“Me llamo Juan Luis Domingo Berro”, nos aclaró de entrada aquel hombre canoso, de ojos azules, que por entonces (año 1992) acusaba 79 primaveras. Para desalentar confusiones, digamos de entrada que aquí, en Caseros, se lo conocía como Tito. El Tito Berro.

Estábamos entrevistándolo en avenida San Martín y Dante y Tito señaló que para el lado de Santos Lugares estaba la quinta de Romero; área que vendió la firma Luchetti y, por tal motivo, a la zona se la conoció como Villa Luchetti. Mientras giró su cabeza para Palomar, también plantó: “Y para ese lado, seguían las quintas de los Romero”.

EL BALNEARIO DE DANTE Y AV. SAN MARTÍN

“Aquí – marcó con su dedo índice el suelo – había un balneario”.

 – ¡¿Un balneario, Tito!?, nos atrevimos a dudar.  

Bueno… era un zanjón donde los pibes nos veníamos a bañar.

El hombre hablaba del Caseros de los años ’20, atestado de calles de tierra, sol y baldíos que se multiplicaban hasta el infinito.

“Para cruzar los zanjones – recordó –  se construían los pasapiedras y, cada tanto, había un molinete para que los animales no se metieran por donde andaba la gente… En Villarino (hoy, Lisandro de la Torre) y Pacífico (hoy, Nicaragua), había un flor, pero flor de pantano, eh… cuando caía un ternero había que sacarlo con lazo”.

PANADEROOOO

“Yo viví mucho tiempo en Giles (hoy, Sabattini) y Villarino.  Empecé a trabajar de muy pibe, en la panadería ‘La Nacional’, que pertenecía a Barreiro, Muiño y Aelli”. Cada mañana, Tito cargaba la jardinera y rumbeaba con el pan recién horneado para Santos Lugares, Sáenz Pena, Villa Risso, Villa Raffo…“ y  José Ingenieros que, en ese tiempo, se lo conocía como Kilómetro 2”.

 “Calculaba el kilo de pan a ojo… más o menos correspondían cuatro panes y dos galletas… o dos criollitos”.

DIARIOOO, DIARIOOO

Tiempo después, Tito se puso bajo las órdenes de Juan Lupianouno de los primeros canillitas de la estación – para ayudarlo en la venta de diarios. Por la tarde, realizaba su trabajo en el tren -desde Devoto hasta Palomar -y por la mañana se embarraba a lo largo y a lo ancho de Caseros.

De a poco, toda su familia se fue dedicando al mismo trabajo… “mi padre – Juan Pedro – que era maquinista, dejó el ferrocarril para instalar un puesto de venta de diarios en avenida San Martín y Alberdi; también mis hermanos Juan Carlos (‘Bebe’) y Héctor Alberto (‘Toto’) me siguieron los pasos”.

En la misma esquina, se ubicaba el Bar Canale que, más adelante, fue reemplazado por el Banco Provincia; la actual plaza Unidad Nacional era apenas un terreno baldío cercado “por alambre y donde pastaban algunas vacas”.

Su trabajo como canillita fue arduo. Todos los días, a las tres y media de la madrugada, pedaleaba su bicicleta para el lado de Santos Lugares a buscar los diarios. Utilizaba el camino de carbonilla que bordeaba la vía… “por ese camino también iban los ‘llamadores’, personas que se dedicaban a despertar a los empleados ferroviarios que se quedaban dormidos”.

– ¿Por qué iba a Santos Lugares a buscar los diarios?, interrogamos.

 – Porque el distribuidor llegaba allí a las cuatro menos cuarto… luego de recogerlos, me volvía enseguida a Caseros y subía al tren ‘rápido’ de las cuatro y treinta que iba a Retiro. Al regresar, seguía con el reparto casa por casa. A la hora de la siesta, me iba a la Capital a buscar los diarios de la tarde… y volvía vendiéndolos en el tren. Terminaba a eso de las diez de la noche; entonces, me iba un rato a jugar al truco al Bar Canale…  apenas si dormía tres o cuatro horas por día, recordó.

Esa fue su vida, de lunes a lunes, durante años. No importaba que lloviera, que el sol rajara la tierra o que la escarcha se apilara en sus bigotes  mostachos.

“Antes sí que hacía frío, eh… nos teníamos que poner papel de diario en el pecho y en los zapatos”.

Manduca (otro canillita histórico) y yo teníamos el reparto en lo que se conocía como Barrio Chino”… zona taura (limitada por las calles Bonifacini, Hornos, Alberdi y Lisandro Medina) donde los forasteros, tuvieran o no motivo, cobraban seguido.

“Era un lugar jodido, pero a nosotros nos respetaban”, frunció el ceño Tito.

Donde se generaban conflictos al por mayor era en la relación con los colegas… ¿Motivos?: la codiciada posesión de los clientes. “Dos por tres nos agarrábamos a piñas… ¡Cuidadito que uno le fuera a quitar el cliente a otro!”, volvió a fruncir el ceño.

Tales cuestiones no impedían que algunas tardes de madreselvas se ablandaran los corazones de estos muchachos rudos. Tito no fue inmune a los encantos de una piba – Ángela Bernardo – que, cada semana, le compraba “la Maribel”.

“Yo para afilarla, le prestaba, además, otras revistas”, reconoció con ceño liso.

Revista va, revista viene… un año y medio más tarde – 1943 –  Tito lanzó el “sí, quiero” y automáticamente perdió una clienta.

Pasaron los días, los meses, los años, hasta que nuestro vecino prosperó y se hizo distribuidor.

RECUERDOS COLGADOS

· ALOÉ – CACCIATORE: “Entre mis clientes, tuve al gobernador Aloé que vivía en San Martín y Giles; y a los Cacciatore que vivían en Villarino, entre Roverano (hoy, Fischetti) y Quilmes (hoy, Bonifacini)… sí, allí vivía el que fue intendente de la Capital”.

Conoció a los doctores Rebizzo y De Tata y tuvo el privilegio de protagonizar uno de los primeros choques caserinos: “Fue en el ’44, con una Ford, choqué a un colectivo de la línea 4, en 3 de Febrero y Urquiza”.

“Se vendían la ‘Crítica, ‘La República, ‘Noticias Gráficas, ‘El Mundo’… y por supuesto, ‘La Razón’, y ‘La Nación’ que también se utilizaban para forrar los aparadores”.

Cuando lo entrevistamos, ya habían quedado remotas las madrugadas en bicicleta por las calles de tierra, los pasapiedras y ya pocos recordaban al Barrio Chino.

Tito tuvo tres hijos: Juan, Luis y Oscar; cinco nietos y a su Ángela de siempre, aquella piba de la Maribel semanal.

También tenía recuerdos. Recuerdos que, cada día, se avivaban en el voceo de los canillitas caserinos.

Falleció el jueves 13 de octubre de 1994, a sus 81 años. Es parte de la historia linda de Caseros.