Supo abrir sus puertas, hasta hace un par de años, en Moreno y México, casi pegado al club Villa Alianza (entidad a punto de transformarse en centenaria) y frente a la plazoleta central de este rincón caserino, un almacén con estaño que perteneció a Coquito Fernández.

Más adelante, el lugar se reconvirtió en el Bar La Plaza, convocante boliche para los veteranos alianceros que se mataban jugando al truco, al mus, al chinchón y a la escoba de 15, mientras aseveraban cómo debía integrarse la selección, aseguraban con más contundencia que Keynes y Milei, cuál debería ser el modelo económico y hasta, si el horario del bodegón lo permitía, cómo arreglar el mundo.

El boliche – regenteado por Carlitos Valdés y el Negro Rulo – transgredió los cánones decorativos de moda y optó por descartar réplicas de plásticos vanguardistas para reemplazarlos por banderines deportivos, fotos de jugadores, boxeadores y potros ganadores, recortes de diarios y revistas, etc. El parque lumínico impactaba con sus tres tubos titileantes y, por otro lado, sorprendía por la variedad de su mobiliario.

Más allá de estas particularidades, el espacio fue entrañable y punto de encuentro obligado para los amantes de la vida de barrio, vida que, en definitiva, es, a escala humana, la mejor de todas como decía nuestro ilustre vecino de Santos Lugares, don Ernesto Sábato.