Don Fernando Héctor Larumbe tiene 93 años. Es un señor circunspecto, reservado, de aspecto casi solemne. Nació y vive en la calle 3 de Febrero, entre La Merced y Moreno. Siempre, aquí, en Caseros, salvo los períodos en que como destacado doctor en Química fue enviado por las Naciones Unidas a Perú, Ecuador o cuando fue becado en Francia. Está casado con la simpática Ada Iris Hernández.
Meses atrás, el matrimonio viajó a Europa y de paseó por Verona (Italia) concurrió al igual que cientos de turistas de todas partes del planeta, a observar desde abajo el legendario balcón que inmortalizó Shakespeare. ¿Pero qué sucedió con el matrimonio caserino? Dejemos que lo cuente Fernando Larumbe: “Como la puerta de la casa se hallaba abierta, decidimos con mi esposa entrar y por una vieja, crujiente y temblorosa escalera de madera llegamos al balcón contemplando el panorama de quienes estaban abajo y nos miraban sorprendidos. En ese momento, me acordé de mi época del secundario cuando tenía que estudiar idioma italiano y, sin pensarlo mucho, me acerqué a mi esposa y grité: “Amato Giuletta… per favore… in questo mare di lacrime infinite, ti prego per un bacio d’amore…”.
La buenaza de doña Ada solamente salió de su estupor cuando escuchó el griterío y los aplausos de quienes estaban observando desde abajo. Ya liviano de ataduras, nuestro vecino se dio otra satisfacción. Frente a la entrada de la casa se levanta una estatua con la imagen de Julieta en tamaño natural pero solamente con medio cuerpo vestido. Continua Fernando: “El conjunto se halla montado sobre un pedestal con escalones, razón por la cual todos los visitantes disputan la posibilidad de llegar a tocar sus senos descubiertos”… Dejamos libre a su imaginación, amigo lector, lo que realizó el señor doctor Fernando Héctor Larumbe.
Días atrás, me topé con el profesional a la vuelta de su casa y no pude evitar inquirir que lo llevó a tales actitudes. Ya recuperado su aspecto doctoral, el hombre se justificó apelando a una cita del libro “Psicología de las masas” (G.Levon), quien escribió: “En una multitud, la mente individual se transforma en una mente colectiva, pudiendo realizar actos que normalmente no se atrevería”.
Lo escuché, asentí, y me despedí con un abrazo y un beso (fue antes de la pandemia, aclaro), tras decirle “¡Ay, Fernandito, Fernandito!.