
AMAR LA POESIA, RESTAÑAR EL DOLOR CON LA PALABRA
Nuestra vecina de David Magdalena y Belgrano relata como el don de la palabra, heredado de su abuelo siciliano, le permitió descubrir su “vocación inclaudicable de poeta”.
Esta nota fue realizada en octubre de 2014
Mi nombre es Ana Tripi. Desde hace treinta años, vecina de Caseros, nacida en San Martín, criada en Palomar e hija de inmigrantes italianos, lo cual constituye una temática recurrente de la que emergen las vivencias relacionadas con el entorno familiar, su idioma, costumbres y los efectos del desarraigo con respecto a la tierra natal.
Mi infancia transcurrió en una especie de edén, porque la naturaleza era la gran protagonista de los baldíos e incipientes barrios levantados “a pulmón”, como solían decir mis mayores. Esto constituye la temática de las que me nutro para escribir. Fue así que surgió “Fuego de los Lares”, mi primera novela. Escribir “Fuego de los Lares”, implicó continuar con el legado de mi abuelo José Tripi, poeta siciliano, analfabeto, adorado por todos quienes lo conocieron en el pequeño pueblo de San Cono, provincia de Catania. Se expresaba naturalmente a través de la poesía, penetrando con su magia en las festividades típicas, en las reuniones familiares, celebrando el tiempo de la vendimia o el de recoger la cosecha, como una manera de eternizar para los hijos, nietos y amigos, esos instantes preciosos.
Fui por destino su única heredera directa, sin mediar entre ambos, más conocimiento que los magníficos relatos de mi padre en los que describía al “nonno”, anécdotas y costumbres de un lugar para mi remoto e inalcanzable. La voz potente e impostada de “don Salvador” – como así lo llamaban los vecinos del barrio de Palomar – me produjo un enorme impacto y aún resuenan en mi memoria.
Elegir la poesía, o que la poesía me eligiera, desde esa infancia impregnada por la melancolía, y por la ausencia de los que estaban tan lejos, me ocasionó más de un problema: yo acostumbraba a recibir a las visitas – sin que nadie me lo inculcara – con versitos a través de los cuales demostraba mi alegría. Esta conducta reiterada – lejos de interpretarse como una manera de recibir – me hacía parecer muy extraña a los ojos de los demás, pero particularmente ante los de mi madre, ya que por ser la única mujer nacida luego de dos hermanos varones, también sicilianos como el resto de la familia, ella se preocupaba mucho por mí y me deseaba lo que consideraba un buen futuro, una profesión práctica, como por ejemplo la de modista, que me asegurara un trabajo estable.
En este sentido, decepcioné a mi querida Lucía, porque me interesaba la lectura, dominar el idioma castellano y entregarme a la palabra sin pensarlo dos veces. Así, cinco o seis años de corte y confección, no me sirvieron de nada, pues fui bastante inútil, muy torpe para las actividades manuales, aunque fluía en los poemas, movida posiblemente por una pasión ancestral.
Ya de adolescente, estudiante secundaria del colegio “Nuestra Señora de la Merced”, participé y gané todos los concursos literarios que el departamento de Filosofía y Letras organizó, desde mi segundo hasta mi quinto año bachiller. Era una partidaria de la paz, me inclinaba por la espiritualidad, le escribía al amor, a la armonía de la Naturaleza, y a la vida, la cual constituye un desafío enigmático y perenne. Finalizado este período, me incliné por la carrera de filosofía, una herramienta intelectual valiosísima, para interpretar y analizar la cambiante realidad humana. Y allí los orígenes volvían a palpitar su mensaje encriptado en lo más profundo de mi ser: no fue por casualidad esa elección, mis raíces provienen de la “Magna Grecia”, de esa isla absolutamente bella y culturalmente intrincada por la cantidad de invasiones de diversos pueblos, que le han dejado su impronta, también de estar sumergida tantas veces en el olvido y en el atraso, quizás por cuestiones meramente políticas, pero que guarda en las entrañas de sus habitantes, en sus genes, una rica tradición que no pudo ser exterminada.
Fueron pasando los años y estudiar, casarme, sembrar los poemas y verlos publicados en numerosas antologías, constituyó mi satisfacción más grande. Así, a lo largo de una vida, mi vocación inclaudicable de poeta fue conmigo a todas partes. Nos trasladamos, por razones laborales, mi marido y yo, a la ciudad de Bahía Blanca. Allí, publiqué junto con un grupo de escritores, los “Versos de la Bahía”, primera antología poética de la ciudad. Ya de regreso a Buenos Aires, un par de años después, participé activamente en el “Hogar de los poetas”, en el “Hogar Obrero de San Martín”, donde obtuve el primer premio del concurso literario auspiciado por la entidad. Fui secretaria de actas de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Noroeste bonaerense, donde conocí a seres increíbles, idealistas, generosos, dignos. Ni las desgracias familiares, ni las ausencias definitivas frenaron mi vuelo. Amaba lo que hacía y esto se convirtió en la clave de mi existencia, la posibilidad de mitigar el dolor por la pérdida de mi hijo Gabriel de seis años. Luego, una revancha de la vida llegó con el nacimiento de dos hermosos niños, Luciana y Leandro, quienes junto a Romina, nuestra hija mayor nos permitieron renacer a la esperanza nutriéndonos con su ternura y su energía.
Paralelamente a la crianza de los hijos, y de mi desempeño como profesora de filosofía en “Nuestra Señora de La Merced” y el “Colegio Cristo Rey”, ambas instituciones caserinas, comencé a coordinar encuentros literarios en la Biblioteca Popular Bartolomé Mitre que continúan hasta el presente. Fui socia fundadora de la Sociedad de Escritores local, posteriormente, en la incipiente y hoy pujante Universidad de Tres de Febrero, dicté un curso extracurricular de taller de escritura que me abriría las puertas a algo nuevo e impensado: trasladar a otras personas mi experiencia personal, en relación con el desarrollo de la creatividad a través de la palabra, modelada a su vez en el trabajo de conjunto pero genuinamente individual al mismo tiempo. La biblioteca Mitre cedió sus instalaciones a la Universidad, y el curso se llevó a cabo mediante la gestión del presidente de la SADE de aquel entonces, señor Roberto Surra. Fue un antes y un después. A partir de allí, continué trabajando en numerosos talleres, los que me permitieron descubrir aspectos que ignoraba acerca de mí. Llevé mis sueños y proyectos a los talleres: “Sinfonía de palabras”, del Club Jubilados Unidos de Palomar, “Horizontes sin fronteras” del instituto Blenan, “Senderos de la Palabra”, del Centro Andalucía de Buenos Aires.
Actualmente, dirijo tres talleres “Senderos de la Palabra”, que funciona en mi domicilio, “Celebrando la Vida” del Centro de Jubilados y Pensionados TIMSA, y “Volar en Libertad” primer taller literario de la vieja Casa de la Cultura, de la calle Sarmiento, y que funcionó allí durante algunos años, y que luego trasladé a la Biblioteca Mitre ¡siempre la Biblioteca!.
Y nada es por casualidad, ella es hoy por hoy, mi otro lugar en el mundo y trato de retribuirle con una gestión activa y desinteresada, primero como presidenta y actualmente como vicepresidenta de esta querida institución ¿Cuál otro podría ser mi lugar favorito después de mi hogar? Y descubrí como dije antes, coordinando los talleres, algo extraordinario y que no había advertido en su cabal profundidad: las personas que se reunían de mes en mes, de año en año, no solamente iban gradualmente adquiriendo destrezas, habilidades técnicas relacionadas con el ámbito de la escritura, sino que cada clase implicaba un desafío no solamente intelectual, el mundo afectivo se ensanchaba, expresar era liberador, una forma de autodescubrimiento que afianzaba la autoestima, ahuyentaba la soledad, disipaba la angustia, construía hermandades…
¡Descubrí el poder curativo, restañador de la palabra!. Entonces me fijé un nuevo compromiso: que la palabra no se pierda… De manera modesta, tímida, comenzamos a recopilar los trabajos en carpetas. Luego, con la ayuda de mi marido, Jorge Márquez, armamos los primeros cuadernillos. Finalmente nos atrevimos al libro ¡de Editorial!. Y cuando la editorial que nos publicaba cerró sus puertas, me atreví una vez más a apostar a la gente, a sus deseos de perdurar a través de la obra escrita y fundé mi propia editorial, cuyo nombre tampoco es casual: “El Edén del Hipocampo”. Fidelidad y compromiso son el emblema de esta iniciativa en la que me acompaña mi hija Luciana – diseñadora gráfica y sensible artista – y Jorge, compañero incondicional de vida.
No he transitado este sendero con el afán de sobresalir, más bien fue como una necesidad ineludible. A veces me pregunto por qué no he buscado el camino más fácil, más llano. Quizás la fuerza que surge de mi interior, impulsándome a no claudicar con respecto a todo lo que considero valioso, me ha permitido afortunadamente, conectarme con lo que trasciende y es eje y motor de la vida humana… Algo así como el conflicto que se me presentaba de jovencita, cuando sí o sí tenía que optar entre un par de zapatos nuevos o mis libros de estudio ¡y siempre vencían mis libros, dejando de lado cualquier vestigio de vanidad! Posiblemente porque mi vocación es el tesoro más grande que pude heredar de mi abuelito siciliano, a quien naturalmente le fluía la poesía como un don, como un regalo de Dios, y a la que ofrecía a raudales a todos los que quisieran escucharlo, como una especie de maná espiritual, consuelo y alimento para el alma.
Ana Tripi