Hoy, 19 de julio, se cumple el 20° aniversario de su fallecimiento, a sus 96 años. En una oportunidad, cuando merodeaba sus ochenta y pico abriles, lo entrevistamos. De aquella charla, nació la siguiente nota:

Cuentan los veteranos del barrio que, décadas atrás, la geografía caserina fue ocupada por múltiples quintas y hornos de ladrillos. En uno de estos hornos – el conocido como “de la Compañía” porque proveía los ladrillos al ferrocarril – trabajaba don Luis Buffoni, el padre de José.

“Nosotros vivíamos en la calle Ángel Pini, entre 3 de Febrero y San Martín, y el horno de la compañía estaba en la Excavadora. Mi papá se levantaba a las cuatro, tomaba unos mates, y se iba para allá. Casi nunca venía a almorzar; a la tarde, le llevábamos un mate cocido y le ayudábamos a dar vuelta los ladrillos para que se sequen; muchas veces, en las noches de tormenta, se levantaba y se iba corriendo a taparlos. Cuando escaseaba el trabajo en los hornos, mi papá hacía changas en el vivero que “Bachicha” Repetto tenía en Mitre, casi llegando a San Martín o se la rebuscaba como peón albañil o trabajaba de lo que fuere… la cuestión era llenar la olla”, detalló José.

Su madre  – doña Carolina Cartabia – debía apelar, además, a lo que tenían sembrado en el fondo para preparar el puchero dado que eran diez los hermanitos Buffoni.

“En Villa Pineral, vivían muchas familias numerosas; estaban los Cocchiararo, los Infante, los Estevo, los Nuñez…”.

José nació el 5 de octubre de 1906 y fue a la escuela de Bergalli, la cual se ubicaba en avenida San Martín, entre Cafferata y Esteban Merlo. “Allí concurrí hasta tercer grado”.

POR CUATRO DÍAS LOCOS

“Que yo recuerde, el primer corso que se organizó acá, en Caseros, fue el que se hizo en la calle Garay, entre 3 de Febrero y Sarmiento. El palco fue instalado dentro de un terreno y nunca me voy a olvidar que por jugar agarré un cable cubierto por guirnaldas y flores… resulta que estaba electrificado y quedé pegado; menos mal que unos vecinos me empujaron y pude salvarme… Los corsos en Caseros eran bárbaros, desfilaban las carrozas “Los Indios”, formada por los Briochi y los Casaretto; “Los Cocineros”, integrada por los Bergalli...”.

Previo paso por un almacén de ramos generales, José ingresó – “recomendado por Juan Pérez, quien, junto a Quintás, tenía la concesión de la cerveza Palermo” – a trabajar como mocito en el entonces conocido restaurante-hotel “Jorge V” que se levantaba frente a la estación Santos Lugares.
“Ahí trabajaba desde las siete de la mañana hasta las once de la noche, todos los días… únicamente disponía de un franco por mes. Me quedaba a dormir en el zaguán”.

La “colimba” la cumplió en la Secretaría de Guerra donde tuvo la oportunidad de conocer al presidente Alvear y al ministro Justo.
“Las maniobras las hicimos en Mendoza y me pusieron a cargo de los víveres. Como la comida no alcanzaba me mantuve a vino blanco y a duraznos al natural…”.

CASAMIENTO PARA SIEMPRE

En el año ’29, dos hechos sacudieron su rutina. Por un lado, se independizó y se dedicó a instalar y atender despensas; por el otro…
“En la calle 3 de Febrero, casi esquina Parodi, vivía la familia Castro. Ellos tenían una sala grande, un piano y un pensionista español que sabía tocarlo. Entonces, los domingos a la tarde, de cuatro a ocho, organizaban bailes”.

En uno de esos domingos danzantes conoció a Florencia Aparicio, una morocha “que vivía en la calle Roverano (actual Fischetti), del otro lado de la vía”.
Que un valsecito, que un pasodoble, que un “me permite verla la próxima semana”, la cuestión es que se fueron arrimando para el lado de la calle La Merced y en la parroquia estamparon un “Sí, quiero!” para toda la vida.
(NdeR: el matrimonio superó las ¡siete décadas!)

“La fiesta de casamiento la organizamos en mi casa y bailamos sobre el piso de tierra… me acuerdo que mi cuñado – el lechero Lorenzín – les pedía a los que bailaban tango con cortes que no lo hicieran, porque era una casa de familia…en fin, cosas de la época”.

Por un tiempo, la parejita vivió en Floresta pero como extrañaban estos lares, retornaron al barrio. “Fuimos a vivir a Belgrano y Villarino (hoy, Lisandro de la Torre). En el ’49, nos mudamos a 3 de Febrero y Mitre”.

José supo integrar un conjunto folklórico… “actuábamos en todos lados; teníamos guitarristas, zapateadores; en los corsos representábamos a Caseros”. Sin embargo, no pudo dedicarse por mucho tiempo “porque el trabajo de la despensa era muy esclavo”.

“Tenía franco domingo de por medio. Recuerdo que iba al salón “Caseros” a ver la serie “La reina de diamantes” y, para seguirla, al domingo siguiente concurría a un cine de Villa Luro porque me quedaba más cerca del trabajo y daban la misma película. Como siempre llegaba tarde me tenía que sentar en primera fila y el cuello me quedaba duro”.

Aficionado a las bochas, el hombre despuntó el vicio en las legendarias canchas del Jota Jota. La práctica de este deporte – en el ambiente de las bochas lo conocían como Cholito” – le permitió juntarse con varios trofeos que lucía en una vitrina de su comedor.

Nuestro vecino siempre comprendió la importancia de los clubes en la comunidad y de una u otra forma prestó su colaboración.
“Integré comisiones directivas del club Villa Pineral, 9 de julio, Urquiza, Amistad, Unión, Sociedad Italiana “Patria y Labor”. Con sus muchos abriles a cuestas, cuando se le presentaba la oportunidad, no le escapaba a un tango e invitaba a Florencia a sacarle viruta al piso. Como en lo de Castro cuando se trataban de usted. El matrimonio tuvo dos hijos: Alicia y Ángel.

José fue defensor de la vida hogareña. Aseguraba que “para una persona, la familia es todo”.
Aunque le chocaban algunas costumbres modernas, reconocía “que el tiempo pasa y uno debe adaptarse”.
Eso sí… “extraño el respeto que había antes”, concluyó don José Buffoni, un vecino que es grato recordar.