Fue en la mañana del martes 22 de noviembre, a sus 76 años, cuando falleció quien fuera fundadora del Jardín de Infantes Ratón Miguel (Nstra. Sra. de La Merced, entre Lisandro de la Torre y Caseros).

SU INFANCIA

Junto a su madre, Felicidad María Vega (conocida como la abuela Sara), su padre, Manuel Alvarez, y su hermano Oscar, transcurrió su infancia en la calle Roma, entre Belgrano y Urquiza.

Más adelante, la familia se afincó en la vivienda que con el tiempo se convertiría en sede del establecimiento educativo.

Sarita fue alumna del colegio Nstra. Sra de La Merced, antes de egresar como maestra jardinera en el Instituto Superior de Profesorado de Educación Inicial Sara Eccleston.

EL RATÓN DA LA BIENVENIDA

Fue en 1965 cuando Sarita abrió por primera vez las puertas de un pequeño jardincito infantil al que llamó Ratón Miguel. Tiempo en que los primeros y pocos alumnitos, además de recibir educación y afecto, esperaban el momento del té que cariñosamente les preparaba la abuela Sara.

Pronto, la iniciativa se consolidó en Caseros y se convirtió en una simpática costumbre ver transitar, de la mano de sus mamis, a los ratoncitos de guardapolvo colorado concurriendo al Jardín de la calle La Merced.

A lo largo de la trayectoria de la institución, Sarita junto a su equipo de maestras, organizó numerosas actividades que se caracterizaban por hacer participar a padres, tíos y abuelos en fiestas, festivales, desfiles, muestras…

Vital, emprendedora y firme, pero sobre todo muy sensible, fueron las características destacadas de Sarita.

Gestual, de sonrisa iluminada y andar acelerado, caminaba (casi corría) por las veredas de Caseros, saludando a los vecinos porque prácticamente todos los conocían. Sonreía cuando afirmaba: “Algunos de mis primeros alumnos, hoy son abuelos y traen a sus nietos”.

Ya residía en la esquina de Suiza y Moreno, en una casa llena de plantas, cuando hace más de una década, se le detectó un cáncer. La enfermedad deterioró su físico pero no su espíritu. Alternó intervenciones quirúrgicas y sesiones de quimioterapia con la dirección del Jardín. Durante años, peleó palmo a palmo.

Sólo en el último tiempo (y de a poco) fue claudicando y se recluyó en la casa de su cuñada en General Rodríguez.

Fue allí, anteayer, cuando la batalladora Sarita, la querida Sarita, dijo basta. Y partió para siempre.