Rafael Salvador Pazzelli arribó a Villa Mathieu el 12 de julio de 1959 para hacerse cargo de la parroquia San José Obrero, cargo que ejerció por más de 30 años.

Quienes lo conocieron, recuerdan su bonhomía, austeridad y sencillez; también, su parquedad, aunque subrayan que jamás calló una palabra de aliento o de defensa en favor de los más necesitados.

Además, fue un formidable impulsor del establecimiento educativo aledaño al templo. Falleció el 20 de febrero de 1990, a sus 71 años.

En cierta oportunidad, Leonardo Álvarez, amigo y feligrés, señaló lo siguiente:

«Lo conocí apenas asumió como párroco de San José Obrero. Su destino anterior había sido Ituzaingó. De familia muy humilde, vivía en Ramos Mejía. Tenía tres hermanos. Su papá fue zapatero. Ni sus padres ni sus hermanos eran de ir a misa. Ni antes ni después que él se consagrara como sacerdote. Todos los días, en su moto, iba a visitar a sus progenitores”.

FANA DEL CICLÓN Y WING TEMPERAMENTAL

«El padre Rafael era de mediana estatura, flaco y aficionado a los deportes. Compartíamos el fanatismo por San Lorenzo y jugábamos mucho a la pelota en la plaza (de Villa Mathieu), en la cancha de Vías y Obras, dentro de la parroquia… Se la daba de wing derecho, era muy rápido. Cuando no le pasaban la pelota se enchinchaba y se sentaba fuera de la cancha; cuando se le pasaba la bronca, volvía. Dentro de la parroquia, jugábamos a cabecear, a hacer jueguito, o nos juntábamos con otros y hacíamos un partidito de dos contra dos”.

KARATEKA, MACROBIÓTICO, AMANTE DE LOS PERROS Y EL MATE

«Siempre le dio mucha bolilla a la cultura oriental, practicaba y enseñaba yoga y karate. Lo único que veía, en televisión, era la serie «Kung Fu». Además, le gustaba la comida naturista y hablaba de sus bondades. Algunos le decían el “macrobiótico”. Pero él negaba esa condición porque argumentaba que también se comía sus buenos asados. Eso sí, era muy matero y amante del aire libre y los perros.

«Muchas veces, confesaba a la gente paseando de aquí para allá y a lo largo de la plaza. Así, decía, salía un poco de las formalidades de la iglesia y paseaba a sus perros. Fue muy analítico y estudioso de las Sagradas Escrituras; a muchos de nosotros nos inculcó el amor por la lectura de la Biblia”.

HUMILDE, ALGO PARCO PERO CARISMÁTICO 

«Una persona muy prolija y organizada; llevaba todo anotado, era imposible achacarle un olvido. A decir verdad, no era muy sociable, más bien era algo parco. Pero tenía mucho «gancho» con la gente. A él, todos lo querían; incluso, aquéllos que son remisos con todo lo referente a la iglesia. Es que era el prototipo de la humildad, de la sencillez y el desinterés.

“Jamás conocí una persona tan desinteresada en lo material. Recuerdo que una vez ganó un auto en una rifa y, a pesar de que en ese tiempo no tenía coche, lo donó para que se continuaran las obras de construcción del colegio lateral a la parroquia. No le daba ni cinco de bolilla a la ropa. Casi siempre andaba vestido con un delantal gris o una sotana sencilla”.

VOCACIÓN DE SERVICIO

«Durante la época del proceso, tuvo problemas con la policía porque permitía que – en la parroquia- se reunieran los padres de los desaparecidos. Incluso, en algunas de sus prédicas dominicales les dio duro a los militares. A pesar de todas las invitaciones que le llegaban, a él no se lo iba a ver en ningún acto junto a los militares; con los políticos, tampoco. Le huía a todas esas cosas. Tenía mucha vocación de servicio.

“En ese tiempo, la Fiat empleaba a gente que fuera recomendada por sacerdotes. El padre Rafael se encargó de que ingresaran muchos muchachos a la empresa. Se preocupaba por los problemas familiares de los vecinos y, cuando se armaban disputas, trataba de conciliar a las partes enfrentadas. Lo que más le indignaba era la pobreza de la gente y la injusticia. También, le amargaban mucho las jerarquías y burocratización eclesiástica. Creo que estas cosas fueron – es una opinión personal – las que aceleraron su muerte… era una persona muy sana. Era un fuera de serie y se extraña, se extraña mucho”.

 

Por su parte, Martín Asselborn, vecino de Caseros, quien fuera amigo del padre Rafael, así lo recordó en una nota publicada en la revista Amigos de la Plaza:

“El 1° de mayo de 1998, los vecinos de Villa Mathieu se convocaron en la plaza Juan D. Perón, frente a la parroquia San José Obrero, para descubrir el busto del Padre Rafael, obra del escultor José Zerovnik. Esta presencia, a través de un humilde monumento, tiene como finalidad homenajear en forma permanente a quien fuera párroco del templo y, además, un vecino más de esta barriada en la que compartía alegrías, aflicciones, proyectos, iluminando de paso con su ejemplo de cura pobre, y con su palabra, la vida de los parroquianos.

“Llegar a descubrir en vida la personalidad del padre Rafael fue una tarea alcanzable para unos pocos. Tal vez resulte más fácil hacerlo ‘post mortem’. En primer lugar, fue un sacerdote protagonista de la segunda mitad del siglo ’20. Siglo agitado, violento, cuestionador, acelerado, lleno de conflictos ideológicos, hipócrita, individualista… Un siglo con avances estupendos en el que la Iglesia de Cristo se ve sacudida hasta el examen de conciencia, comprometida con un hombre que no termina de asimilar los avances y consecuencias, un hombre que está comunicado como nunca y recibe mensajes diversos ¿Cómo pararse frente a esta realidad y tener que hablar de la Buena Nueva?

«La Iglesia abrió las ventanas y empezó a mirar más al hombre y se acercó al mundo laico y aquí surge otro interrogante ¿Cómo sobrevivir a esto?.
El Padre Rafael, inteligente y fiel al Evangelio que dice la verdad, se aferró a él y se compenetró de su espíritu.
El padre Rafael abraza el signo de la pobreza, de la humildad, quiere ser fiel al Evangelio de Jesús. Conoce sus debilidades y empieza a transitar su vida terrenal con una visión más apacible; no corre detrás de la tecnificación acelerada y atractiva, sólo lo necesario.

«Se convierte en el sacerdote al que hay que buscar para abrevar de su sabiduría, crece en espiritualidad, saca fuerzas de sus flaquezas; es crítico y enérgico cuando se trata de defender al hermano.
El Seminario Catequístico Diocesano le confió el dictado de las clases de sagrada Escritura, los cursillos de Cristiandad encuentran en él un modelo de sacerdote austero, piadoso y capaz de transmitir lo que sabe. Buscaba el equilibrio entre lo material y lo espiritual; sabía que lo suyo era el ministerio Sacerdotal, por eso no se hallaba bien en otras cosas, las que confiaba a los laicos.

«El padre Rafael interpretó a tiempo los nuevos aires del Concilio del Vaticano II: el laico tenía que ser protagonista y hacerse cargo de su misión. En este nuevo protagonismo, cometimos machos errores pero recogimos una experiencia valiosísima. Y así los laicos tenían que capacitarse en la escuela de dirigentes católicos, salir a misionar (misión mariana, centros bíblicos, Humahuaca); los niños tenían la posibilidad de conocer y profundizar el Evangelio. Y los adultos podían concurrir a las clases bíblicas una vez a la semana.

«Al Padre Rafael lo ponían incómodo los homenajes, las fiestas. Era un hombre de encuentros simples y esa preferencia se acentuó en los últimos años. Siempre ajeno a lo ceremonioso y a los honores. Su piedad era modesta. Hasta su desaparición física fue en silencio y en la soledad absoluta. Sólo el con su hermana la muerte que lo vino a llevar, joven aún, pero maduro para la cosecha.

«Sensible hasta las lágrimas que compartía con los angustiados. Dadivoso y desprendido. Nadie se enteraba de sus gestos de humanidad y sacerdocio, quienes recibieron sus favores lo expresaron y lo expresan con la mano en el corazón. Así fue nuestro querido padre Rafael.

«Escribir sobre la vida de alguien no es tarea sencilla: se debe ser objetivo y tratar de mantener el equilibrio para que aquéllos que la lean puedan encontrarse con ese ALGUIEN de la manera más natural y descubran sus valores. La vida del padre Rafael tiene valores de una vigencia aleccionadora; sólo quiero destacar dos: trabajar cada día para ser dueño de sus acciones y, el otro, ser consecuente de su investidura (creo que la presencia del cura Rafael a diez años de su muerte está dada por esta segunda condición), encontrar el equilibrio entre lo material y lo espiritual lo hace a uno un ser libre y Rafael era un tipo libre. El Evangelio en su boca tenía un sabor distinto.

«Antes de concluir, quiero agregar: El padre Rafael era un hombre de mucho temperamento, de reacciones rápidas pero sabía pedir perdón hasta las lágrimas. En eso, trabajó coda su vida porque sabía que eso lastimaba al hermano».