A décadas atrás pertenece esta nota. Por entonces, Angelita Salvarezza – hija de Pedro Salvarezza y María Rosa Saffietti – vecina de la calle La Merced, entre Cavassa y Lisandro de la Torre, tenía 86 años. Había nacido el 1 de junio de 1903.

Los Salvarezza son una de las familias tradicionales de nuestro barrio.

Angelita nos había recibido en el prolijo comedor de su casa, sentada en un sillón-mecedora, y suavemente fue urdiendo estos recuerdos que de alguna manera, son parte de la historia de Caseros.

EL BALNEARIO DE VILLA MARÍA IRENE

“Para el lado de Villa María Irene (hoy, Villa Mathieu) había una laguna. Nosotros vivíamos en Olavarría y Rebizzo y la casa estaba cerca de la orilla. La laguna se había formado porque sacaron la tierra para un horno de ladrillos. Mucha gente iba a bañarse allí… le decían ´El Balneario´“.

PAPÁ FUE QUIEN TRAJO EL FUTBOL A CASEROS

“Mi papá era oficial tornero en los talleres Alianza y fue uno de los primeros que trajo el fútbol a Caseros. También, fue uno de los fundadores del Club Unión (homónimo del legendario Unión de Caseros pero sin relación alguna) que tenía la cancha en San Martín y De Tata. Cada vez que había un partido terminaba peleándose ¡Volaban cajones, botellas, de todo!.

CUANDO MAMÁ SE ENOJÓ EN SERIO

El matrimonio Salvarezza tuvo once hijos “Hubiéramos sido catorce pero, recién nacidos, fallecieron los tres primeros: dos nenas y un varoncito. Mi hermano mayor se llamaba Pedro Tercero porque mi papá decía: “Yo soy Pedro Primero“. Al varoncito que falleció lo llamó Pedro Segundo. Entonces, al siguiente lo nombró Pedro Tercero. Luego nació Pedro Clodoveo y se salvó de llamarse Pedro Cuarto porque mamá se enojó. La lista siguió con Federico Juan, María Sara, Julio Sadi, David Carlos, Lorenzo Andrés, Alberto Daniel, Guillermo Eduardo (padre de Horacio, el legendario boxeador conocido como “El Torito de Caseros”), yo y Mateo Tito.

Contó Angelita que su mamá preparaba un sabroso pan casero y que en esa época la ropa se lavaba en un fuentón y se tendían las sábanas al sol para que se blanquearan: “Cuando estaban secas las volvíamos a humedecer para que se pusieran más blancas, todavía”.

ANGELITA Y LA MÚSICA

“Mi madre poseía un excelente oído para la música. En casa teníamos un comedor de siete metros de largo. En una punta estaba el aparador y en la otra el piano. Y en ese piano, ella me enseñó las primeras nociones musicales. Más adelante, estudié con Anita Tiller y me recibí de profesora de piano en el Conservatorio Paganini”.
La familia Salvarezza se destacó por su amor a la música. Quien no tocaba el violín, se defendía con el bandoneón o le robaba melodías al acordeón a piano.

LA MÚSICA DE LAS PELÍCULAS MUDAS

“En la época de las “cintas” mudas, junto a Pedro Tercero, que era violinista, tocábamos en el cine-teatro que estaba en la calle Moreno, entre Sarmiento y San Jorge. Después, las mismas cintas las daban en el Salón La Honradez (actual Paramount) y nosotros también íbamos a tocar allí.

EN LAS DE CHAPLÍN, NOS SENTÁBAMOS

Cuando había una escena triste, tocábamos un vals o música clásica, pero cuando daban una de Chaplín directamente nos íbamos a sentar en la primera fila porque con las risas y el griterío del público no se podía escuchar nada“.

Con sus hermanos, integró la orquesta “América”.
“Tocábamos en las veladas que organizaba la Cruz Roja. Por supuesto, también tocábamos en los bailables de Carnaval. Todas las noche, hasta el “Micareme” (última noche de carnaval).

CARNET DE BAILE

En ese tiempo, a las chicas se les servía un chocolate caliente a medianoche. Ellas tenían un “carnet de baile” donde anotaban las piezas que les prometían a los muchachos. Tocábamos fox trot, rancheras, pasodobles, valses y, por supuesto, tangos… a pesar de que a mi padre no le gustaba que una chica tocara tangos… y menos, su hija”.

Angelita, en 1925, se casó con José Ricardo Pradelli. El matrimonio tuvo dos hijos: Noemí Lidia y Ricardo David. El esposo de Angelita fue ferroviario y, como tal, el matrimonio Pradelli anduvo de estación en estación, de mudanza en mudanza.

“En el ’44, vivíamos en San Juan. Allí, el 15 de enero, nos agarró el terremoto. Fue terrible. Nosotros estábamos en la estación Albardón y los galpones del ferrocarril se llenaron de heridos”.