Fue hace seis décadas. Aldo pronto comprendió que los rumores eran ciertos: cada una de esas viviendas que estaba observando podían ser ocupadas con sólo atravesar la puerta y asegurarla desde adentro. Por fin podría dejar el hogar de sus suegros donde la incomodidad sobraba por todas partes. Con la rapidez que provoca la necesidad, buscó a su esposa, manoteó algunos pertrechos e ingresó de apuro a una de las casas del todavía no inaugurado barrio Presidente Derqui.
Hasta entonces, Juan Carlos y Celina vivían en una villa de emergencia mientras soñaban con poseer una vivienda habitable donde pudieran tener un baño decente y criar sanamente a sus hijos. No vacilaron, entonces, cuando vieron la oportunidad de alcanzar lo largamente deseado. También les avisaron a familiares que padecían el mismo problema.
El Barrio Derqui está ubicado entre las calles Puan, avenida San Martín, Trenque Lauquen y Lisandro de la Torre; fue construido con respaldo del Banco Hipotecario, a fines de los años ’50, cuando, como de costumbre, el país padecía una crisis de viviendas. El lugar, enclavado en el sur caserino, se integraba con 32 manzanas que albergaban por entonces 808 casas. Las propiedades, sencillas pero dignas, tenían mesas de cemento empotradas al piso; dormitorios con cuchetas y placards de material; un pequeño fondo; cloacas y agua corriente. En el Barrio también había una planta depuradora y una pileta de natación que fue sepultada por motivos de seguridad. Las veredas y calles angostas características del lugar, cobijan las instalaciones de una escuela y un centro de salud. Entre el 6 y el 8 de marzo de 1960, el Barrio Derqui fue invadido por vecinos que celosamente, muy celosamente, defendieron su posesión.
Es que si alguien salía a hacer un mandado, cuando volvía podía encontrarse con que otros habían ocupado la casa, recuerda un integrante de aquellas familias que tanto provenían de la clase media, como de la clase baja.

Llegó gente de los alrededores de Caseros , de las villas miseria del interior, de países limítrofes…obreros, empleados, policías…   Los nuevos vecinos resolvieron, en primera instancia, armonizar las costumbres propias de distintos orígenes. La tolerancia, el tiempo, el enfrentar las mismas dificultades cimentó la convivencia. Es probable que los lazos hayan sido reforzados por soportar juntos cierta discriminación: quienes vivían “afuera” del barrio los llamaban “intrusos”.
Para legalizar la ocupación y alentar el desarrollo del barrio, se creó una comisión que estatutariamente organizada, llegó a contar con más de 80 delegados de manzana, quienes representaban las inquietudes de los vecinos; además, controlaban la limpieza y el orden. Para facilitar la recolección de basura, se adquirieron gabinetes de heladera que fueron ubicadas en cada esquina para que allí se arrojaran los residuos. Cada progreso se obtenía tras arduos trámites dado que desde “afuera” se buscaba el desalojo del barrio. Y desde “afuera” cada tanto, cortaban el agua corriente, situación que generaba múltiples viajes, acarreando baldes, hasta la pileta de natación. Cada tanto, la Policía rodeaba el lugar impidiendo tanto el ingreso como el egreso de los habitantes.

“Una madrugada -confía una vecina- entraron al barrio para detener a los miembros de la comisión, quienes pudieron escapar porque un vecino se subió a la terraza de mi casa y, con una bocina, empezó a gritar que había entrado la Policía. Cuando ubicaron mi casa, me quisieron llevar a mí y a una señora, pero los vecinos se agolparon y los policías se tuvieron que ir”.
La Comisión, mediante infinitos trámites, bregaba para que se legalizara la ocupación. Tanto se iba a la casa de Gobierno, se manifestaba frente al Banco Hipotecario o se pedía audiencia a la Curia, como se remitían telegramas a los diputados o al mismísimo presidente de la Nación. “Aunque fuera, pedíamos que se nos cobrase un alquiler”, recuerda la vecina que estuvo a punto de ser arrestada. Tanto se insistió, tanto se presionó incluso apelando a los medios de comunicación que, con el tiempo, el objetivo fue logrado y las viviendas tuvieron dueños formales. Ya se había habilitado la escuela 222 – que los mismos vecinos limpiaban- y conseguido el plantel docente. El Centro de Salud – que hasta contaba con una sala de internación para chicos- estaba bajo la responsabilidad del recordado doctor Edmundo Guido.

“Quien también mucho nos ayudó fue don Víctor Hugo Spinetta, un vecino que siempre nos defendió desde la Sociedad de Fomento Manuel Belgrano”. Esta entidad de la calle Parodi, ente David Magdalena y av. San Martín, estuvo muy ligada a la historia del Barrio Derqui. Como toda comunidad donde “todos se conocen” el vecindario creció ejerciendo la solidaridad y las costumbres amigables. El tendido de las mesas navideñas como los bailes de carnaval, en plena calle, son retazos del folklore lugareño. Hasta hay familias que en noches de calor continúan “tomando fresco” en las veredas flacas. El tiempo transcurrido fue modificando la arquitectura primitiva y se agregaron ladrillos a medida que se agrandaron las familias. El alumbrado, el pavimento le dieron nueva fisonomía a un barrio que aun siente cierta discriminación.
“A los taxistas y a los remiseros no les gusta venir para acá -protesta la vecina- sin embargo, no sé si no hay más delitos en el centro de Caseros… acá es igual que en todos lados, hay gente buena y de los otros como en todos lados. La mayoría es gente trabajadora que vive tranquilamente. Yo estoy contenta con el barrio porque es parte de mi vida”.