Días atrás (ver post del 11 de julio / facebook Caseros y su Gente), preguntamos si todavía se recordaban aquellas cartas de papel. Acabamos de encontrar una deliciosa nota (autor: Esteban Domina) relacionada con el tema. De esa nota, rescatamos lo siguiente:

  • Cómo olvidar el discreto encanto de la carta, la magia que encerraba esa saeta de papel que atravesaba el éter y llegaba a todas partes, aun a los puntos más remotos.
  • Cartas cargadas de buenas y malas noticias, de caligrafía atildada o letra indescifrable, con o sin errores de ortografía según la erudición del escriba, amena o aburrida, pero todas esperadas con inocultable ansiedad.
  • Cartas de amor, donde la amada o el amado se juraban amor eterno y aseguraban no poder seguir viviendo lejos uno del otro. Si se quebraba la relación, se procedía a la mutua devolución ritual de esas cartas.
  • Cartas lacónicas, de pocos y concisos renglones, o copiosas, de varios pliegos; intercambiadas por parientes, amigos, colegas, camaradas, que a la distancia se contaban sus cuitas. Tan importantes como esas otras que jamás llegaban, y que el frustrado destinatario desesperaba en recibir…
  • Durante siglos no hubo otro medio que la comunicación epistolar para mantener vivo el vínculo que no se quería perder. En papel romaní o barato, perfumado o rasgado por la emoción o la bronca, con huellas de rímel o lágrimas resecas; todo servía a igual propósito: compartir ilusiones y pesares, éxitos y fracasos, caídas y levantadas, lo mismo daba.
  • Redactadas de puño y letra por el remitente o encargadas a terceros por los menos aptos para la pluma. Públicas o secretas, como las que se solían mandar subrepticiamente en la edad de la inocencia con la consabida frase: “te amo”. Sobres rasgados con pulcritud o abiertos de apuro, con impaciencia mal disimulada.
  • Cartas que una vez leídas se guardaban y se ponían amarillentas por el tiempo, otras que se rompían o, incluso, se quemaban para que no quedaran rastros de ellas.
  • … así fue hasta que la modernidad decretó el fin de esa entrañable costumbre, enviándola al campo inconmensurable de la nostalgia. El vértigo de la vida moderna hizo que la gente, concentrada en otras prioridades y urgencias, no tuviera tiempo de sentarse a escribir o leer y disfrutar plácidamente de la pausa epistolar.
  • La carta de papel fue progresivamente reemplazada por los recursos que la tecnología puso al alcance del público, como los e-mails, por ejemplo, o los mensajes de texto e incluso de voz, que prescinden de la sintaxis, y toda la batería de medios digitales que permiten la emisión de recados instantáneos, abundantes en neologismos y abreviaturas ad hoc.
  • Sirven, pero no tienen igual efecto: no es fácil imprimir a la palabra tecleada o vocalizada la calidez ni la energía del manuscrito. No es lo mismo leer un mensaje digital que palpar el pliego de papel y percibir el ligero aroma de la tinta… no es lo mismo.