Juan Zanella: vida y obra del hombre que creó en Caseros un imperio industrial
By Caseros y su Gente

Juan Zanella: vida y obra del hombre que creó en Caseros un imperio industrial

Juan Liñares, vecino de la calle Cavassa, entre Cafferata y Esteban Merlo, es testigo ineludible al momento de hablar de la historia de la empresa caserina que llegó, por épocas, a brindar empleo a más de 6000 obreros. Tuvo también, el privilegio de conocer de primera mano al increíble Juan Zanella, alma mater de la empresa.

Cuando era pibe, Liñares se la rebuscaba como vendedor de hielo, mandadero del carnicero o merodeaba los bares para lustrarles los zapatos a los parroquianos. En cuanto supo que una herrería de obra de la calle Cafferata, entre Cavassa y Lisandro de la Torre, buscaba chicos para darles empleo, él, acompañado por una de sus hermanas, se presentó: «Fue el 14 de julio de 1954. Hacía frío. Yo, que tenía catorce años, ya tenía las patas peludas pero todavía andaba de pantalones cortos. El que salió a atendernos fue Santiago ‘Cacco’ Zanella. Hablaba medio en cocoliche. Después de que mi hermana le habló, Santiago me miró y me dio la primera advertencia: ‘Vení mañana… ojo que acá se viene a trabajar, eh’, dijo y me apretó un cachete con dos de sus dedos, un gesto típico de él».

Aquella mañana de invierno no lo sabía pero el pibe de pantalones cortos acababa de ingresar a una empresa que a lo largo de décadas se iba a convertir en referente ineludible de la industria de nuestro país.
Juan ‘Nani’ Zanella residía, junto a su primera esposa, Federica Montecucco, y sus dos hijos, Juan Raimundo y Gabriela, en la parte superior de la herrería. Al lado, residía Santiago, también con su familia.

LA EMPRESA
Los hermanos Juan y Santiago Zanella llegaron a Caseros en la mañana del 21 de julio de 1947. Procedentes de Lentiai (Venecia), en el norte italiano – donde se desempeñaban como herreros de caballos y donde apenas si cursaron estudios básicos – se relacionaron en nuestro país con la familia de un paisano, Anacleto Baiocco, quien vivía en David Magdalena y Mitre.
Los hermanos llegaron, como muchos, con la idea de ‘hacer la América’ en nuestro país que, más allá de lo material, entre sus mejores ofertas brindaba la posibilidad de vivir en paz. Los hermanos trabajaron unos meses con Baiocco y en poco menos de un año se lanzaron con su propio emprendimiento: un módico taller metalúrgico en los alrededores de General Paz (actual David Magdalena) y Mitre. Para el tiempo en que Liñares ingresó al taller, la empresa ya estaba instalada sobre Cafferata y se extendía hasta la calle El Gaucho (actual Rebizzo).

A los hermanos Zanella ya se habían sumado dos socios: Ariodante ‘Dante’ Marcer y Mario De Lazzer, quienes también eran oriundos de Lentiai. «Entre ellos se habían autodesignado sus tareas. Santiago, Dante y Mario estaban sumergidos en la fabricación interna mientras don Juan se ocupaba de conseguir los contratos», describe Liñares antes de agregar: «Él, por condiciones naturales, era el líder. Era el visionario, el que pensaba a diez años, el creativo, el arriesgado, el que permanentemente generaba ideas… y los demás le hacían caso. Entre ellos eran de discutir, incluso, a los gritos, pero a pesar de que no se entendía que es lo que se decían, siempre era por cuestiones de trabajo. Don Juan a quien más gritaba era a Santiago, quizá por la confianza de ser su hermano. Para ellos, el trabajo era sagrado».
Cuando los pedidos lo requerían, no tenían descanso. «Nosotros entrábamos a las siete y trabajábamos hasta las doce. Teníamos una hora y media para comer (los más chicos comíamos enseguida y nos poníamos a jugar a la pelota y luego seguíamos hasta las cinco y media). Cuando llegábamos a la mañana, ellos ya estaban y después se quedaban, quizá, hasta las diez de la noche. Hubo jornadas en que trabajaban dos o tres días sin parar».

A mediados de los ’50, la empresa Siam se perfilaba como una empresa ‘monstruo’, en Lanús. La Siambretta y las heladeras, eran sus naves insignas y para conseguirlas había que pedirlas, a veces, con un año de anticipación.        «Se vendían como el pan. Don Juan se relacionó con Siam y comenzamos a ser proveedores de distintas partes de los productos: faroles, tanques de nafta, pedalines y otros anexos. También, en nuestro país, se había radicado Gilera… pero cuando se mató el hijo del dueño, el commendatore Gilera, éste abandonó todo», relata Liñares quien agrega que ya la firma Zanella se alejaba de la fabricación de puertas y ventanas para dedicarse a ser proveedor, también, de empresas como IKA, Fiat-Someca, etc.

«Aquí, en Caseros, en Moreno y Hornos, estaba la industria de Battegazzore que se dedicaba a abastecer cajas fuertes a entidades bancarias. Battegazzore era paisano de los Zanella y también fuimos proveedores de él».
Juan Zanella viajaba periódicamente su Italia natal. Con su enorme capacidad para relacionarse («una de sus mayores aptitudes»), logró que la firma Ceccatto le permitiera la comercialización de la motoneta italiana en Argentina. En 1957, los rodados desembarcaron en el puerto argentino y, más adelante, sólo se importaban algunas partes porque el resto se fabricaba en Caseros. Así, por tramos, el vehículo se fue produciendo en la calle Cafferata hasta que se convirtió en íntegramente nacional, con la asociación de proveedores locales impulsados por Juan Zanella quien ya tenía incorporado el concepto de tercerización.

En 1960, la superficie que ocupaba la herrería se fue extendiendo también hacia los costados, a medida que se iban adquiriendo las propiedades aledañas. Por otro lado, se inauguró otra planta en la manzana de enfrente con salida hacia las calles Cafferata y Esteban Merlo. En su afán de crear mercados, la gente de Zanella subía a un camión una serie de motos y se viajaba a distintos puntos del país para establecer su propia red de concesionarios. Por otro lado, Juan intuyó que los jóvenes podían ser un gran sector de compras para sus motos y se contactó con motociclistas deportivos para que difundieran sus productos en las competencias. También estableció contactos con artistas populares para que publicitaran su marca: Guillermo Brizuela Méndez, Eddie Pequenino, Colomba, Nicola Di Bari frecuentaban la industria de la calle Cafferata.
«Por ahí, en medio de una de sus obras, Darío Vittori decía: ‘Ahora mi señora no me manda a lavar los platos porque Juan Zanella me regaló un lavaplatos'», recuerda Liñares.

La capacidad de relacionarse de Juan era infinita y, casi semanalmente, recibía delegaciones, incluso, de distintos países. Sabedor de que una buena comida y un buen vino predisponen buenamente tenía siempre a mano el teléfono del restaurante El Bagual (General Paz y Beiró) y se aseguraba la reserva de mesas.
El crecimiento de la firma continuaba consolidándose a nivel nacional e, incluso, internacional con la exportación de motos y otros artículos; por ejemplo, lavaplatos. Sin embargo, la cotidianeidad de la empresa no se apartaba de algunas costumbres de sus inicios.
“A veces, los pibes íbamos al sótano a pisar uva para el vino o ellos, los dueños, iban a las fiestas, casamientos, de los empleados… aunque sean, se quedaban un ratito y le llevaban un regalo. Pagaban buen sueldo y muchos obreros pudieron hacerse la casa. Los italianos que llegaban al país tenían prácticamente el trabajo asegurado en Zanella. Aquí, además, se propiciaba, estaba bien visto, que los empleados se casaran entre ellos. Incluso, les gustaba que los hijos entraran a trabajar a la empresa… claro, cuando algún pibe se mandaba una macana, enseguida llamaban al padre», señala Liñares quien ejemplifica que él mismo se casó con su secretaria – Elsa Sconfienza – aunque prontamente aclara que no por lo que propiciaba la empresa sino que por su intensa condición de enamorado.
En el tiempo en que a la firma empezaban a llegar los primeros motores, Liñares se dedicaba a armar faroles. Una mañana, JZ se le acercó para preguntarle: “¿Vos querés cambiar de sección?».
«‘Sí, don Juan’, le respondí y le conté que estaba deslumbrado por los motores. Él me miró, se quedó pensando un rato y me dijo: ‘Ahí, en diez días, ya vas a saber todo y te vas a aburrir… mejor, te voy a mandar a Control de Calidad’. Yo ni siquiera sabía que existía ese departamento; creía que las cosas se hacían y chau. Pero él ya tenía el concepto de que uno hacía las cosas y otro tenía que controlar si estaban bien hechas. Acostumbraba decir: ‘El standard de calidad de una empresa lo determina el jefe de la empresa'».
Liñares obedeció a regañadientes porque las órdenes de don Juan no se discutían. «Era enérgico, autoritario por momentos, no le importaba mostrarse como bondadoso; a veces, decía: ‘Si quieren un hombre bueno, llamen al cura de Caseros (mientras señalaba para el lado de la iglesia La Merced)… pero también pídanle al cura que dé trabajo a miles de personas'».

Liñares estuvo a lo largo de 40 años en la sección Control de Calidad de la empresa Zanella. Aquella decisión de don Juan favoreció su desarrollo profesional e, incluso, lo llevó a conocer distintas partes del mundo, como una suerte de embajador de la firma de Caseros en cada país donde se abrían instancias de comercialización. La empresa tanto exportaba el producto como el sistema de fabricación y allí desembarcaba Liñares para transmitir sus conocimientos. Otro talento de JZ: saber detectar «como si tuviera un radar», en cada persona, su mayor virtud.                                  Ya convertida en sociedad anónima, a lo largo de los años, la empresa fue cabalgando sometida a los vaivenes de la economía argentina. A los momentos de esplendor, le sucedían los bajones y era preciso llevar a buen puerto la embarcación que llegó a tener 6000 empleados (contando a los tercerizados) y también plantas en San Luis y Cruz del Eje. Cada contingencia era enfrentada con la mano firme del antiguo herrero de caballos. Soportó y manejó, incluso, el dramático secuestro de su hermano Santiago, en los años ’70 (nunca se supo a qué bando pertenecían los delincuentes).
«Si tuviera que describir a don Juan – acota Liñares – tendría que decir, además, que fue un hombre muy disciplinado, abocado al trabajo; perseverante… lo que empezaba jamás lo abandonaba y siempre le encontraba la vuelta para llegar a lo que él buscaba. Era rígido y exigente con quienes lo rodeaban y no se guardaba nada si te tenía que levantar en peso. Te dejaba temblando. Y, quizá, al otro día, se acercaba y te preguntaba: ‘Entendiste lo que te di-je?’… y, claro, uno le decía que sí y entonces te agarraba del hombro mientras te llevaba a recorrer la fábrica. Ese gesto de pasarte la mano por arriba del hombro era su forma de decir que la cuestión había sido superada. Era un líder nato».
Juan Zanella se relacionó con la comunidad del barrio y fue presidente, en 1977, del club Estudiantes de Buenos Aires, año en que el equipo de Lisandro de la Torre y Urquiza ascendió a Primera A. Actualmente, un sector del estadio pincha lleva el nombre del paisano de Lentiai. Por otro lado, el gobierno italiano lo honró con el título de Cavallieri Officiale y, más adelante, como Commendadore. Ya viudo, se casó con la conocida actriz Julia Sandoval.
Santiago Cacco Zanella falleció el 7 de abril de 1986, a sus 61 años. En 1988, quien falleció es Juan Zanella, fumador empedernido, víctima de cáncer. Tenía 66 años.

Años ’40. Probablemente, la primera foto de los hermanos Zanella en la Argentina. Parados (atrás): María Rosa Baiocco, Elisa María de Baiocco, Anacleto Baiocco, Angel Baiocco (el primer sereno del barrio), Evaristo Baiocco, esposa de Evaristo, Otela Baiocco y Carlos Martínez.

Parados (en el medio): Susana Martínez y Juan Carlos ‘Cacho’ Baiocco. Agachados: Dante Baiocco, Santiago Zanella, Juan Zanella y Eduardito ‘Tiqui’ Baiocco.

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