Su historia de vida es como la de tantos inmigrantes que – en busca de la paz que le negaba por entonces beligerante Europa – llegaron a nuestro país y multiplicaron su esfuerzo, trabajo y ganas de progresar.

En el caso de Rodolfo – a quien entrevistamos avanzados los años ’90 – debe agregársele su espíritu comunitario en beneficio de las instituciones intermedias sin más afán que el de hacer el bien.

En aquel reportaje, nos dijo lo siguiente:

En los años ’20, purreteaba en su patria natal, Eslovenia; país que acababa de liberarse del dominio austríaco para someterse al italiano.
“Más adelante, fue dominio yugoeslavo hasta que, en junio del ’91, Eslovenia se declaró estado independiente”. A pesar de que su país tenía idioma propio, el fascismo italiano instaló escuelas donde sólo se enseñaba la lengua del Dante.
“A los chicos nos daban aceite de hígado de bacalao para darnos ‘¡forza! ¡forza!’… así nos decían. También se decía que a los opositores les encajaban un embudo en la boca y lo llenaban de aceite castor”.
Su padre regenteaba un restaurant-pensión que les permitía un módico vivir. Pero intuyendo la tormenta que se avecinaba sobre Europa, comenzó a buscar nuevos horizontes.
“Él había ido a probar suerte a Cleveland (EE.UU) pero cuando quiso llevarnos a nosotros, se cerró la emigración; entonces, enfiló para Argentina junto a mi hermano. Un año después, nos mandó a buscar a mi madre, mi hermana y a mí”.

Asomaban los años ’30 cuando los eslovenos se afincaron en un modesto departamento, en Gorriti y Bonpland. Tiempos duros, tanto que “yo iba al mercado Dorrego a buscar la fruta y verdura que tiraban; la limpiábamos y la comíamos”.
“Recuerdo que un día, íbamos paseando en tranvía por Avenida de Mayo, cuando empezaron a sonar tiros; del susto nos bajamos para escondernos detrás de unas columnas. Había estallado la revolución de Uriburu y la Plaza de Mayo estaba llena de gente manifestando en contra del gobierno”.
La mishiadura era feroz. Y fue peor cuando el jefe de la familia sufrió un accidente mientras trabajaba en una obra en construcción. “Quedamos en la calle porque no podíamos pagar el alquiler; con el dinero que mi padre cobró del seguro, nos llevó a una casa vieja en Villa Lynch pero lo estafaron y tuvimos que mudarnos otra vez”.

Con sus escasas valijas a cuestas, se afincaron en una mansión de Villa Progreso… Aclaremos: en lo que había sido la caballeriza de la mansión.
“Vivíamos sobre un piso de tierra que mi madre barría constantemente; habíamos puesto unas tablas como división… mis padres dormían abajo y nosotros en la parte de arriba, en el lugar donde se colocaba la alfalfa; no teníamos ni colchones”. Plantaban flores para vender y verdura para engordar la sopa… “la carne era muy cara para nosotros”.

“A la escuela prácticamente no fui; en Eslovenia había llegado hasta tercer grado; aquí me pusieron en cuarto pero como tenía problemas con el idioma me pasaron a segundo. Y después largué para trabajar ya que mi padre estaba impedido por el accidente, así que ni sé hasta qué grado fui…”.
Sí sabe, en cambio, que fue repartidor de carne y de pan, vendedor de fruta y verdura, peón de albañil, pintor, canillita… “ cuando murió Gardel se agotaron los diarios”.

“Era una época dura, pero la vivíamos con alegría, sin nervios… los domingos a la tarde, venían a visitarnos unos paisanos y nos sentábamos bajo un ombú grande que estaba ahí nomás; se cantaba, se reía”.
Sus dos pasatiempos eran jugar mucho a la pelota y juntar figuritas. “Todavía tengo albumes de Nestlé y de Águila; a uno no lo tengo ¿Por qué? lo completé con la figurita difícil: la número 120 que era Sarmiento… ¡Me dieron una bicicleta inglesa de esas negras, fuertes! ¡Todo lo que significó esa bicicleta para mí!”.

Su madre, que estaba empleada en la fábrica de veneno para hormigas Marinó, le consiguió un trabajo en una imprenta y así fue se inició en su oficio definitivo. Ya en el ’41, el muchacho compró una pequeña imprenta en Munro y, al tiempo, la trasladó a Santos Lugares, adonde se mudó junto a su familia.
“Nos parecía mentira tener una casa con piso de mosaicos”.

En base al trabajo, mucho trabajo, el horizonte empezó a aclararse. En 1946, protagoniza dos hechos destacables: le adquiere, a Pedro Pavón y Sol Testa, la que se cree fue la primera imprenta de Caseros, ubicada en la calle Sarmiento, entre Urquiza y Valentín Gómez. Este taller supo pertenecer a Armando Dáttoli, quien fue director del periódico Nuevos Rumbos. Por el otro lado, se casó, luego de tres años de noviazgo con Silvia Stolfa, una piba de José Ingenieros.

“A Silvia la conocí en carnaval; yo estaba disfrazado y la saqué a bailar pero se negó ¡Qué bronca me dio! Pasaron meses y no me daba bolilla… no sé cuánto tiempo pasó y le insistí hasta que la convencí”. Es decir, el esloveno entró como un chorlito. El matrimonio se instaló en la vivienda ubicada al lado del taller y, codo a codo, le fueron dando impulso.

“Silvia me ayudó muchísimo, manejaba la impresora y la encuadernación”. Trabajo y más trabajo. Jornadas de dieciséis horas, incluídos sábados, domingos y feriados. De a poco, la imprenta fue creciendo.
“Por mi profesión me relacioné con muchas instituciones y empresas: Jota Jota; 9 de Julio; Colón; República; Sud América; Unión; El Triunfo; Villa Pineral; Excelsior; Ameghino; Villa Alianza; El Zonda; Institución Sarmiento; Patria y Labor; La Honradez; AFALP; El Palomar; Cruz Roja de Caseros… También, con la mayoría de los colegios de Caseros y con algunas firmas como Zanella Hnos; Fiat; Peters Hnos; Foderami; Smart; Miloz, Gutiérrez y Millefanti; COA; FINCA; Banco Cooperativo…”.

Si bien su inicial relación con las instituciones estaba limitada al aspecto comercial, lo sedujo la propuesta de trabajar a favor de la comunidad caserina y se convirtió en un activo colaborador de ellas.
Fue vocal en la Cruz Roja de Caseros “en la época en que conseguimos el equipo de rayos X y la ambulancia”. También fue, y en algunos casos todavía lo es, colaborador de la Biblioteca Alberdi, Ateneo Cultural de Caseros, Lalcec, cooperadoras de escuelas…

A fines de los años ’50, participó en el movimiento Pro Autonomía que independizó a nuestro distrito de San Martín.
“Recuerdo la lucha dura de ese movimiento que estaba coordinado por el diputado Alfredo Longo y por el senador Pisano…organizábamos caravanas de autos y camiones para ir a La Plata en los días en que las cámaras de diputados y senadores debatían la autonomía. Además, se luchaba contra Ciudadela que anhelaba ser cabecera del nuevo partido”.

También, mientras trabajaba arduamente para solidificar su imprenta, se hizo de tiempo para presidir, desde 1958 a 1964, la Asociación Mutual Eslovena Nuestro Hogar (Nas Dom), de Villa Devoto, y fue presidente de una de las instituciones eslovenas más importantes del mundo: Asociación Mutual Eslovena Triglav, ubicada en Villa Real. También es integrante del Rotary Club Caseros. Luce 73 primaveras y un aspecto saludable donde se intuye que algo tienen que ver las ingestas infantiles de aceite de hígado de bacalao. Tiene dos hijos, Danilo Ricardo y Aldo Rodolfo y, junto a quien no quería salir a milonguear, chochea por cinco nietos: Damián, Emilse, Valeria, Federico y Katherina.
Se llama Rodolfo Zivec y es un eterno agradecido de “este país que me dio todo: amor, libertad, trabajo, felicidad, una hermosa familia y un montón de amigos… gracias, muchas gracias a esta hermosa y querida Argentina”.
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Rodolfo falleció el jueves 27 de enero de 2005, a sus 84 años.