Hoy, 14 de noviembre, se conmemora el 80° aniversario de su fallecimiento. 

Porteño, nació en 1887. Apenas egresado de la Facultad de Medicina, realizó su práctica en el Hospital Alvear. Se especializó en ginecología y pediatría. Era residente cuando comenzó a viajar a la Villa Caseros.

Fue en 1927 cuando se radicó definitivamente en estos pagos: al principio, en una casa que alquiló en la calle Gral. López (actual San Jorge) y Urquiza.
Tiempo después, hizo construir su propia vivienda en la calle 3 de Febrero, frente al cine Paramount: un chalet con planta baja y dependencias en el primer piso. A fines de 1930, lo ocupó junto a sus cuatro hermanos menores. Se lo recuerda por su estampa varonil, un caballero de principios de siglo, ilustrado por una corriente cultural europeizante. Vestía con suma pulcritud, con infaltable sombrero.
Su relación con la comunidad caserina fue excelente. Era el típico médico rural, amigo de todos, accesible, desinteresado, responsable. Muchas veces, además de no cobrar las visitas, daba dinero de su propio bolsillo para adquirir las medicinas que recetaba. Su radio de acción era amplio: visitaba pacientes en Villa Mathieu, Villa Pineral o en donde fueran requeridos sus servicios. Al principio, lo hacía a caballo; más tarde, adquirió una break, con toldo, para desplazarse por las chacras y quintas del viejo Caseros.

Soltero, no formó un hogar. Pero se vinculó con una joven apuesta de origen español; de esta relación, nació un hijo que reconoció como suyo y al que visitaba asiduamente.
Sus hermanas se oponían tenazmente a este vínculo y, quizá, llevado más por su obligación moral de sostén de hermanas solteras, que por su rol de esposo y padre, declinó cristalizar su matrimonio.

Padre e hijo, físicamente tenían un gran parecido; incluso, el chico había heredado una cierta desviación del pie izquierdo que, con el tiempo, obligaría al profesional a usar bastón.

Sobre 3 de Febrero, cerca de su casa, el médico participó activamente en la creación de la Sala de Primeros Auxilios. Por aquellos años, el médico era una autoridad. Su prestigio y reconocimiento era tanto como el del Juez de Paz, el jefe de Policía o el de la estación. Sus hermanas también permanecieron solteras. Preocupado por sus futuros, decidió comprarles sobre la calle Sabattini al 4900, dos propiedades.

El doctor De Tata gustaba de un placer dominguero: el hipódromo. Era dueño de dos caballos; uno de ellos, su preferido –Bibí -que aunque nunca ganó una carrera en Palermo; cada vez que intervenía en alguna jornada, lo daba como “fija” a todos sus amigos y vecinos del pueblo. “Hoy no puede perder”, aseguraba.

Así, entre enfermos, amigos, distracciones y problemas, fue transcurriendo la vida del primer médico que se radicó en Caseros, cuya luz se apagó una tarde de caballos, debido a un paro cardiorespiratorio, cerca de una de sus pasiones, las arenas palermitanas.

Quizás al leer esta nota, muchas anécdotas fluirán en la memoria de algún antiguo vecino de aquel poblado. Unos, agradecidos por su atención. Otros, porque ayudó a sus hijos a venir al mundo y finalmente aquéllos que lo asocian a sus seres queridos cuando De Tata hacia vigilias tratando de servir de consuelo.
Falleció el 14 de noviembre de 1943, a sus 56 años.

El gobierno comunal rindió reconocimiento a sus méritos y servicios, al imponer a la calle “Quilmes”, el nombre “Dr. Wenceslao H. De Tata”.

José O. Cabrera