Nuestro vecino de la calle Caseros, entre Moreno y Belgrano, tenía 80 años.  Casado con María Isabel Radibowniuk, el matrimonio tenía tres hijos: Daniel, Javier y Andrés.

SU HISTORIA DE VIDA

Luis participó en la guerra de Malvinas con el grado de sargento ayudante de la Brigada Aérea. Fue distinguido como héroe de guerra. Practicó el paracaidismo hasta que en un salto se estrelló contra el suelo y fue dado por muerto. Su postración y recuperación lo llevó a engordar tanto que la balanza acusó 167 kilogramos.

MALVINAS
En marzo de 1982, Luis Oscar Martínez miró el crucifijo y pidió: “Dios, la patria me llama para que la defienda. Lo haré con orgullo. Solamente te pido que me hagas estar a la altura de las circunstancias, que si tengo que morir no lo haga como un cobarde. Te ruego que me des el don de la valentía”.

Hace un tiempo, cuando lo entrevistamos, Martínez nos recibió en el hospitalario comedor de su casa de la calle Caseros, casi esquina Moreno. Las paredes estaban repletas de objetos y fotografías que recuerdan su pasado en la Fuerza Aérea y, especialmente, en la guerra de Malvinas. En 1982, Martínez revistaba como sargento ayudante de la Fuerza Aérea. Era paracaidista e integraba una formación especial que se denominaba Equipo Control de Combate. Por su rango y condición, ya a mediados de marzo de 1982 estaba informado sobre el próximo desembarco en las islas.

“Me dijeron, en una reunión reservada, que esa información era un secreto de guerra y que cualquier infidencia sería castigada como ‘traición a la patria’. Yo estaba a cargo de la llamada Sala de Supervivencia que agrupaba a todos los paracaidistas del país que revistaban en la Fuerza Aérea. También, durante esa reunión, me comunicaron que había sido designado para integrar la primera tripulación aérea que aterrizara en las islas. En un principio, el desembarco se iba a concretar el primero de abril. No sé por qué se postergó para el día siguiente”.

– ¿A qué hora llegaste a Malvinas?.
– Entre las siete y media y las ocho. Aterrizamos en Puerto Argentino. Tuve un doble privilegio: integrar la tripulación del primer Hércules que aterrizó en Malvinas y de ser el primero que bajó del avión.

– ¿El aeropuerto ya estaba tomado?.
– Tomado, no… estaba recuperado… no podemos tomar lo que es nuestro. Sí, ya había sido recuperado por los infantes de Marina. Estaba todavía oscuro y brumoso y yo caminaba con el dedo en el disparador, con el fusil cargado. Con quien primero me encuentro es con un marinero cordobés que me grita: “¡Al fin llegaron la pontiac que los peugeot!”. Dios quiso que no disparara ante la sorpresa… el acento cordobés fue lo que me permitió su identificación. Yo estaba asignado para izar la bandera y llevaba dos bajo el uniforme, una en el pecho y otra en la espalda. A una la colocamos en un mástil y a la otra la agitamos entre todos los compañeros. Después, nos dedicamos a despejar la pista, para que aterrizaran los demás aviones, y a adecuar las instalaciones para el puente aéreo que permitió la formación de la Base Militar.

– ¿Cuántos días estuviste en Malvinas?.
– Alrededor de quince; después, me dieron un descanso de cuatro días y volví a mi casa de Villa Devoto. Pero me pasé veinticuatro horas sin dormir, prendido a la radio y a le tele para saber qué pasaba en las islas. No aguante más y al segundo día le dije a mi esposa: ‘Sé que debo estar junto a vos y los chicos, pero siento que en este momento mi lugar está allá, junto a mis compañeros’. Me cambié y me presenté en la unidad.

Durante el resto de la guerra, Martínez integró el escuadrón Aéreo C30 que fue afectado a operaciones de reconocimiento, exploración, reabastecimiento y puente aéreo, misión que cumplió hasta el 13 de junio, día en el que el C30 realizó sus cuatro últimos vuelos.
“Éramos una especie de estación de servicio en el aire”, describe y agrega: “También, transportábamos equipos que arrojábamos al océano para que fueran recogido por nuestros soldados. Nosotros, despegábamos del continente y esperábamos, en el aire, a que llegaran nuestros pilotos de combate, abastecíamos sus aviones y esperábamos que regresaran para reabastecerlos y puedan retornar al continente”.

– ¿Cuáles eran las ventajas de reabastecerse en el aire?.
– Transportar más poder de fuego… Es decir, reemplazar el peso del combustible por armamento. Después de cumplir con el abastecimiento, volábamos a ras del mar para evitar que nos detectaran… así esperábamos a que regresaran los pilotos, en determinadas coordenadas, y reabastecíamos nuevamente sus máquinas para que pudieran regresar al continente… mientras los esperábamos, escuchábamos, por radio, los exclamaciones de los pilotos en combate : ‘¡Atención, entro y salgo!’, ‘¡Tirate a la derecha!’, ‘¡Salí que te tiraron un misil!, ‘¡Viva la patria, carajo!‘… se vivían alternativas que te hacían saltar el corazón…

– ¿Por qué fuiste distinguido como héroe de guerra?.
– Toda la tripulación fue distinguida. Además de reabastecer en vuelo, nosotros esperábamos el regreso del combate para ayudar a las máquinas averiadas. En una oportunidad, rescatamos a dos pilotos de un avión que, con muchas averías, se tiraba a regresar al continente pero con muchísimas posibilidades de no llegar, de caer en el mar. Se lo pudo enganchar, en vuelo, internándonos en zonas sumamente peligrosas por la incursión de los Sea Harrier, y llevarlo de regreso con el serio inconveniente de que nuestro propio Hércules entró en estado de emergencia y apenas si pudo aterrizar en Río Grande. Ahí comprobé que Dios es aeronáutico… Quiero dejar sentado que hubo infinidad de ejemplos de valentía de parte de hombres que estuvieron en Malvinas.

– Cuando estaban en el continente… ¿En qué lugares pernoctaban?.
–  Fuimos recorriendo el sur y nunca aterrizábamos en el mismo lugar porque nuestros aviones eran muy codiciados tanto por los ingleses como por nuestros ‘queridos hermanos chilenos’, quienes se pasaban ‘cantando’ nuestras posiciones y nos obligaban a hacer maniobras de distracción en cada despegue.

–  Participaste de un ataque abortado a los Georgias…
–  Sí, nos tocó hacer de pantalla ante dos fragatas misilísticas que apostaron los ingleses, y permitir el acercamiento de nuestros Canberra. No sé cuánto tiempo, con mucha tensión, estuvimos allí… luego recibimos la orden de regreso porque el ataque había sido abortado.

–  ¿Cuáles fueron los momentos más dolorosos de la contienda?.
– El de la capitulación, el del hundimiento del General Belgrano, donde uno tuvo ganas de matar a todo el enemigo… especialmente, el día en que un Sea Harrier abatió, en forma sanguinaria, a un TC63, un avión de transporte que estaba haciendo reconocimiento… conocía a sus siete tripulantes, eran mis compañeros, fue un dolor terrible. Viví la capitulación como si hubiera sido yo el que perdió la guerra. Sentía tanta vergüenza que no salía de casa. Estaba encerrado completamente. Pude empezar a salir gracias a la ayuda enorme de mi esposa y mis hijos… Tenemos que recordar siempre a nuestros caídos en Malvinas; ellos dieron su vida para custodiar celosamente a nuestro territorio. Al llamado de defender la patria hasta con su vida, ellos respondieron ‘Sí, juro’… Que nuestra generación y las venideras los recuerden con gloria y honor… ¡Viva la Patria!.

Los restos de nuestro héroe de Malvinas serán velados en Cochería Martín.

 

 

 

 

Durante la entrevista, Luis recordó este episodio que marcó su vida.