Toda mi niñez transcurrió en la calle antes General Paz (David Magdalena) entre Uruguay (La Merced) y Mitre, de Caseros.

El jardín de infantes en La Merced, bautismo, confirmación, primera comunión y la vereda de vainillas (para mí, doradas), donde montaba la bicicleta que los Reyes Magos habían traído del negocio de don Justo Méndez. Porque ellos, los Reyes, saben muy bien lo que uno quiere y de dónde recogerlo. Por la carta. La que a principios de diciembre  escribía con tenacidad y un poco de esfuerzo.

Pero antes íbamos con mi mamá a la librería El Sol a comprar el lápiz especial para que los soberanos cumplesueños que nos ven y saben cómo nos portamos, entendieran mi pedido.

Desde mis primeros recuerdos, la librería de la esquina de avda. San Martín y La Merced fue mi único lugar de aroma  a útiles y también a libros nuevos. Perfumes de escuela, de risas, de recreos con juegos, de saberes escritos y en los gestos.

Librería que por su nombre parecía iluminarnos las horas de estudio a veces esforzado y otras, de disfrute y color.

Y después, a principios de los setenta, fue nuestra esquina de la adolescencia porque la secundaria la hice en el Instituto La Merced aunque nos habíamos mudado del otro lado de la vía.

Al llegar a las 13 hs, con Sonia y Susana, como teníamos quince minutos antes del primer timbre, abríamos allí el chicle Blony con gusto a banana y nos reíamos sin parar por tantos chistes y globos amarillos que decoraban las conversaciones de lo nuestro.

Esquina testigo del ir y venir al colegio, de las preocupaciones por la prueba de Física y la lección de Historia, del dolor porque ese chico de quinto de la mañana no me miraba, del encuentro de Sonia con su novio de Junín, los sábados después del coro con Tedesco, el profe de música.

Esquina atesorando perfumes de infancia y adolescencia a la vista de la Virgen y el Niño de paseo, los 24 de Septiembre.

Hasta que un día me volví grande y los Reyes Magos viajaron dejándome dulzores y tuve vida de persona grande y me mudé a otro barrio con José, mi esposo.

Vinieron tiempos difíciles para mis piernas y mi ánimo por los que empecé la terapia psicoanalítica.  Y entonces comenzó mi camino a la escritura. Todas las noches soñaba que iba a la librería EL SOL a comprar lápices y reglas. Se repetía siempre lo mismo. Hoy sé que el alma de cada uno guarda toda la sabiduría y se manifiesta de diferentes formas.

Se lo conté a Silvia, la terapeuta, y ella dijo la pregunta fundacional: ¿Por qué no escribe?

Desde 1996, año de este descubrimiento, ESCRIBO.

Esta librería, con nombre de promesa repleta de luz, ha sido y seguirá siendo la fuerza creadora donde mi alma me ubicó en sueños para hacer visible el don de la escritura.

En mi corazón la querida librería sigue floreciendo. Abierta, iluminada, con Vilma y Francisco al frente, atendiéndonos. Igual que la esquina, un espacio nuestro aún vivo, que observa pasar a la Virgen con el Niño y nos permite ser niños, adolescentes y muy jóvenes. Mientras, me siento con el mate y observo ese pasado desde Villa Giardino y pongo ternura en los recuerdos y todo el amor que ellos me dejaron.

NORA BALARINO