Caserino hasta la médula, supo mamarrachear los pizarrones de la escuela Angel Pini y tener una infancia muy parecida a la de tantos otros pibes de los años ‘50.
Fogatas para San Pedro y San Pablo y picados en el baldío de Frugone y Moreno.
“No jugaba mucho a la pelota – nos dijo hace un tiempo, cuando lo entrevistamos – porque era patadura… me mandaban siempre al arco”.
Tiempos en que se entreveraba con Jorge Álvarez, Juan Carlos Valenzuela (padre del actual intendente), Rubén Landa, Moya, Raúl Rodríguez, Emilio Repetto…
Tiempos de atardeceres tomando Toddy mientras recorría la selva junto a Tarzán por radio Splendid. 0 cabalgaba al lado de Poncho Negro. Inolvidables tardes radiales que se extendían con ¡Qué pareja!, el Glostora Tango Club y los Pérez García, por El Mundo.
Tiempos de catecismo reforzado en La Merced, antes de tomar la comunión con el padre Juan García Savio. “Mis maestras de catecismo fueron tres: María Brianti, María Baztán y la señora de Olivetto“. Se desconoce si esta aglomeración pedagógica se debía a contingencias casuales o a que el muchacho era algo duro para tal menester.
Domingos de cine parroquial, también en La Merced, que empezaban a las dos de la tarde con series donde se sabía perfectamente quienes eran los buenos (los lindos) y quienes los malos (los fuleros). Series donde el cartel que anunciaba “CONTINUARÁ” aparecía en el momento preciso en que la rubia bonita era sorprendida por 400 comanches ariscos. Cuestión que mantenía el corazón en vilo hasta el domingo siguiente cuando surgía el muchachito a todo galope y ahuyentaba a los muchachos emplumados.
Corría el ’58, cuando la Sociedad de Fomento Urbanidad y Adelanto Pro-Caseros – que presidía Antonio Guerrero – le ponía música y comentarios, por medio de altoparlantes, a la calle 3 de Febrero, entre Mitre y Valentín Gómez. Una de las voces pertenecía a Ricardo.
La calle 3 de Febrero, sin tránsito
“Mis compañeros de ‘locución’ eran Cacho Mutti, Angelito Buffoni y Norberto Ferro; el encargado era el señor Zega. Poníamos esos discos grandes, de 78… también, pasábamos avisos y leíamos informaciones locales. Esta sociedad de fomento había colgado faroles a gas de mercurio a lo largo de 3 de Febrero. Pasaba muchísima gente: tan es así que los jueves, sábados y domingos se cortaba el tránsito”.
PEÑA EL ANTIGAL
En los años ’60 se desata el auge folklórico. Eran muchos los jóvenes que andaban desafinando chacareras, con sus guitarras y bombos a cuestas. En el club Jota Jota nació la peña “El Antigal” que marcó toda una época en Caseros. Por supuesto, Ricardo – apasionado por lo autóctono – no podía faltar.
“Los padrinos de la peña fueron Eugenia Rocha y Mauricio Cardoso Ocampo, el autor de “Galopera”. A la inauguración vinieron “Los Nombradores”, un conjunto muy famoso en aquel tiempo… uno de sus integrantes era Daniel Toro. Este conjunto vino a Caseros, gratuitamente, porque los muchachos eran muy amigos de Johanna y Emilio Bucetta, vecinos del barrio. Hacíamos la peña los segundos sábados de cada mes”.
Los impulsores de “El Antigal” fueron, además: Marcelo Rousset, Santos Larretape, Torcuato Cabrerizo, Carlos Portalupi, Alfredo Busceta, Miguel Logaffo y Carlos Dhiel. Este centro folklórico era frecuentado por, entre otros, “Carmen y Ana Blanco, María Esther y Elsa Conde, Carlos Caffarello, Lucia Coletti, Horacio Romero, Armando Venanzi, el “profe” de danzas Antonio Diaz…”.
La peña tuvo a su cargo la organización, en 1969, del festival “El Tradicionalísimo” que se realizó en donde se ubica, actualmente, la Plaza Unidad Nacional y congregó a figuras de la talla de “Los Chalchaleros” y don Atahualpa Yupanqui. También por iniciativa de la gente de la peña, se le cambió el nombre a la calle Tapalqué, por su actual denominación, Escultor Santiago Parodi.
“Además, organizábamos guitarreadas en el club AFALP… se hacía folklore en todas partes. Los medios de comunicación apoyaban todo este movimiento… había una sana identidad nacional que apuntaba a lo más sencillo, al pensamiento más claro, más directo y transparente… evidentemente, a través de la música, se trasuntaba esa identidad que nos alentaba a querer y conocer a lo nuestro”.
Entre guitarreadas, festivales, conferencias, debates y bailes, la peña “El Antigal” también organizaba campamentos para jóvenes. Por ejemplo, el que se realizó, en 1971, en San Javier, pueblito cálido de la geografía cordobesa. Ricardo había preparado su mochila, la ropa, algunos víveres y se fue, alegre silbando zambas, para aquellos lares. Sin embargo, durante el regreso, se lo hallaba abstraído y mirando por la ventanilla del tren. ¿Qué pasó con Ricardo, en San Javier? se preguntaban sus compañeros. Pues que entre los aires serranos, una morochita de Caseros – Delia Guerrero – entornó sus ojos y el antigalero quedó prendado.
Los seis años de noviazgo finalizaron cuando el padre Eduardo Gloazzo los invitó a vivir y soñar de a dos. Pero ellos desobedecieron y a fines del ’78 ya eran tres gracias a la presencia de un flequilludo que responde al nombre de Ariel Emiliano.
Ricardo fue continuo miembro directivo de la biblioteca Alberdi. Su carnet fue firmado por don Martín Fernandes D’Oliveira, “a quien tuve el gusto de conocer y tratar”.
“Quien me invitó a ser miembro de la comisión fue don Fernando Mazzuchelli”.
Ricardo también fue un gran colaborador de la Agrupación Scout Sargento Cabral y de la escuela N° 49 (Quintana al 2.200); lugares donde Emiliano cumplió funciones de “lobato” y liero de recreos, respectivamente.
“Como padre de un chico que recibe tanto – nos señaló – me siento obligado a colaborar con las instituciones que le hacen tanto bien a la comunidad; muchos padres lo hacen; otros, tal vez por razones de trabajo, no disponen, quizá, de tiempo”.
Este cronista puede asegurar que a Ricardo – quien se desempeñó como fabricante de ropa de trabajo – no le sobraba tiempo… pero, sí, ganas.
Su padre se llamaba Emiliano Hermenegildo y su madre, Amalia Teresa Oberto. Su hermana es Teresa Luisa. Es contador, profesión que no ejerció y por la cual, confesó, no se sentía muy atraído. Reconoce que habla más con el sentimiento que con la razón. Ama a su familia hasta el infinito. Prefiere las cosas sencillas y las charlas con amigos. Adora la música. Tiene mil ideas por hora. Camina siempre apurado. Es fanático de la vida y de la gente de barrio. Se llama Ricardo Emiliano Salazar, anda por sus 77 abriles y vive en la calle Belgrano, casi esquina Andrés Ferreyra. Acá, en Caseros, se lo quiere mucho.