Concurrían los mozos tauras y las damas milongueras. Ocupaba las instalaciones de la Sociedad Italiana “Patria y Labor” (Mitre y Andrés Ferreyra). Supo ser regenteado por un señor Manolo y un señor José, a partir de los años ’40 y hasta que fue desalojado.

Cuando a los veteranos se les pregunta por la historia del centro bailable, esbozan una sonrisa entre pícara y condescendiente. “Eran otras épocas”, murmuran, quizá justificando (se).

Pariente de otras celebridades como “El Palacio de las Flores”, “Güemes”, “Monumental de Flores” o “El Palacio del Baile”, el espacio milonguero de la calle Mitre era, se dice, un permanente inspirador de amores fáciles y lujuriosos.

PUCHERITO
Algunos vecinos malevolentes (en Caseros, hubo; ya no) lo bautizaron como “el pucherito”… “porque siempre había un huesito para rascar” e inmediatamente se remiten a tiempos en que con “la novia de uno” se mimoseaba bastante menos que con las chicas de “El Zonda”. Por supuesto, a diferencia del Unión o el República, las señoritas concurrían sin la compañía de sus madres.

En “El Zonda” se bailaba sábados, domingos e, incluso, algunos jueves.
Al recinto concurrían vecinos de muchas localidades, hasta de las más alejadas como José C. Paz o Pilar. Los fines de semana, la calle Andrés Ferreyra era un desfile continuo de pasajeros ferroviarios que rumbeaban hacia la convocatoria danzante.

Se ingresaba por la entrada principal que da a Mitre y se desembocaba en un hall donde actualmente funciona la biblioteca “Patria y Labor”. En el costado derecho, se encontraba la boletería, precediendo al guardarropa y baño femenino. A la izquierda, una puerta secundaria daba inicio a una escalera que desembocaba en los pisos superiores.

Tras atravesar el hall principal y superar las puertas “vaivén”, se entraba a la pista más grande que tenía en el fondo un escenario donde se lucieron figuras como el dúo Bono – Striano, Alberto Castillo, Horacio Guarany y hasta el caserino Dino Tuchi.

Rodeaban a la pista, mesitas individuales que eran ocupadas por las parejas. Lejos de pertenecer a un criterio decorativo uniforme, estas mesitas podían ser de hierro, acompañadas por sillas “tijeras”, o de madera, acompañadas por bancos o cajones de cerveza.

En la parte superior del edificio, se encontraba otra pista que se complementaba con una serie de palcos desde donde se podía mirar a quienes danzaban en la planta baja. Ambas superficies eran utilizadas para bailar alternadamente tangos, chamamé, pasodobles, foxtrot…. En las noches que se cortaba la luz, la velada continuaba gracias a la iluminación de potentes faros automovilísticos orientados hacia la pista bailable.

SOBRE POLLERAS Y GUAPOS

Una de las condiciones para ir a bailar a “El Zonda” era no pertenecer al bando de los tibios. Las piñas abundaban y no se demoraba mucho en airear los cuchillos: incluso, algunos disparos resolvieron pleitos lejanos a la filosofía presocrática y cercanos a las polleras o a las dudas de guapeza. Disputas alentadas a menudo por el frenesí modo cerveza.

“Descargábamos , cada semana, camiones repletos de cajones de cerveza”, nos contó Hugo Romero, quien alguna vez fue repartidor de la firma Scarinci Hnos…

Hasta se desliza una leyenda de que alguien fue arrojado desde el balcón para aterrizar en el techo de un coche estacionado sobre la calle Mitre. A menudo, rodaba por las escaleras algún mozo invitado a presentarse en otras veladas danzantes.

GUARDAPISTAS

Tanto caos era medianamente manejado por los temibles “guardapistas”, morochos grandotes como roperos… “que se acercaban y te decían amablemente: ‘Tranquilizate, no vale la pena que te pelees’… mientras te llevaban a un cuartito donde te encerraban y te fajaban de lo lindo”.
La policía poco actuaba en estos entreveros, salvo el legendario subcomisario “Pipita” que, según se recuerda, era de temer.
Algunos habitués quedaron grabados en la historia de “El Zonda”, por distintos motivos: la guapeza, la destreza al bailar o, tal vez, por haberse comido una paliza inolvidable. Los nombres de “El Chofo”; “El Sanjuanino”; “Tanguito”, el tachero; “El Negro Orlando”… se repiten en los testimonios requeridos para esta nota: también, el de “La Tía”, una señorita de Corrientes que, se dice, alegraba la vida de los muchachos.

Finalizada la milonga, los concurrentes se dirigían al bar “Independencia” (Mitre y 3 de Febrero) a vaciar una copa de ginebra y saludar la madrugada. Otros, corrían con sus conquistas a las sombras cómplices de Bahía Blanca y Mitre que favorecían los romances.
“En la plazoleta con forma de triángulo – nos chimentaron circunspectos vecinos – había una pescadería… era una casilla de madera a la que le volábamos el candado para poder entrar con nuestra pareja”.

“El Zonda” cerró sus puertas, allá por los años ’60. Pero su existencia quedó grabada en… en… en… bueno, quedó grabada.