Blanquita Bertolini, la tan querida profe de yoga
By Caseros y su Gente

Blanquita Bertolini, la tan querida profe de yoga

Vivía, sola, en su casa de la calle Lisandro Medina, entre Sabattini y De Tata. Falleció el martes 21 de julio, a sus 91 años. Esa mañana se levantó y se vistió para concurrir a su clase de yoga en la sede del Rotary Club Caseros Norte donde la esperaban sus alumnas. Dada su inusual tardanza, fueron a buscarla a su casa. Blanquita ya había partido.
Años atrás, fuimos a entrevistarla y nos recibió en el comedor de su vivienda, colmado de fotografías, libros, recuerdos… En aquella oportunidad, entre otros comentarios, hablamos lo siguiente:

– Usted vivió en Mendoza.
Mi papá (Pedro Bertolini) era ferroviario, del tren Pacífico, y lo habían trasladado a Monte Coman, en Mendoza. Le dieron una casita de material. Como era unza zona de temblores, mi papá había colgado del techo, un piolín con un candado en la punta. Cuando el candado oscilaba, salíamos corriendo de la casa porque se venía el sismo. Nos pasó de quedarnos afuera con temperatura bajo cero o nevando, alrededor de una hoguera, esperando que pasara el peligro. En el ’35, mi papá, empujado por esos temblores que asustaban tanto a mamá (Leopolda Julia Tuverti) y a mí, pidió el traslado y vinimos a vivir a Caseros. Pero el temor que me generaron aquellos temblores, apenas si lo pude superar… es el día de hoy que me cuesta viajar en subte.

– Nunca se casó, Blanquita.
El día que me mandaban los muebles para casarme, al hombre que amaba lo llevaban al cementerio. Se llamaba Mario Cequiel, era de Palermo y hacía poco tiempo que se había recibido de ingeniero civil. Lo conocí en el casamiento de una amiga y estuvimos de novios durante cuatro años. Mis padres nos habían cedido una habitación en esta casa y la habíamos pintado para formar un hogar. Habíamos comprado a crédito, en Muebles Diez, el juego de dormitorio… Son golpes que nos da la vida. Falleció, de leucemia, el 12 de agosto de 1958.

– ¿No intentó formar pareja otra vez?.
No… y estoy convencida de que si hubiera sido yo la que se hubiese ido primero, él tampoco se hubiera casado. Sé que, alguna vez, en algún lugar, nos vamos a reencontrar… y no va a importar si estaré vieja o gorda porque es el espíritu el que sobrevive al cuerpo. Con el tiempo, mis amigas se fueron casando y yo me quede con el recuerdo.

– ¿Cómo superó ese episodio?.
Es difícil ponerlo en palabras… recuerdo que lo acompañé hasta su sepultura, regresé a casa y me acosté. Estuve una semana sin comer, me quería ir con él porque con él se había ido mi alma. Mi mamá estaba desesperada… ver su angustia fue lo que me empujó a seguir con vida. Con dolor, pero con fuerza y avanzando… La madre Teresa decía: “A pesar de todo, nunca te detengas”. Can el tiempo, fui perdiendo a todos mis familiares, éramos trece viviendo – sumando tíos y primos – en esta casa y ahora me quedé solita. Esta casa tiene mucha historia pero no es una historia triste porque aquí vivimos momentos muy felices.

– ¿No se enojó con la vida?.
Ni me enojé mucho, ni siquiera lloré mucho. Pienso que tanto la alegría como la tristeza deben llevarse con dignidad. No soy mujer de gritar o desesperarme, tal vez porque estoy convencida de que todo no termina acá… es muy importante la fe. Acepto las cosas como me vienen llegando; mi lema es aceptar, esperar, dejar fluir… es mi lema y me da una paz absoluta. Claro, el dolor no se puede evitar porque tampoco se puede olvidar de un día para otro a alguien que se amó.

– ¿Cómo llegó el yoga a su vida?.
Cuando estuve muy mal anímicamente, una amiga me llevó a lo del doctor Francisco Malfitani. Él, con mucho criterio, me dijo: “Yo le puedo dar medicamentos pero lo que usted necesita es encontrar tu propio camino…” y me aconsejó que tomara clases de yoga. Me extrañó porque en ese tiempo, casi nadie conocía al yoga. Me costó tomar la decisión de hacerle caso pero conocí a la profesora Frida Braun, un ser maravilloso, el más grande que conocí, y fui su alumna. Fue ella quien me convenció para que hiciera el profesorado. Ya pasaron más de 40 años.

– Háblenos de sus alumnas de yoga…
Ellas me dan un amor muy grande y es recíproco. Me emociona ver la devoción con que siguen mis clases. Hay momentos en que dudo de seguir enseñando porque me veo demasiado vieja para continuar con este ritmo… pero todos los años algo sale de mí que les da fuerza y poder a mis alumnas. Eso significa que Dios me mandó para servir… llámelo Dios, llámelo “energía”… es una fuerza superior que me alimenta y que yo transmito. Por eso amo y por eso me aman. Yo no pude formar una familia pero las tengo a ellas, mis alumnas, que son mis hijas, mis nietas, mis bisnietas…

– ¿Cómo es un día en su vida?.
Me levanto a las cinco y media y les doy de comer a mis ocho perros, cuatro gallinas pigmeas, cuatro tortugas y un gato. Después, desayuno y me voy a trabajar. Al mediodía, vengo, me preparo la comida – soy vegetariana – duermo un rato la siesta y vuelvo a trabajar. A la noche, ceno livianito y veo un rato la tele antes de acostarme…

– ¿Qué pasatiempos tiene?.
Mis plantas… vivo en contacto con ellas. Apenas dispongo de un ratito, me voy a la tierra, necesito tocar la tierra… es lo que les aconsejo a mis chicas pero no me llevan el apunte. La tierra tiene magnetismo, es Madre. Cuando estoy apenada o fastidiada, me voy a la tierra, miro a las plantas, las atiendo, la tierra absorbe lo negativo y quedo renovada… ¿Vio que fácil es todo?.

– Pero nosotros solemos complicarlo… ¿Por qué será?.
Tal vez porque nuestra mente no está en paz, o porque estamos buscando afuera lo que tenemos dentro…

– ¿Cómo ve la actualidad?.
Mal… no suelo comentarlo porque cada día me propongo mostrar lo positivo y trato de transmitir mi alegría interior. Pero no puedo dejar de pensar en qué mundo les tocara a los chicos. Tecnológicamente hemos avanzado muchísimo pero humanamente hemos retrocedido siglos. El ser humano está embrutecido, le falta amor, comprensión, tolerancia… todo eso ha desaparecido.

– Vivimos crispados…
Eso se ve en la gente joven que muere de infarto ¿Por qué cree que pasa esto?… porque todo es dominarse y dominarse hasta que un dio se explota. Por eso tan importante cómo saber respirar, cómo saber relajarse en los momentos complicados. A veces, nuestro corazón se enferma de tristeza o angustia, pero los momentos violentos se pueden superar con respiración y relajación. Fíjese en mí… ahora vivo en sombras porque levantaron un edificio, pegado a mi casa, que me quitó el sol… claro que esto me fastidia… pero aunque carezca de esa luz exterior, todo ser humano que “adelanta” en el camino espiritual, tiene luz propia.

– Hay mucho materialismo…
Nuestro punto medio entre las cejas es la “puerta del cielo”, es nuestro centro crístico. Ese punto, donde se expresa nuestra luz, actualmente está a oscuras porque ahí el ser humano tiene únicamente el signo “pesos”.

– ¿Es temerosa, Blanquita?.
No… confío en Él que me protege (señala una imagen que refleja a Jesús). Es el ser superior que dirige mi vida. Yo, en el silencio, lo escucho y no se equivoca. Por eso siempre les digo a mis chicas que en el silencio se puede escuchar la voz de Dios. Pero la gente está demasiado aturdida y atrapada por la vorágine. La gente, cada día, quiere más y más. Ni siquiera se dan tiempo para valorar lo que tienen. Es una locura. Al ser humano lo está perdiendo la ambición desmedida y es capaz hasta de matar por ese “más y más”… La humanidad no evoluciona hacia el bien… creo que el diablo metió la cola.

– ¿Cómo se sale de esto?.
Hay que buscar dentro de uno. Allí está todo lo que necesitamos para sentirnos plenos. Yo, a pesar de todo, me siento feliz porque encontré mi santuario.

RECUERDOS DE BLANQUITA

“Llegamos a Caseros en el ’35. Al lado de rasa, había seis lotes vacíos. Mi papá les hizo comprar los terrenos a sus amigos: Garbini, Gálvez, Cerruti, Gay, Andreani… todos levantaron sus casitas a través del Hogar Ferroviario que les dio diez años de plazo para pagarlas. Cada fin de año, todos los vecinos festejaban en la calle. Los Tegli – que eran músicos – tocaban y todos bailábamos. Apenas si se puede imaginar lo lindo que era este barrio. Era una vida simple, maravillosa“.

“Por acá pasaba el sereno a caballo, tocando pito. También pasaba el lechero con su vaca y nos vendía la leche recién ordeñada y apenas la tomábamos, nos quedaban los bigotazos hasta las orejas. También pasaba el verdulero, el pescador, el panadero…” 

“El primer ‘lujo’ que tuvimos fue una heladera; era cuadradita, de madera, forrada con aluminio. Venía el hielero a caballo, con la barra al hombro; mi mamá le compraba el hielo, lo picaba y lo ponía en la heladera”.

“Cuando el club República empezó a organizar bailes, las damas del barrio hicimos nuestra ‘presentación en sociedad’. Mi primer vals lo bailé con mi papá. Esa tarde, también debutaron en el baile Dora Lando, que fue esposa del doctor Raúl Vicente, Susana Didiano, Licia Denegri, Lidia y Elba Crespi, las Chiavasco, Iris y Eneida Scolá…”.

“Mi papá ayudaba a través de las entidades del pueblo: integró la Cooperadora de la Escuela 33, la Asociación Fomento de Caserosjunto a Diéguez, Fischetti, Ribano, Goytía, Fernandes D’Oliveira y otros. Trabajó mucho pare que Caseros tuviera su plaza. Lamentablemente, cuando la plaza se concretó, ellos ya habían partido y no llegaron a verla”.

“Fui a la Escuela 33 que estaba frente a casa. Recuerdo a la señora de Blanco y a Carmen Ballesteros ¡qué maestras, por Dios!. También conocí a la señora de Lusich que fue directora y vivía en la escuela. Su hijo era un gordo divino, tipo tapón, que cada tarde comía un gran sandwich de milanesa. Con el tiempo, se transformó en un hermoso muchacho, el galán Fernando Siro. El portero de esa escuela querida era Antonio Paletta, un hombre maravilloso que todo lo resolvía”.

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