio continúa girando.