Se llamaba Doria Cespa pero, acá, en Caseros todos la conocían como “la señora de Capurro”.

Fue durante décadas, catequista de la parroquia Nuestra Señora de La Merced; actividad que ejerció con alegría y sin retribución económica alguna.

“Estas cosas no se cobran… se hacen por propia voluntad”, nos dijo con firmeza cuando la entrevistamos, hace ya mucho tiempo.

Y agregó: “Me causa alegría que los chicos participen y me hagan preguntas; me pone muy contenta cuando llego con la clase preparada pero eso que preparé no es preciso utilizarlo porque las inquietudes de los chicos hacen que la clase se desarrolle sola”.

– ¿Qué les dice a los chicos en la primera clase?.

–   Que vienen a catecismo para conocer a Dios y conociéndolo se lo ama. Nadie ama a quien no conoce.

– ¿Cuáles son las preguntas que más le hacen?.

– Quién creó a Dios… Les respondo que Dios no es creado, es creador, es infinito, inmortal, que no puede nacer aquello que no murió… Dios es existencia.

CATEQUISTA CON PELIGRO DE GOL

Durante mucho tiempo, Doria fue una catequista singular pues sus clases eran matizadas con furibundos entreveros futboleros; los cuáles, convengamos, eran esperados con suma devoción por sus alumnos.

Su casa de la calle Mitre, casi esq. Sarmiento, era asiduamente visitada por chicos que se anunciaban: “¡Señora Capurro, vamos a jugar a la pelota… señora Capurro, dele, vamos a jugar a la pelota!”.

“Yo los llevaba al patio parroquial y ahí armaba los partidos… iban un montón de chicos”.

Los pequeños, a pan y queso, elegían a sus compañeros de equipo y entre los más solicitados… figuraba la mismísima organizadora.

“Ah, sí… a mí siempre me elegían y, por supuesto, me prendía… cada tanto, me encuentro con algunos de aquéllos chicos que me recuerda: ‘Si nos habremos pegado patadas, eh ‘”.

Doria nació en Ortona, pueblito lindo que duerme a orillas del Adriático.

“Mi mamá – Regina, quien también fue catequista- se metía en el agua hasta la cintura y con su delantal recogía los peces que después cocinaba”.

Su padre, Salvador, llegó solo, a nuestro país en 1930, e instaló un horno de ladrillos “justo frente a Tiro al Segno”.

“Era un terreno de siete hectáreas que alquiló a Florencio Martínez de Hoz; el terreno llegaba hasta el hospital Posadas. La esposa de Martínez de Hoz donó el espacio para que se construyera el hospital”.

“En el ’34 – continuó Doria – mi padre nos mandó a buscar”.

INSTRUCCIONES PARA FABRICAR LADRILLOS

– ¿Cómo fabricaban los ladrillos?

– Se hacía una excavación y se llevaba la tierra a un lugar redondo llamado pisadero; durante la noche, esos montículos se mojaban bien y se les agregaba una sustancia (creo que era caucho). A la mañana siguiente, llegaba el ‘yeguarizo’, quien traía su manada de yeguas amaestradas que daban vueltas y vueltas sobre el pisadero hasta que la tierra quedaba como si fuera una crema. Ese barro se ponía en carretillas y luego, con las manos se iba colocando en moldes de dos ladrillos. Después que se secaban un poco, se desmoldaban y se iban apilando… una tanda de ladrillos y una tanda de carbón de coque, así sucesivamente. Luego se prendía el carbón y se dejaba ardiendo entre dos o tres días. El paredón del cementerio de San Martín está construido totalmente con ladrillos de la fábrica de mi papá.

CAPURRO LLEGA A SU VIDA

Para aquellos tiempos, visitaba la fabrica “un amigo de mi hermano”, un mozo cuya familia – muy conocida en Caseros- tenía un tambo.

El muchacho – Enzo Agustín Capurro – se quedó prendido de los encantos de Doria y, tras cuatro años de noviazgo, el padre Garcia Savio los casó en la parroquia La Merced.

El matrimonio tuvo un hijo, Carlos Enzo.

A Doria le gustaba mucho Caseros y aseguró que jamás se mudaría. Nos aseguró: “ ¡Me gusta el barrio y me gusta la gente!… salgo a la calle y saludo a todo el mundo… aunque hay vecinos que me saludan y a veces no sé muy bien quienes son. Claro, capaz que les enseñé catecismo de chicos y ahora están casados y son padres”.

Sostenía que se sentía muy querida y respetada por todos los que fueron sus alumnos.

Futbolera, hincha de Boca, le encantaba (mucho) el tango. También, las plantas. Su casa de la calle Mitre, casi esquina Sarmiento, poseía el árbol “Flor de Primavera” más soberbio del barrio.

“Florece cada 20 o 21 de setiembre… vienen a sacarle fotos de todos lados”, nos dijo con cierto orgullo.

De fuerte convicción religiosa, también preparaba y guiaba las misas dominicales.

Nos aseveró que sus alumnos no tenían miedo a confesarse “porque les enseño que la confesión es un abrazo de Jesús”.

Doria Cespa, la muy querida “señora de Capurro”, falleció el miércoles 18 de mayo de 2016, a sus 88 años.