Hoy, a tres años de su partida, reproducimos textualmente un reportaje que, décadas atrás, le hicimos al inolvidable profesional, tan pero tan recordado en Caseros
Para los años ’60, los doctores Roitberg, Podestá y Guido era conocidos por su empeño en ahuyentar enfermedades y apaciguar dolores.
“Éramos muy amigos y, en caso de ausencia de alguno, nos ocupábamos de reemplazarlo en la atención de sus pacientes. Entre nosotros, no había ningún tipo de celos…”, nos cuenta el doctor Mario Eugenio Guido, quien si bien nació en Caseros, en 1935, transcurrió su adolescencia en Zárate.
Tanto Roitberg como Podestá fallecieron muy jóvenes. “Dentro de tanta pena, ocurrió una anécdota que a la larga resulta graciosa; vino una señora al consultorio y me dijo: ´Me trataba con Roitberg y se murió; después, pasó lo mismo con Podestá …no me queda más remedio que hacerme tratar por usted´ Por suerte la sigo atendiendo”.
El padre de Mario Eugenio, don Edmundo, también fue médico y – como Rebizzo y De Tata – uno de los primeros que se afincó por estas calles.
“Mi papá era algo bohemio. A sus 40 años largó la medicina y se dedicó a la docencia. Nos fuimos a vivir, por un largo tiempo, a Zárate. Allí transcurrió mi adolescencia; practiqué remo, natación…”. De los pagos zarateños, guarda los mejores recuerdos y hasta alguna vez fantaseó en volver.
Al igual que a don Edmundo, los caminos de la vida lo llevaron a entreverarse con las artes de Galeno. “Mi papá no presionó en absoluto para que me hiciera médico; fui yo quien eligió la carrera”.
También le hubiera complacido ser abogado y, mientras se acomoda sus gruesos anteojos, confiesa: “Cuando me jubile; en una de esas, me animo y curso Derecho… o Ciencias Políticas que también me gustan mucho”.
Sus primeros palotes en la profesión los aprendió junto al doctor Humberto Apollonio – “quien era jefe de sala en el hospital Diego Thompson”– y su primer consultorio lo instaló en la calle Tuyú (actual Garay).
El flamante ”doctorcito” de Villa Pineral se hizo conocer tanto por su afabilidad y sencillez como por su solidaridad y desprendimiento. Son múltiples los caserinos que aseguran haber sido atendidos a pesar de carecer de medios para abonar la consulta. Y no faltaron gallinas, huevos o presentes similares como forma de compensar la gauchada.
Los mismos vecinos destacan, además, que siempre se puede contar con él en caso de emergencias; no importa si es sábado, domingo, feriado, de madrugada o si la zona es inhóspita. Donde haya un necesitado, allí va el doctor en su veterano Peugeot 79. Y hasta mete la mano en su propio bolsillo cuando intuye que a su paciente no le alcanza el dinero para comparar el remedio que receta.
Aunque se considera un ferviente defensor de los progresos obtenidos por los investigadores de su profesión, asegura que “un alto porcentaje de los casos de enfermedad los soluciona el médico de cabecera, el médico integral que conoce la historia y el clima afectivo en que se mueve una familia…“. Acotación ésta que sugiere la correspondencia existente entre los padeceres del cuerpo y del alma.
Le agrada leer sobre el pasado argentino y “escuchar a todas las campanas en las grandes controversias nacionales”.
Por allí, deja escapar cierta admiración por Mariano Moreno, Hipólito Irigoyen y hasta “por Juan Perón, aunque no me gustó su componente autoritario…”.
Otra de sus satisfacciones es reunirse con amigos o, los fines de semana, ocuparse en cuidar las plantas. Placeres “a los que lamentablemente no me puedo dedicar todo lo que quisiera por falta de tiempo”.
Situación comprensible dado que, muchas veces, su actual consultorio de la calle Guaminí al 4900 está abierto hasta las “dos o tres de la madrugada… debo agradecer a la familia Deleo que me cedió el lugar para atender a la gente”.
Es divorciado y tiene dos hijos, Eduardo y Elsa. En 1986, cuando la biblioteca Alberdi instituyó – por primera vez- el premio “Vecino del año”, su nombre surgió lógico e inmediato. También fue reconocido por el Rotary Club Caseros; por la gente del Barrio Derqui; en la plaza de Villa Pineral se colocó una plaqueta en su homenaje (foto)… éstas son apenas algunas de las distinciones que recibió. Pero, sin dudas, su mayor riqueza no está tan cerca de los galardones como del inmenso cariño que le guardan sus pacientes, amigos y vecinos, quienes de alguna manera deben pensar qué afortunados son de que el querido doctor no haya regresado a Zárate. Es que gracias a gente como él, Caseros es un lugar mejor.
El inolvidable doctor Guido falleció el martes 14 de enero del 2020, a sus 85 años.