Vamos a hablar sin tapujos de una conspiración tramada por ciertos hombres de Caseros. Y si hablamos en pasado es porque les hemos perdido el rastro a los protagonistas de esta historia (desconocemos si otros actores, todavía la mantienen activa).
Anticipemos: cuando pergeñamos esta crónica – a principios de siglo – no se conocía el me too, la diferencia de género o afines.
Vayamos a los hechos.
Cada viernes por la noche, estos vecinos se juntaban para arreglar el país y, de paso, arreglar al mundo. Para no desfallecer en el intento, cada conciliábulo se concretaba alrededor de una larga mesa, invadida por asado a la parrilla, pollo al horno o tallarines al tucopesto. Gente que decididamente militaba en contra del jugo de naranja, la coca cola y el agua.
Apenas el foro se declaraba abierto, se abordaban cuestiones políticas, sociales, deportivas, religiosas, culturales, etcétera.
Tal vastedad no impedía el intercambio informativo que se extendía desde el supuesto conocimiento de un complot financiero, una inminente debacle social, un cambio de paradigma o el último chiste de gallegos.
Cada convocatoria, finalizaba con obligadas, reñidas, partidas de truco donde se ponían en juego tanto los porotos como el honor personal.
Para poner luz sobre esta congregación, reporteamos a Luis Alberto Coco Pestarino, vecino de la calle Cavassa, entre De Tata y Fischetti.
Conocido comerciante caserino, junto a su socio, Antonio Coletti, en la década del ’50, inauguró Colpe Autorradio, en la calle 3 de Febrero, entre Mitre y Esteban Merlo.
Fue en el otoño de 1986 cuando los dos socios, junto a un grupo de amigos y clientes, concibieron la idea de fundar un club privado de hombres, en el fondo del local.
Inmediatamente, se concentraron en escribir el acta fundacional (ver aparte).
Tras sesudas elucubraciones, se apeló al nombre de una perra guardiana al momento de denominar a la naciente institución.
“Malena era una perra ovejera alemana que teníamos para custodiar el negocio… al final, me la terminaron afanando”, se lamentó Coco.
Rápidamente, se reclutaron a los miembros de la cofradía que participaron en la primera reunión oficial, el 22 de abril de 1986.
Participar en el club, requería adaptarse a ciertas costumbres. A saber:
- Antes de iniciarse cada convocatoria, los integrantes debían entonar, a viva voz, el tango Malena.
- El cargo de presidente de la entidad era renovado anualmente, tras las pertinentes campañas proselitistas. Por ejemplo, se colgaban carteles manuscritos donde se leía: “Para que Malena no reviente vote a Fulano de presidente”.
- El recambio presidencial era realizado en cada aniversario de la fecha fundacional y donde el mandatario saliente entregaba su Banda y Bastón de mando.
- El cumpleaños de cada miembro del club era efusivamente festejado al igual que cada episodio venturoso que le aconteciera.
- Dado el espacio reducido del Malena Club, la planilla societaria se mantuvo en alrededor de veinte socios que fueron creciendo en amistad y camaradería.
Los cófrades supieron dividirse en equipos rotativos que tomaban a su cargo, cada viernes, la elaboración de la cena.
Pertenecer a este club acreditaba ciertos privilegios.
Por ejemplo:
- participar en los festejos especiales por el Día del Amigo,
- y en los pantagruélicos asados realizados en una quinta de Gral. Pirán y
- en los legendarios bailes de disfraces donde los malenistas (algunos, circunspectos empresarios o profesionales) que directamente tiraban la chancleta.
Recorrer el álbum fotográfico que recuerda estas convocatorias fue, recordamos, francamente desopilante.
Cada tanto, se invitaba a la reunión semanal a algún vecino al que se le solicitaba que izara la bandera nacional. Quienes participaron alguna vez en esas reuniones la evocaban con una sonrisa cómplice.
“En cierta oportunidad, hasta concurrió un intendente”, susurró, sin individualizar, Coco.
La subsistencia de la entidad se respaldó en las características de sus actividades, tan estrechamente ligadas a ciertos placeres nativos. Qué argentino razonable puede negarse a un cónclave donde se promete buen asado, bromas y truco.
También, es preciso destacar otra cláusula central del estatuto de la entidad: no se permitían mujeres.
Aprovechando que su esposa se encontraba algo alejada de donde se desenvuelve esta charla, Coco le confesó a este cronista : “A las mujeres únicamente las llevamos a una reunión anual o a los bailes de disfraces y nada más… no permitimos que vengan a la reunión de los viernes”, dijo y circunspecto agregó: ‘No lo permite el estatuto‘.
Resultó curioso que a las esposas de los malenistas, lejos de oponerse a estas reuniones, alentaban con entusiasmo a que sus maridos no faltaran cada viernes. Queda en el misterio saber si esto sucedía porque los cónyuges siempre regresaban contentos o porque se los sacaban de encima por un rato.
La temprana desaparición física de algunos miembros notorios del club atentó contra su subsistencia.
“Tito Licastro, Nicolás Stratico, Rodolfo Scarinci, Enrique Giovazzino y mi socio Antonio Coletti fallecieron”, señaló Coco sin poder ocultar su tristeza.
Por la pérdida de los socios nombrados, algunos integrantes tradicionales dejaron de concurrir a las reuniones de los viernes por la noche.
A pesar de todo, con algunos cambios, la entidad siguió funcionando. Las convocatorias pasaron a realizarse en un luminoso piso de la calle Sarmiento al 4200, en Villa Pineral, donde se construyó una parrilla y se trasladó un horno, considerado una reliquia.
Allí, cada semana, un grupo de hombres de Caseros continuó reuniéndose para celebrar la amistad.
Convendría reconocer que no consiguieron arreglar el mundo, ni siquiera a la Argentina (cuestión ésta un poco más ardua, todavía). Poco importaba.
Cuando concretamos esta nota, uno de los malenistas justificó la persistencia del club con un argumento demoledor: “Esto es diez veces mejor y más barato que ir al psicólogo”.