Por más de dos décadas, Néstor Horacio Izzo fue bufetero del club 9 de Julio. Grandote, algo gritón, los habitués lo cargaban diciéndole que era el único mozo del mundo que servía lo que le pedían al trotecito.
Casado con Erika Cristina, el matrimonio tuvo tres hijos: María Cristina, Daniel Horacio y María Laura “que me llenan de felicidad”, nos señaló en la primavera de 1987.
Fue basquetbolista, burrero, sufriente hincha de Racing y del Jota Jota. Alardeaba de que sabía “ver bien el futbol” y tal vez, no le faltaba razón: una vez nos presentó a un gurrumín de nueve, diez años, que peloteaba en el club y nos aseguró: “éste, llega”; se trataba de Leandro Somoza.

A Izzo, le hubiera gustado ser comentarista deportivo. No pudo ser, pero se dio algunos gustos: como técnico sacó campeón al equipo de futbol de la ex fábrica de amortiguadores Bove y, como jugador aficionado, supo trenzarse en furibundos picados con los muchachos del Banco Cooperativo de Caseros.
Uno de sus grandes anhelos era “que la gente le diera más bolilla a los clubes de barrio” y se declaraba como un ferviente enamorado del 9 de Julio.
El grandote supo tener muchos amigos y hacerse querer. Es probable que uno de los motivos fue que se manejaba con la humildad y calidez de la gente sencilla, la gente de barrio. Un tipazo.

 

1987. Alejandro Dolina y el Negro Izzo, en el club 9 de Julio.