El paraíso estaba delimitado por la avenida San Martín, 3 de Febrero, Urquiza y Hornos. La casa alquilada, con fondo para jugar y el pueblo haciéndose a sí mismo. La calle empedrada con el rojo colectivo rumbo al cementerio. El busto de Urquiza dirimiendo rencillas que la historia repite sin cesar, justo frente al Banco que alguna vez fue manejado por los honestos que hace rato desaparecieron. Y allí voy yo, con el peinado Periquita, el flequillo cubriendo los ojos asombrados de la infancia, comiendo un heladito Laponia, con la muñeca Marilú, que sonreía desde la cama porque era época de mirar y no tocar.

Allí voy yo a los actos de la escuela 83, con la canción de la bandera y el alfajor de la salida, y Ernesto Damota, Jorge Quintás, Miguelito Franco, Armando Coco, Isabelita Flores, Noemí Gorgolizzo, Mabel Giorgio… compañeros que aprendí a querer de la mano de docentes como María Dolores, Georgina, el señor Pedro Elgue… educadores que nos dieron ejemplo de ética y solidaridad.
Me veo con la bolsa tejida comprando el pan en La ITALO, charlando con Marta Polimeni, mientras los fideos que tenía que llevar a casa se calentaban al sol del domingo. Las botas de Scarpún con el sonido seco que nos asustaba, trayendo los huevos frescos; don Zas sentado en la silla al revés con su voluminosa panza en la puerta de su librería; la vinería de don Mari; la casa majestuosa del doctor Apollonio. Paisaje conocido, caras conocidas, nada nos resultaba extraño. Don Elías con su aliento a anís y cigarrillo; la florería La Diosma; el restaurante de la esquina de 3 de febrero y Urquiza; la pizza de Ottonelli y las fiestas de Navidad y Año Nuevo con fuegos artificiales que provocaban el asombro de Oscar, Sarita , Olguita, Ani y yo reunidos en la casa de la abuela Mercedes. Las reuniones en lo de la abuela Juana con el resto de la parentela. La familia como eje principal, columna grande y sólida donde apoyarse. El kiosko de diarios de mi viejo Alfonso, ése que se asomaba como quien no quiere la cosa a la confitería Lopresti para cuidar a sus hijas y que nos enseñó lo verdaderamente importante de la vida.

La barra… Pepi Sarrio, Mariquita Govea, Daniel Catena, Negro Estrada, Susy Piccardo y también Titi Capitán Orejas que nos dio el primer dolor al irse al cielo, muerte absurda que nos barrió de un plumazo la inocencia. Así crecimos, así nos fuimos convirtiendo en padres y en abuelos. El edificio Torre y Mc Donalds, símbolos del progreso, nos modificaron, como los kilos y las arrugas que hoy nos llevan lejos de La Flaca. Sin embargo, en mi corazón, titilan las estrellitas de la juventud y la memoria de aquel Caseros que sigo queriendo sin nostalgia porque está vivo y alimenta mi alma.

Inés Vega