Fue cierto lunes de marzo de 1927 que un jovencito de veintitrés años, recién llegado de Rufino, se acercó tímidamente a un colegio de Caseros para cumplir con su primer día de trabajo.
MÁS DE MEDIO SIGLO DESPUÉS
Cuando lo entrevistamos (en 1988), aquel muchacho de Rufino recorría sus 83 abriles y recordaba con afecto los casi treinta años en que cumplió funciones de portero en la escuela 33, la que abría sus puertas en la calle Lisandro Medina, entre Sabattini y De Tata.
“En aquel tiempo – afirmó don Antonio – las únicas calles adoquinadas eran Tres de Febrero y media ala de San Martín”. Y agregó: “Para mí, trabajar como portero fue un adelanto porque lo único que sabía hacer era cuerear vacas y vivía de a caballo”.
ALUMNOS DESCALZOS
Rememoró este hombre la dura época del ’30, cuando muchos chicos concurrían descalzos a la escuela “y yo organizaba carreras para que entraran en calor”.
Y agregó: “Mire si era dura que conocí a un maestro que fabricaba barriletes con papel de diario para poder subsistir”.
Con el tiempo, Antonio se casó con una chica de Villa del Parque – Emilia Pallota – y edificó su casa “a la vuelta del colegio”, sobre la calle Sabattini.
Los Paletta no tuvieron hijos “pero sí sobrinos que tienen una zapatería sobre la avenida San Martín” (Calzados Pallotta).
Para “agregar garbanzos a la olla”, don Antonio, en sus ratos libres, hacía la cobranza de cuotas para el Club 9 de Julio y para la Sociedad Italiana Patria y Labor.
LA SEÑORA DE LUSICH – PEDRO BERTOLINI
Sobre los alumnos de la escuela 33 don Antonio sostuvo que eran “muy respetuosos”. Y aclaró: “Un poco porque había más respeto por la gente en general… y también, porque la disciplina era rigurosa, aunque, tal vez, demasiado”.
Recordó, además, que una de las mejores directoras que tuvo el establecimiento fue la señora de Lusich, madre del actor Fernando Siro (en esos tiempos, la directora residía en el colegio).
También, tuvo palabras muy afectuosas para don Pedro Bertolini, vecino de la calle Medina, que siempre se esforzaba para que “la escuela tuviera todo en orden”. Afirmó don Antonio: “Pedro arreglaba todo; las canillas, pupitres, los escritorios; cambiaba los vidrios… y siempre de buen talante”.
“CHAU, ANTONIO” – “CHAU, 33”
Cuando el ex portero se topaba con alguno de los ex alumnos, su mayor alegría era cuando lo saludaban con un cálido: “Chau, Antonio”. El respondía: “Chau, treinta y tres”, porque “entre tantos chicos, mi poca vista y mi frágil memoria, no recuerdo los apellidos”.
Un día de la década del ´50, aquel muchacho de Rufino se jubiló y con repicar melancólico anunció el recreo final.
Al tiempo, la vieja escuela se trasladó a la calle De Tata porque en ese mismo solar se constituyó el primer Edificio Municipal que tuvo nuestro distrito.
Sin embargo, el tañido de esa campana que tantas veces don Antonio hizo vibrar, para muchos, todavía debe sonar.